martes, 13 de febrero de 2018

Aristóteles y la revolución catalana / Ramón Cotarelo *

Aristóteles dedica el libro V de La política al estudio de las revoluciones, sus múltiples causas y manifestaciones que analiza minuciosamente; su distinta naturaleza, según su finalidad. Pero a lo largo de todo el libro yace la idea de que la causa eficiente de las revoluciones es un sentimiento de injusticia, el de no recibir aquello a lo que se cree tener derecho. 

Es tal cual el caso de la revolución catalana, movida en su origen por esa conciencia de injusticia al no recibir aquello a lo que la mayoría de la población cree tener derecho, el derecho a decidir. 

De ahí, de esa injusticia fundacional, han derivado todas las demás, en cadena, a modo de racimo. No se ha permitido a los catalanes hacer nada y, sin embargo, lo han hecho a un coste muy alto por ambas partes en términos simbólicos para el Estado y humanos para los indepes. Estos han conseguido asimismo un gran éxito con la internacionalización del conflicto a causa de las medidas represivas adoptadas en España. 

Pero la prosecución del proceso político contra el independentismo a cargo del Supremo solo intensifica más el sentimiento de injusticia, de maltrato, de falta de garantías democráticas que está en la base de esta revolución. Las continuas citaciones a declarar de una cantidad creciente de representantes democráticos con la amenaza de procesamiento; la expansión de las causas al nivel municipal, la incertidumbre acerca de qué están investigando los jueces y de qué se acusa a los investigados, estan abocados a provocar situaciones crecientes de desobediencia civil y mayor conflicto. 

Este gesto de las autoridades gironinas, ¿qué es sino una muestra más de este espíritu republicano, de desobediencia? Y como este, va a tenerlos el Estado a cientos. En algunos casos podrá recurrirlos; en otros, por ejemplo este, no. Es perfectamente legal cambiar la rotulación de plazas y calles por decisión de los gobiernos locales. 
 
Y hay cambios que son señales inequívocas de una dinámica de dos países distintos. El segundo, el que está haciéndose en el curso de esta revolución tan atípica pero tan profunda movida por un sentimiento de injusticia, que tiene también ya sus efemérides, como el 1ºO. Porque es una revolución por los derechos, por la democracia, por la dignidad de las personas. 

Van a tener que encarcelar a media Cataluña o declarar el estado de sitio. O ambas cosas a la vez.

Porque es una revolución al modo aristotélico. La mayoría democrática catalana contra la oligarquía.
 
La corrala madrileña
 
¡Ay los madriles! En Valencia, la asociación de presuntos malhechores (de ahora en adelante, PP), iba a lo grande material (Fórmula I, Museos de esto y aquello, aeropuertos para personas) y en lo espiritual (visita del PP y correspondiente cepillo en B, subvenciones oficiales de la Ayuda Exterior); en Madrid, Villa y Corte, va más al cotilleo, lo cutre y el cabildeo de las mafias (tambien presuntas, claro) locales. 
 
Pero afecta a todo el partido en todos los niveles. Los cuatro presidentes/as del PP de la Comunidad están pringados/as hasta las cejas en la Gürtel-Lezo-Púnica o cartaginense, por decirlo en exquisita terminología jurídica. 

A todos nos importa un rábano lo que Granados diga sobre la vida privada ajena. El asunto no es ese, aunque dé para la corrala madrileña. 

El asunto es que el PP de la Comunidad de Madrid ha funcionado como una trama mafiosa, esquilmando los recursos de esta, atropellando los derechos de los ciudadanos, conspirando en su perjuicio. Una trama delictiva que se ha asegurado la impunidad a base de comprar literalmente a la prensa y manipular el poder judicial en su beneficio, así como de financiar ilegalmente las elecciones.

La cuestión a la que estas damas y caballeros, tan altaneras y hasta soberbios antaño, deben hacer frente hoy es la de sus responsabilidades penales y/o políticas por los increíbles desmanes y fechorías que han estado cometiendo.

Recientemente se ha resuelto una de ellas tras intrincado periplo judicial en la que los tribunales ordenan derribar la horterada del campo de golf en los jardines de Chamberí (los del Canal) que Aguirre y González impusieron contra todo sentido común, en lugar de la zona ajardinada que estaba planeada en un principio. 
 
Gracias a la tenacidad de Hugo Martínez Abarca quien puso en marcha la asociación en contra de la tropelía de los peperos, los madrileños han recuperado lo suyo. Pero, además, esa acción ha servido también para dejar al descubierto los más innobles chanchullos de esta banda con el Canal. Lo de siempre: descapitalización (por restricción o saqueo directo), desmantelamiento y privatización prevista para los amigos y parientes. 

Sería razonable pedir al PP nacional que disuelva el de Madrid y lo refunde con una nueva comisión gestora; sería razonable de no ser porque eso es exactamente lo que habría que hacer con el PP nacional, previa ilegalización, por supuesto.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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