¿Qué ha sucedido en España para que artistas o intelectuales guarden absoluto silencio, por ejemplo, en la entrega de los Premios Goya de una situación tan escandalosa como los exiliados y los presos políticos catalanes
o el juicio del 1-O que se iniciará el día 12 en el Tribunal Supremo?
¿Cuánto vale la dignidad del sector ante el corsé impuesto de que aquel
que se mueve se queda fuera de ofertas profesionales en España o se
desata directamente una campaña de rechazo?
La entrega de los Premios
Goya era una oportunidad al ser presentada por catalanes y al tener que
recoger el premio artistas catalanes.
Entre la versión benévola de que todo se debe a la autocensura por
querer conservar sus actuales privilegios y la descarnada de que a
España hay que ir con una coraza si uno quiere salir vivo/a y tener
trabajo, no hay mucha diferencia. El silencio del mundo de la cultura con
el caso catalán es, con honrosas excepciones, escalofriante.
Y también
preocupante. Quizás los tiempos actuales son esto. Olvidar a presos y
exiliados y, en todo caso, hacer chistes del exilio para que se ría la
gente. Un Puigdemont con un gran lazo amarillo. ¡Qué gran idea! Sin
duda, a la altura de quien lo pensó y quien lo aplaudió. ¿Cómo no se va a
producir una ruptura total con estas actitudes?
El silencio durante varias horas de gala de personas siempre
dispuestas a posicionarse en debates entre derecha e izquierda. Los
propietarios de la ceja, siempre dispuestos a posicionarse al lado del
PSOE o de Podemos contra la derecha española y que ahora callan.
Es
fácil ir contra Aznar o Rajoy y de la mano de Sánchez, Zapatero o
Iglesias. Pero ante la mayor vulneración de derechos individuales
políticos que se ha producido en España en las últimas décadas, no.
Mejor mirar hacia otro lado.
No por previsible es menos imputable. Sobre todo, porque ninguno pueda decir que su gesto o su actitud no era importante.
La pancarta del 'Camp Nou'
Aunque la directiva del FC Barcelona ha hecho esfuerzos ingentes para rebajar la catalanidad del club, su singularidad como una institución que es sin duda més que un club, por
historia y por deseo de sus socios y aficionados, en cada partido que
se juega en el estadio se cuelga en la segunda galería una pancarta al
inicio del partido que tiene que ver con la excepcionalidad que vive
Catalunya.
En la de este sábado se leía "Self-determination is a right, not a crime" (La autodeterminación es un derecho no un crimen). La pancarta pretende llamar la atención, en este caso, con el juicio del 1 de octubre que se celebrará en el Tribunal Supremo a partir del próximo día 12.
Que el Barça no ha estado a la altura durante todo este tiempo es una
obviedad. No se trataba de pronunciarse o no a favor de la
independencia, pero sí al menos de expresar la más mínima empatía hacia
el Govern de Catalunya destituido y cuyos miembros o están en la prisión
o en el exilio.
De hecho, hasta muy recientemente, hace un par de
semanas, ni el presidente del Barça ni ninguno de sus vicepresidentes se
habían acercado a ninguno de los tres centros penitenciarios en que
estaban distribuidos los nueve presos políticos. Y cuando lo hizo,
necesitó el paraguas de un proyecto de la Fundación del Barça para
ayudar a los niños que tienen a sus padres en las cárceles.
No ha sido este el único gesto tendente a tomar distancia. El pasado
mes de mayo se cambió el protocolo del palco del Camp Nou para desplazar
al president de la Generalitat, Quim Torra, que, desde
la época en que fue presidente del Barça Raimon Carrasco, todos lo
habían mantenido primero con Tarradellas y después con Jordi Pujol,
Pasqual Maragall, José Montilla, Artur Mas y Carles Puigdemont.
Seis
presidentes de la Generalitat y otros seis del Barça y cuarenta años
entre ceder la presidencia del partido al president de la Generalitat y
arrebatársela sigilosamente. Otro ejemplo: progresivamente se le ha ido
cayendo al capitán del Barça en muchos partidos el brazalete con la
senyera y se ha sustituido por otro con los colores blaugranas.
El Camp Nou es el campo de los barcelonistas, claro
está. Y todos tienen derecho a defender las opciones que les venga en
gana. Pero la directiva tiene que saber interpretar a la mayoría,
representar al club. Adoptar posiciones aunque a veces sea incómodo.
La
diferencia entre un club propiedad de un acaudalado ruso, chino, de los
Emiratos Árabes, Singapur o de tantos otros países o que sus socios sean
los propietarios de la entidad radica justamente en eso. Así de
sencillo y así de difícil.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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