El último en decirlo ha sido el portavoz de la ejecutiva del PSOE, Óscar Puente: la retirada del 155 va
a depender del gobierno que salga de las elecciones al Parlament de
Catalunya del próximo 21 de diciembre.
O sea: primero miro los
resultados y veo si me gustan, si me permiten seguir con la política de
laminación de la autonomía, la lengua y la cultura catalana. Hablo con
PP y Ciudadanos, y si podemos gobernar, lo levantamos; y si no, decimos
que no se dan las circunstancias para ello.
Hasta la fecha solo habíamos oído este discurso de boca de portavoces
del PP. Sonaba tan irreal que parecía que no era creíble. ¡Gran error!
Ahora sabemos que cuando se aprobó en el Senado el 155 no solo se cesaba
al Govern, se suprimía la autonomía y se convocaban una nuevas
elecciones en Catalunya, sino que, en función de lo que votaran los
catalanes, se haría una cosa u otra.
No es suficiente con que haya un
candidato en el exilio —Carles Puigdemont— y otro en prisión —Oriol Junqueras—, con
los inconvenientes que ello supone para llevar a término cualquier
campaña electoral. Es necesario también que los catalanes no los voten.
Que voten a “candidatos normales”.
El hecho de que todo esté pensado no quiere decir que sea
irreversible. Una marea de votos independentistas haría inviable
cualquier acuerdo de despacho entre PP, PSOE y C's. El Estado lo sabe, y
por eso ha organizado estas elecciones tan anómalas. Falta por ver si el
independentismo lo entiende así antes del día 21 o espera a lamerse las
heridas el día después.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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