Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado El renacimiento del fascismo,
que versa sobre ese fascinante asunto de si el independentismo catalán,
además de ser el culpable del diluvio universal, la destrucción de
Pompeya, la caída del Imperio romano, la peste negra en Europa y la
muerte de Franco, también se ha dedicado a sembrar la piel de toro de
fascistas rebuznantes.
Es lo que sostienen los de Podemos, cuyo miedo es
inversamente proporcional a su inteligencia. Como si en España el
fascismo, el nazismo, el nacional-catolicismo, el fideísmo, el
absolutismo, la corrupción y el caciquismo hubieran estado ausentes un
solo minuto en los últimos trescientos años fuera de los escasos diez de
las dos repúblicas.
No
merece la pena detenerse en esta sinsorgada podemita. Ciertamente, el
independentismo catalán ha abierto una crisis constitucional por cuyo
sumidero puede irse al garete la transición, la Constitución de 1978
(que algunos de estos "izquierdistas" venían a derogar, habiéndose
convertido en sus monaguillos más fieles) y el reparto de prebendas de
un bipartidismo, convertido en un tetrapartidismo (quizá
pentapartidismo) tan corrupto como el primero.
No. El Estado español es intrínsecamente fascista y no tiene solución.
El renacer del fascismo
Se
debate sobre el motivo del resurgir de la extrema derecha en España; o
sea, sobre el resurgir del fascismo. Algunos lo juzgan una reacción al
independentismo catalán. Por ejemplo: Podemos. El deseo implícito en
esta falacia es que los catalanes se olviden de su reivindicación
nacional. De ese modo, la bestia volvería a su cubil.
Como técnica de
solución de conflictos no puede ser más ruin, pues trata de ocultar la
barbarie y la estupidez fascistas pidiendo a la gente que renuncie a sus
derechos, es decir, procurando que la víctima de la injusticia la
acepte. La rendición al chantaje del matón es obvia. Y estos eran los
que venían a empoderar a los de abajo y llevarlos de un salto a los
cielos.
Cuando
Aznar se aprestaba a constituir el primero de lo que sería una larga
ristra de gobiernos corruptos, incompetentes y ladrones, sus voceros en
todos los medios, públicos y privados, hablaban de la “derecha sin
complejos”.
Fascistas, opusdeístas, cavernícolas de todo tipo jaleaban
la resurrección de lo más delictivo y autoritario del franquismo. Y lo
llamaban el “centro derecha” que en nada se diferenciaba de la “extrema
derecha” pues según el propio Aznar, a su derecha no había nadie. Y así
llevaron el país a la catástrofe de la crisis de 2008 y la bestialidad
de los atentados de Atocha.
La
vuelta de lo más retardatario, casposo y brutal del españolismo se
aceleró con los gobiernos de Rajoy. Una suma de ineptos, ladrones,
señoritos, beatos y matones dedicada a esquilmar lo poco que quedaba
incluso por medios delictivos y que acabaría en buena parte delante de
los jueces. Si bien no todos, pues los principales responsables del
contubernio de granujas, los Rajoy, Cospedal, etc., siguen en la calle.
Fue
el hundimiento, mediante moción de censura, de aquel gobierno que
funcionaba inconstitucionalmente, a base de decretos-leyes y sin rendir
cuentas al parlamento, el que abrió las puertas a las formas más
patológicas del franquismo y al fascismo español. Así se ha visto en
Andalucía, en donde el “centro derecha” se alía con la “derecha” y la
“extrema derecha” en una prueba evidente de que estos matices
terminológicos no dicen nada pues todos son lo mismo: extrema derecha
franquista.
Los de PP son un partido fundado por un ministro del
dictador golpista; C’s no condena el franquismo y reproduce la
vertiente falangista de los “chulos de algarada”, como los definía el
propio Franco; Vox es la vertiente más cuartelaría, estúpida y
rimbombante del viejo franquismo nacional-católico.
Que
todos ellos coincidan en pedir la represión máxima en Cataluña, por
tanto, no es relevante. Coinciden porque son lo mismo. Esa recuperación
del espíritu nacional no se debe al resurgir del independentismo
catalán sino a la dinámica profunda del Estado español, incapaz de
evolucionar y adaptarse a las exigencias de una sociedad avanzada,
libre, abierta y plural. Incapaz de establecer un gobierno por
consentimiento de los gobernados sino solamente basado en el abuso, la
represión y, en definitiva, la dictadura.
El
Estado español no es comparable a nada en Europa, por mucho que sus
ideólogos e intelectuales orgánicos lo embellezcan, reputándolo
homologable con los de su entorno y por mucho que el muñeco parlante de
La Zarzuela lo repita en sus soporíferos discursos. No es más que el
intento de mantener el dominio imperial de un pueblo, el castellano,
sobre otros valiéndose de todos los medios, legales e ilegales.
Y en
ello colabora una sedicente izquierda que da por buena la idea de España
formulada por la vieja oligarquía corrupta y caciquil, al amparo hoy de
una corona desprestigiada, restablecida por un dictador sanguinario,
sin sombra de dignidad ni de legitimidad.
Lo
interesante no es la igualdad de las derechas entre sí, sino la
subalternidad de las izquierdas, el PSOE y Podemos; o sea, los
socialistas y comunistas de toda la vida. Incapaces de entenderse con el
independentismo (ni siquiera con el de izquierdas) y de formular una
propuesta coherente sobre el conflicto entre España y Catalunya,
terminan por defender el de la derecha amalgamada.
Todo el frente
nacional español, derechas e izquierdas, se encuentra en la designación
“constitucionalistas”, el conjuro que permite defender el
nacional-catolicismo tradicional oligárquico y caciquil como si fuera un
Estado de derecho.
Del
Estado español lo único que hay homologable a Europa es Catalunya. Por
eso quieren destruirla los fascistas y sus servidores de la izquierda.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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