miércoles, 3 de enero de 2018

El eco de Charlot / Antoni Puigverd *

El año es nuevo, pero la política sigue bloqueada en un viejo laberinto. Llevamos unos 18 años dominados por un doble empate de impotencias. Doble porque, por un lado, tenemos la insomne confrontación Catalunya-España, pero por otro, dicha confrontación implica la división de los catalanes. Todo empezó, recordémoslo, con un choque de modelos que cristalizó en tiempos de Aznar. 

Durante su segundo mandato y gracias a la fuerza moral de su batalla contra ETA, Aznar cree estar en condiciones de rectificar lo que él siempre había considerado males de nuestra democracia: la ambigüedad de la Constitución y su organización territorial. En unos artículos escritos en 1979, antes de entrar en política, precisa su visión del asunto: “En lugar de concebir un plan ­serio y responsable de organización territorial de España, se ha montado una charlotada intolerable que ofende el buen sentido”.

Tuvo que esperar al 2000 para imponer su rectificación. Con mayoría absoluta, Aznar inició un proceso de identificación del nacionalismo en general (incluido el catalán) con el mal que representaba ETA. Su visión era la de un nacionalista español y consiguió convertirla en hegemónica mediante aquella demonización, que no hubiera sido posible sin la intensa colaboración de la prensa es­pañola y de la izquierda intelectual. Ha sido una hegemonía fortísima, indiscutible y transversal, ya que el PSOE o bien no se atreve cuestionarla o bien participa de ella añadiéndole un perfume propio: jacobino. Es una hegemonía con futuro, además, ya que C's es su quintaesencia (no es casual que coincida con FAES).

El reforzamiento de la opción independentista (minoritaria durante años) fue una reacción alérgica a la rectificación consti­tucional iniciada por Aznar. La ERC de Carod obtiene la llave del tripartito en el pró­logo de una confrontación con la visión az­nariana de España, que llevó, primero, a la renovación del Estatuto, después a la de­cepción por la sentencia del TC y, finalmente, al proceso independentista, percibido en los ambientes catalanistas como única salida a la asimilación.

En este camino, Catalunya perdió su airbag, que era el PSC, el único partido sóli­damente representativo de las dos grandes comunidades culturales catalanas. Reven­tado el PSC, se ha cronificado la confron­tación entre el modelo aznariano (percibido por los españoles como la única visión ver­dadera) y el modelo independentista (per­cibido también como la única posición del catalanismo).

El Estado puede vencer e imponer la interpretación más restrictiva de las leyes. Pero no consigue que una parte significativa de la población catalana se rinda. Aznar advirtió sobre la división étnica de Catalunya. Lo ha conseguido con la colaboración ciega del ­independentismo. Pero España no está ­unida, sino crispada. 

La economía española no podrá afrontar los severísimos deberes de la deuda con la locomotora barcelonesa ­gripada. Aquel que para empequeñecer el problema catalán recomendó empequeñecer Catalunya olvidaba un detalle esencial: también España pierde y se empequeñece severamente imponiendo el uniformismo.


(*) Escritor y poeta español en lengua catalana


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