Manuel Valls viene seguro. El martes desvelará sus intenciones pero ese
es el pronóstico que en los últimos días se repite en las conversaciones
más o menos menos formales, sean cenas o conferencias de políticos, en
las que participan representantes de la sociedad civil barcelonesa que a
menudo coinciden en actos.
En uno de esos encuentros, una buena
conocedora de los contactos que el exprimer ministro francés lleva
manteniendo desde hace meses con la flor y nata de la capital catalana
explicaba que Valls ya ha entendido que no puede presentarse como el
candidato de Ciudadanos y que debe aparecer como el alcaldable de una
plataforma que aspire a aglutinar a votantes de Albert Rivera pero
también del PP y del PSC.
Tiene que ser algo parecido al movimiento En Marche! de
Macron o Ciutadans pel Canvi, la plataforma que se inventó Pasqual
Maragall en 1999 para que le apoyase la primera vez que se presentó a
unas elecciones autonómicas (para gran cabreo del PSC, que entonces aún
era su partido).
Valls ha llamado a la puerta de algunos de los cerebros
de la plataforma que se inventó Maragall para que le ayuden a diseñar
la campaña. Guillermo Basso, socio del experto estratega Xavier Roig, es
una pieza clave en la estructura que está creando el político francés.
Entre 1995 y 1998 estuvo en el gabinete de alcaldía y después fue uno de
los impulsores de Ciutadans pel Canvi.
La burguesía catalana siempre había estado cómoda con
Maragall en el Ayuntamiento de la capital. Podían votar a Pujol en las
autonómicas y al PSC en las municipales. Y eso que si alguien tenía mala
relación, incluso personal, eran Pujol y Maragall. Algunas de las
campañas de descrédito que la Convergència del momento impulsó para
difamar al exalcalde y después expresident serían dignas de llevar la
firma de Frank Underwood.
Maragall, a quien ni su partido ni los adversarios trataron con el
respeto que su figura merecía, se ha convertido ahora en la figura a
reivindicar. El equipo de Ada Colau se presenta cada vez más como el
heredero de una manera de entender la gestión municipal tan exitosa como
personalista. Colau tiene su ambición pero no su olfato político.
Ahora bien, puestos a comparar, tampoco Valls tiene nada que ver con
Maragall. Es lógico que personas muy próximas al exalcalde se ofendan
cuando leen que los estrategas de Valls pretenden presentarle como el
nuevo Maragall. Vale la pena leer (o releer) 'Pasqual Maragall, pensament i acció (La
Magrana), el libro que mejor ha resumido la trayectoria política de
este político, para entender que Valls no resiste la comparación.
Por
resumir, Maragall nunca hubiese permitido la expulsión de una niña gitana
durante una excursión escolar. Cosa que Valls sí hizo. ¿Se imaginan a
Maragall hablando de la "región catalana"? No, porque tenía claro que
Catalunya es mucho más que eso. A Valls ya le han aconsejado que no
vuelva a repetirlo y más cuando quiere presentarse como el garante del
catalanismo de orden.
Para evitar que la campaña se
convierta en un duelo entre Colau y Valls, el independentismo ha movido
ficha aunque no lo tiene nada fácil. ERC ha confirmado lo que era un
rumor a voces y su candidato será Ernest Maragall, "el auténtico
Maragall", como lo definió su hermano Pasqual. Pero de eso hace ya
mucho.
En la otra acera del independentismo, un
PDeCAT más que débil confía en que pueda dignificar su resultado con
otro político formado a la sombra del maragallismo: Ferran Mascarell. El
actual delegado de la Generalitat en Madrid es, desde hace años, el
eterno aspirante a alcalde de Barcelona.
Las próximas
semanas oiremos hablar mucho de maragallismo. Incluso de maragallismo
de derechas, el último oxímoron de moda. Lo reivindicarán como propio
los que intentaron cargárselo, empezando por el que fue su partido, y
los que jugaron sucio con él. También los que no se parecen en nada
a Maragall pero les conviene venderse como sucesores suyos. Nadie dijo
que la política fuese una actividad limpia.
(*) Periodista