Aristóteles dedica el libro V de La política al
estudio de las revoluciones, sus múltiples causas y manifestaciones que
analiza minuciosamente; su distinta naturaleza, según su finalidad.
Pero a lo largo de todo el libro yace la idea de que la causa eficiente
de las revoluciones es un sentimiento de injusticia, el de no recibir
aquello a lo que se cree tener derecho.
Es
tal cual el caso de la revolución catalana, movida en su origen por esa
conciencia de injusticia al no recibir aquello a lo que la mayoría de
la población cree tener derecho, el derecho a decidir.
De
ahí, de esa injusticia fundacional, han derivado todas las demás, en
cadena, a modo de racimo. No se ha permitido a los catalanes hacer nada
y, sin embargo, lo han hecho a un coste muy alto por ambas partes en
términos simbólicos para el Estado y humanos para los indepes. Estos han
conseguido asimismo un gran éxito con la internacionalización del
conflicto a causa de las medidas represivas adoptadas en España.
Pero
la prosecución del proceso político contra el independentismo a cargo
del Supremo solo intensifica más el sentimiento de injusticia, de
maltrato, de falta de garantías democráticas que está en la base de esta
revolución. Las continuas citaciones a declarar de una cantidad
creciente de representantes democráticos con la amenaza de
procesamiento; la expansión de las causas al nivel municipal, la
incertidumbre acerca de qué están investigando los jueces y de qué se
acusa a los investigados, estan abocados a provocar situaciones
crecientes de desobediencia civil y mayor conflicto.
Este
gesto de las autoridades gironinas, ¿qué es sino una muestra más de
este espíritu republicano, de desobediencia? Y como este, va a tenerlos
el Estado a cientos. En algunos casos podrá recurrirlos; en otros, por
ejemplo este, no. Es perfectamente legal cambiar la rotulación de plazas
y calles por decisión de los gobiernos locales.
Y hay cambios que son
señales inequívocas de una dinámica de dos países distintos. El segundo,
el que está haciéndose en el curso de esta revolución tan atípica pero
tan profunda movida por un sentimiento de injusticia, que tiene también
ya sus efemérides, como el 1ºO. Porque es una revolución por los
derechos, por la democracia, por la dignidad de las personas.
Van a tener que encarcelar a media Cataluña o declarar el estado de sitio. O ambas cosas a la vez.
Porque es una revolución al modo aristotélico. La mayoría democrática catalana contra la oligarquía.
La corrala madrileña
¡Ay los madriles! En Valencia, la
asociación de presuntos malhechores (de ahora en adelante, PP), iba a lo
grande material (Fórmula I, Museos de esto y aquello, aeropuertos para
personas) y en lo espiritual (visita del PP y correspondiente cepillo en
B, subvenciones oficiales de la Ayuda Exterior); en Madrid, Villa y
Corte, va más al cotilleo, lo cutre y el cabildeo de las mafias (tambien
presuntas, claro) locales.
Pero afecta a todo el partido en todos los
niveles. Los cuatro presidentes/as del PP de la Comunidad están
pringados/as hasta las cejas en la Gürtel-Lezo-Púnica o cartaginense,
por decirlo en exquisita terminología jurídica.
A
todos nos importa un rábano lo que Granados diga sobre la vida privada
ajena. El asunto no es ese, aunque dé para la corrala madrileña.
El
asunto es que el PP de la Comunidad de Madrid ha funcionado como una
trama mafiosa, esquilmando los recursos de esta, atropellando los
derechos de los ciudadanos, conspirando en su perjuicio. Una trama
delictiva que se ha asegurado la impunidad a base de comprar
literalmente a la prensa y manipular el poder judicial en su beneficio,
así como de financiar ilegalmente las elecciones.
La
cuestión a la que estas damas y caballeros, tan altaneras y hasta
soberbios antaño, deben hacer frente hoy es la de sus responsabilidades
penales y/o políticas por los increíbles desmanes y fechorías que han
estado cometiendo.
Recientemente
se ha resuelto una de ellas tras intrincado periplo judicial en la que
los tribunales ordenan derribar la horterada del campo de golf en los
jardines de Chamberí (los del Canal) que Aguirre y González impusieron
contra todo sentido común, en lugar de la zona ajardinada que estaba
planeada en un principio.
Gracias a la tenacidad de Hugo Martínez Abarca quien
puso en marcha la asociación en contra de la tropelía de los peperos,
los madrileños han recuperado lo suyo. Pero, además, esa acción ha
servido también para dejar al descubierto los más innobles chanchullos
de esta banda con el Canal. Lo de siempre: descapitalización (por
restricción o saqueo directo), desmantelamiento y privatización prevista
para los amigos y parientes.
Sería
razonable pedir al PP nacional que disuelva el de Madrid y lo refunde
con una nueva comisión gestora; sería razonable de no ser porque eso es
exactamente lo que habría que hacer con el PP nacional, previa
ilegalización, por supuesto.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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