Freixenet, la multinacional del cava de Sant Sadurní d’Anoia,
pasará en las próximas horas a manos alemanas después de una ardua
negociación de las diferentes familias en conflicto.
Su nuevo
propietario, la empresa Henkell, productora de vino
espumoso fundada en 1832 y la más exportadora del sector, se lleva el
gato al agua después de más de dos años de intensa negociación. En este
tiempo, el negocio de Freixenet se ha desplomado en el exterior, su
rentabilidad ha caído de una manera significativa y, como consecuencia
de todo ello, las familias propietarias habían dejado de cobrar jugosos
dividendos en los últimos ejercicios.
Un par de reflexiones al respecto. Que Freixenet quede en manos
alemanas es la ley del mercado y poco cabe decir ya que las compañías se
compran y se venden hoy en día en todo el mundo con absoluta
normalidad.
Ahora bien, si el presidente de Freixenet, José Luis
Bonet, se ha significado por ser un abanderado en contra del procés y por jalear irresponsablemente la marcha de empresas
-cuando solo se desplazaban sus sedes sociales-, que la suya pase a
manos alemanas no deja de ser una triste paradoja. Menos estar pendiente
de la paja en el ojo ajeno y más de la viga en el propio. Porque, al
final, esa sí que es una pérdida real de una empresa catalana.
En segundo lugar, una persona que en los últimos tiempos ha
protagonizado tantos debates políticos, ha dado tantas lecciones a
diestro y siniestro y no ha sido capaz de proteger su negocio quizás no
sea la más capacitada para seguir dirigiendo la Fira de Barcelona y la Cámara de Comercio de España. En definitiva, para tantas responsabilidades públicas como las que ha tenido en los últimos años.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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