A falta de tres días de que se consume el fracaso de los defensores de los causantes del artículo 155
de la Constitución y de aquellos que hacen befa con el exilio de
Puigdemont, con la prisión de Junqueras, con las medidas disciplinarias a
Jordi Sánchez en Alcalá-Meco o que llaman "banda de tarados" a los
asistentes a una performance en apoyo de los presos, la campaña de las elecciones del 21-D
nos ha dejado hoy un clásico de cada vez que hay cita con las urnas: el
desembarco.
La visita a Catalunya del estado mayor de los partidos
españoles, de los generales de las fuerzas políticas que tienen
terminales políticas en Madrid. Unos y otros vienen poco durante el
año, pero en campaña no acostumbra a faltar ninguno: Rajoy, Soraya y
Cospedal, por el PP, se han repartido por Catalunya; Pedro Sánchez y
Zapatero, por el PSOE, han estado en Barcelona; y Rivera por Ciudadanos
en l'Hospitalet.
La primera característica es que ninguno hace promesas como en otras
campañas. No habrá, por ejemplo, nuevas inversiones en infraestructuras.
En esta ocasión han venido a cobrarse el 155. Con qué ardor defienden
la supresión de la autonomía en Catalunya, el cese del Govern y las amenazas de que sin una rectificación pública las medidas coercitivas se mantendrán sine die.
Tanto es así, que la vicepresidenta no ha dudado en otorgar el trofeo a su jefe, Mariano Rajoy, y de presumir del descabezamiento de Junts per Catalunya y de Esquerra
que, ciertamente, afrontan la campaña más decisiva sin sus líderes por
la actuación de la Fiscalía y la decisión de los jueces. La campaña
tiene estas cosas: uno habla tanto que acaba diciendo lo que piensa más
que lo que quiere y con ello poniendo en un apuro a las instancias
judiciales y sembrando dudas. La Fiscalía deberá pronunciarse ante la
demanda anunciada por Junts per Catalunya.
Faltan tres días para el 21-D y a la campaña le falta tan solo el
último impulso, el que acaba decantando mayorías y haciendo más cómoda
la gobernación. El independentismo tiene al alcance de la mano una
victoria histórica. Superior a la de 2015 ya que las condiciones de
estos comicios no han sido las normales y no ha habido
igualdad entre todos los candidatos. Algo de lo que ya se ha cuidado el
Tribunal Supremo no permitiendo la campaña en ninguno de los formatos de
los presos de Estremera y de Alcalá-Meco.
Unas elecciones siempre son, por si mismas, decisivas. Pero ninguna
lo habrá sido tanto como estas, las primeras en las que se busca acabar
con una determinada idea de país. Dejar Catalunya como
una autonomía más. Obviamente, no como Euskadi y Navarra, sino como
todas las otras. Eso es lo que está en juego el 21-D, más allá de
palabras y discursos y lo que quieren validar en las urnas los del 155.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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