Después del torrente de amenazas del
gobierno y su partido al independentismo el sábado pasado, el domingo,
día del señor, el tono general ha sido más llevadero y civilizado. Pero
la conclusión es la misma: los nacionalistas españoles no saben qué
hacer, no saben cómo detener un proceso que, a su juicio, puede acabar
con el Estado (lo de la nación queda para más abajo) como ellos lo
conciben. El barco del posible entendimiento que llevaba años amarrado
esperando y proponiendo alguna forma de acuerdo, finalmente ha zarpado
rumbo al 1/10 y ellos se han quedado en tierra, sin saber qué hacer, sin
entender lo que ha pasado.
No
obstante, es bien sencillo para quien sepa ver las cosas con
discernimiento. Todavía hoy pueden encontrar la solución si quieren.
Ayer publicaba La Vanguardia una entrevista a Puigdemont firmada por el director, Marius Carol,
a quien cabe felicitar por lo pertinente y profesional de sus
preguntas. Las respuestas no desmerecieron. La entrevista aclara muchas
cosas, desde las prácticas sobre la urnas y dónde están esas pícaras
urnas, a las políticas de altos vuelos sobre si España tiene un proyecto
para España, pasando por las personales de qué hará el MH cuando haya
cumplido su palabra.
Aconsejo su lectura porque en España, hay pocas
ocasiones de escuchar y leer en directo al independentismo catalán y,
por lo tanto, de hacerse un juicio justo. Pero permítaseme llamar la
atencion sobre una respuesta de Puigdemont (que, por cierto, no veo
reproducida en la versión escrita) según la cual: "estamos dispuestos a
pactar la fecha, la pregunta y la mayoría". Y eso afecta al breve mes
que queda. Si no hay pacto es porque le gobierno y los nacionalistas
españoles de todo signo, izquierda incluida, no quieren.
¿Por
qué no quieren? Porque tienen miedo a un resultado que desmienta la
idea de nación española que intentan imponer. Y tienen que imponerla
porque ni ellos mismos la entienden ni confían en ella.
Ayer publicaba José Ignacio Torreblanca un interesante artículo en El País, titulado el fracaso del nacionalismo catalán.
Dado su argumento principal, también podría llamarse "el fracaso de los
nacionalismos en España" puesto que traza un paralelismo entre lo que
considera el auge y caída de tres de estos: el castellano, el vasco y el
catalán. La idea es brillante y tratada con mesura y elegancia. Pero
tiene un punto oscuro en su mismo arranque que, a mi entender, falsea la
conclusión, convirtiéndola en un puro deseo: el fracaso sucesivo de
estos tres nacionalismos permitirá que por fin despliegue sus alas la
nación española que será la que quede, democrática, abierta al mundo,
respetuosa con la pluralidad de sus elementos componentes, etc., etc.,
más o menos, lo mismo que, predicado por otros de sus respectivos
proyectos, resulta ser la vana ilusión de una imposible arcadia.
Y
es un punto oscuro (por lo demás, muy interesante pues toca el
trigémino de la nación española y el llamado "ser de España") porque no
queda clara la diferencia entre una nación española buena (que, por
cierto, está por ver) y una nación castellana intolerante y
supremacista. Nada clara. De darse así ¿cuál es el soporte material de
la nación española? ¿Galicia? La nación española no existe fuera de
Castilla y sus proyecciones/posesiones. Y tampoco existe la nación
castellana que, si acaso, fue muerta en Villalar. Lo que existe es el
resto de un imperio que ha ido mermando geográficamente y no ha sabido
convertirse en nación en sentido moderno. A veces, para sobrevivir, se
ha disfrazado de la nostalgia imperial de Castilla (basta con leer a la
generación del 98, que iba de España a Castilla y de Castilla a España
sin saber en dónde quedarse) como el que se envuelve en un sudario.
El
punto más negro de ese punto oscuro es la idea de que el
nacionalcatolicismo comienza con el franquismo. Quien acepte eso ha
perdido de vista el problema. España ha sido siempre nacional-católica,
desde Trento hasta hoy. No existía el nombre, pero sí la cosa. Lo que
hizo el franquismo fue imponerlo a (más) sangre y (más) fuego de lo
habitual. Volvió a sembrar de cadáveres una nación difunta.
La nación española, si alguna vez pudiera ser, está enterrada en las cunetas de los caminos que ya no conducen a ninguna parte.
Por
último, un pequeño toque de sorpresa. Cuando el conflicto ha llegado a
este punto, con las opciones enfrentadas bien claras, siempre hay un
alma piadosa que trata de embarullarlas un tantico, solo para que
parezcan más humanas. Iglesias, Colau y Doménech con sus huestes (pero
sin las de Dante Fachín) convocan una Diada por separado en Santa Coloma
de Gramenet con el fin oficial de defender la soberanía de Cataluña. No
lo hacen en nombre de la unidad, cual suelen, pero sí en pro de un
pueblo catalán unido en el derecho a decidir.
¿No tiene esto cierto tufillo lerrouxista?
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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