Quienes siguen el proceso catalán saben
de la decisión de la CUP de distinguir dos ejes en su programa, el eje
nacional y el social. Y saben asimismo que, por razones tácticas la
organización privilegia el nacional.
Conocen, además, las razones y,
atendiendo a estas, interpretan sus sucesivas posiciones, según se
producen los acontecimientos: la independencia está declarada; se trata
de implementarla tras las elecciones ilegales e ilegítimas pero
obligadas; se apoyará el gobierno que implemente la independencia;
incluso se participará en él, llegado el caso y mediando decisión
asamblearia; no se pacta con unionistas ni ambiguos; no se participará
en un Parlament con mayoría unionista.
De momento. Sus aliados (PDeCat y
ERC) pueden decir muchas cosas de la CUP pero no que no hable con
claridad.
El
eje nacional. Lo nacional. Es, se quiera o no, la columna vertebral del
independentismo. Y se ventila, se quiera o no en las próximas
elecciones del 21D. Que son, se quiera o no, un referéndum. El
referéndum pactado que el bloque del 155 trató de evitar a toda costa y
ha tenido que aceptar, quiera o no, por imposición de la UE.
Tras todos
los debates sobre derechos, políticas, medidas, autonomías,
intervenciones y encarcelamientos, lo que se juega en estas elecciones
es qué prevalece: una sola nación española que incluye a Cataluña sin
reconocerle condición nacional o una nación catalana que emerge
protegida por un Estado propio en condiciones de igualdad y, a ser
posible, buena vecindad con la nación española y su Estado.
Lo
que se ventila es el tema nacional por encima de la política de
partidos. Y ese es el hilo argumental de Puigdemont y su candidatura de
JxC: la nación, Cataluña, está por encima de los partidos. Debemos ser militantes de Cataluña más que militantes de cada partido, dice, en una especie de actualización de la union sacrée francesa
de la Iª Guerra Mundial. Palinuro ya señaló que suena aquí una nota
gaullista, prolongación de aquella en la IIª GM. Las similitudes son
llamativas: desde el exilio se alza la bandera de la Catalogne combattante. Puede sonar también a caudillista, pero es un caudillismo de bufanda amarilla, muy de sociedad civil.
La
formulación más cruda de esta primacía de la nación sobre el pluralismo
partidista, y la que más se usa para criticarla y combatirla es la
célebre afirmación del Kaiser Guillermo II en el Parlamento, también en
aquella Iª GM: "¡Ya no conozco partidos. Solo conozco alemanes!" En
abstracto, suena horrorosamente; en concreto, tiene una enorme fuerza de
movilización. Aunque los críticos suelen decir que esas movilizaciones
acaban en desastres.
Y
¿tiene la nación catalana que Puigdemont abandera algo en special que
la ponga al abrigo de esos desastres? ¿Es el nacionalismo catalán
distinto de los muy frecuentes movimientos etnicistas? Sí, tiene algo
que no suele aparecer porque la independencia, con su fulgor, deja en la
penumbra a su inseparable compañera, la República. El independentismo
no solo es revolucionario por independentista sino por republicano.
La
nación catalana no es una nación étnica, sino política. Es una nación
republicana. Incidentalmente, esta es la razón verdadera del fracaso de
la izquierda española ante Cataluña y que quedó pendiente en el post de
ayer.
El
distanciamiento de Puigdemont respecto al PDeCat obedece a esta
intencionada prevalencia de lo nacional en lo que, paradójicamente,
coinciden los dos extremos del arco parlamentario, quienes hasta hace
poco representaban a la derecha y quienes siguen representando la
izquierda radical.
De esta forma se consolida la figura simbólicamente
gaullista del presidente y se le exonera de la acusación de envolverse
en la bandera para ganar votos. Y eso, justamente, da a esta candidatura
mucha fuerza atractiva entre quienes se sienten interpelados por el
llamamiento del Kaiser.
Eso
es algo que los de ERC reconocen y fomentan abiertamente. Todo lo que
sea recabar votos para la causa común, vayan a donde vayan en concreto,
es digno de encomio desde el punto de vista de unidad de acción que
todos están interesados en mantener.
Pero,
al mismo tiempo, ERC tiene su alternativa propia que, como la de la
CUP, se planteará políticamente una vez la República esté implementada.
Algo lógico. Pero esa alternativa también puede tener una versión en el
eje nacional, ¿por qué no? Se postula una sola nación, pero se puede
querer más de un color que de otro.
La
alternativa de ERC también puede formularse en el ámbito simbólico y de
imagen. El candidato en el exilio tiene un toque gaullista de
salvación. El candidato en prisión tiene otro más sentimental de
redención. Pero también con mucha fuerza. El Frente Popular triunfó
cuando los anarquistas votaron para sacar a los presos de las cárceles.
El candidato Junqueras tiene muy mermadas sus posibilidades de
comunicación y es de esperar que ese handicap injusto sea continuamente
mencionado por los demás participantes en la competición.
No
debe olvidarse que, si el elemento decisivo en la consideración del
nacionalismo catalán como nacionalismo cívico es su carácter
republicano, ERC lo lleva en su nombre. Hace más de ochenta y cinco
años. Esa es la izquierda que tiene en la reserva con garantías la
recuperación de una República que fue arrebatada a la gente por la
fuerza de las armas y a la que la izquierda española ha renunciado.
Por eso la izquierda catalana tiene una nación y la española, no.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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