El año es nuevo, pero la política sigue bloqueada en un
viejo laberinto. Llevamos unos 18 años dominados por un doble empate de
impotencias. Doble porque, por un lado, tenemos la insomne confrontación
Catalunya-España, pero por otro, dicha confrontación implica la
división de los catalanes. Todo empezó, recordémoslo, con un choque de
modelos que cristalizó en tiempos de Aznar.
Durante su segundo mandato y
gracias a la fuerza moral de su batalla contra ETA, Aznar cree estar en
condiciones de rectificar lo que él siempre había considerado males de
nuestra democracia: la ambigüedad de la Constitución y su organización
territorial. En unos artículos escritos en 1979, antes de entrar en
política, precisa su visión del asunto: “En lugar de concebir un plan
serio y responsable de organización territorial de España, se ha
montado una charlotada intolerable que ofende el buen sentido”.
Tuvo que esperar al 2000 para imponer su
rectificación. Con mayoría absoluta, Aznar inició un proceso de
identificación del nacionalismo en general (incluido el catalán) con el
mal que representaba ETA. Su visión era la de un nacionalista español y
consiguió convertirla en hegemónica mediante aquella demonización, que
no hubiera sido posible sin la intensa colaboración de la prensa
española y de la izquierda intelectual. Ha sido una hegemonía
fortísima, indiscutible y transversal, ya que el PSOE o bien no se
atreve cuestionarla o bien participa de ella añadiéndole un perfume
propio: jacobino. Es una hegemonía con futuro, además, ya que C's es su
quintaesencia (no es casual que coincida con FAES).
El reforzamiento de la opción independentista (minoritaria
durante años) fue una reacción alérgica a la rectificación
constitucional iniciada por Aznar. La ERC de Carod obtiene la llave del
tripartito en el prólogo de una confrontación con la visión aznariana
de España, que llevó, primero, a la renovación del Estatuto, después a
la decepción por la sentencia del TC y, finalmente, al proceso
independentista, percibido en los ambientes catalanistas como única
salida a la asimilación.
En este camino, Catalunya perdió su airbag, que era el PSC,
el único partido sólidamente representativo de las dos grandes
comunidades culturales catalanas. Reventado el PSC, se ha cronificado
la confrontación entre el modelo aznariano (percibido por los españoles
como la única visión verdadera) y el modelo independentista
(percibido también como la única posición del catalanismo).
El Estado puede vencer e imponer la interpretación más
restrictiva de las leyes. Pero no consigue que una parte significativa
de la población catalana se rinda. Aznar advirtió sobre la división
étnica de Catalunya. Lo ha conseguido con la colaboración ciega del
independentismo. Pero España no está unida, sino crispada.
La economía
española no podrá afrontar los severísimos deberes de la deuda con la
locomotora barcelonesa gripada. Aquel que para empequeñecer el problema
catalán recomendó empequeñecer Catalunya olvidaba un detalle esencial:
también España pierde y se empequeñece severamente imponiendo el
uniformismo.
(*) Escritor y poeta español en lengua catalana
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