VALENCIA.- El diestro lorquino Paco Ureña consiguió una oreja este sábado en la plaza de toros de Valencia,
un trofeo trabajado y hasta sufrido, pues su empeño por cortársela al
desclasado e incierto sexto toro le costó al lorquino una aparatosa y
fea voltereta. Del percance, aparentemente sin mayores consecuencias,
salió Ureña desmadejado y tinto en sangre del toro, para continuar entre
cierto patetismo una faena tan voluntariosa como la del tercero, pero
que esta vez tuvo su merecida recompensa.
Más que a sus toros, que
también, Enrique Ponce le ganó este sábado el pulso sicológico al
presidente de la corrida, solo que con la baza cierta de "jugar en
casa", en ese mismo ruedo que le ha visto triunfar decenas de tardes y
en el que cuenta con un público incondicional. Muy consciente de ello,
el torero de Chiva tuvo esta vez que luchar contra el criterio del
"árbitro" para conseguir su enésima salida a hombros en Valencia, una
vez que el titular del palco se cerró en banda y se negó a atender la
fuerte petición de oreja que provocó la faena del valenciano al primero
de la tarde.
Para no concederla el presidente se agarró,
probablemente, a la defectuosa estocada con que se remató un trasteo que
no pasó de fácil y vistoso, de más apariencia que compromiso, ante un
toro de sosa movilidad al que Ponce no contrarió. Pero tanto el torero
como el público se tomaron esa negativa como una afrenta imperdonable
que había que vengar fuera como fuera para que el ídolo local volviera
atravesar a hombros el umbral hacia la calle de Xátiva. Así que tanto
Ponce como sus partidarios se dispusieron a echar el resto con el
cuarto, un toro más hondo pero tan escasamente armado como sus hermanos,
que manseó en los primeros tercios y marcó una clara tendencia hacia la
querencia de tablas, aunque, como comprobó el avispado matador en un
quite por delantales, sin mayores complicaciones.
El largo oficio y
la reconocida habilidad de Ponce con la muleta fueron claves para
sujetar al toro en el tercio y, poco a poco, a base de no molestarle
demasiado, centrarle en la muleta, hasta llegar a lograr así dos
excelentes series de naturales, trayéndose embarcadas las embestidas,
que fueron la parte mollar del trasteo. Ya con el toro, y el público, en
el canasto, aún llegó un dilatado añadido de adornos, poncinas y demás
efectos especiales de un maestro de la escena que alargó a conciencia el
trabajo en busca no solo de la oreja correspondiente sino también de la
que antes le negaron. Es decir, esas dos orejas que le franqueaban la
puerta grande y que, ante una plaza de poncismo incondicional, el
presidente no tuvo más remedio que conceder aunque la estocada, con un
pinchazo previo, fuera tan defectuosa como la anterior. Y Ponce saboreó
su victoria en una lenta y pomposa vuelta al ruedo, dirigiendo retadoras
miradas al palco.
Por su parte, Alejandro Talavante pasaportó con
ligereza y displicencia un lote vacío de celo y de raza ante el que el
torero extremeño no disimuló su más absoluta desgana.
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