Bruselas no tiene un color especial, como mucho posee el
tono plomizo de sus cielos. Sin embargo, ayer se vistió de amarillo, que
es la gama elegida por la ANC y Òmnium para visualizar la presencia
catalana en la capital de Europa. Se trata del color de los lazos en
solidaridad con quienes permanecen presos por el acelerón final del
proceso (Junqueras, Forn, Sànchez y Cuixart).
La movilización resultó
espectacular: una de las características del mundo independentista es su
capacidad de acudir adonde se le diga, con una disciplina casi militar.
Así que allí estaban más de 40.000 personas llegadas por tierra, mar y
aire. Muchas en autocar, tras 20 horas de carretera.
La voluntad política del independentismo fue instalar el
proceso en Bruselas. En la sede de una UE que no ha querido saber nada
–o bien poco– de sus aspiraciones. En estos cinco años, que se iniciaron
con el portazo de Artur Mas a Mariano Rajoy, después de que pidiera el
pacto fiscal cuando España estaba a las puertas de ser rescatada, ningún
presidente de la Generalitat ha sido recibido por el presidente de la
Comisión.
Ahora la ANC y Òmnium han pedido una reunión con Jean-Claude
Juncker para solicitar la implicación de la UE en el contencioso catalán si
las fuerzas secesionistas obtienen la mayoría el 21-D, aunque no parece
que el luxemburgués tenga interés en hacer un hueco en su agenda.
En cualquier caso, la manifestación frente a las instituciones europeas
(pasaron frente al edificio de la Comisión y del Consejo Europeo) fue
una acción de fuerza independentista y, sobre todo, el gran acto de
campaña de Junts per Catalunya.
En estas elecciones, no sólo está en
juego si son los soberanistas o los constitucionalistas quienes tienen
una mayoría en el Parlament, sino qué fuerza liderará el mundo
independentista, unido en los discursos, pero con serias discrepancias
tanto en lo personal como en lo estratégico. Aunque se diga con la boca
pequeña.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario