El ministro de Asuntos Catalanes, José
Borrell, se ha tomado a pechos eso de combatir la hegemonía del relato
independentista en el exterior. Sigue presentándose como ministro de
Asuntos Exteriores, título oficial, pero solo habla de Catalunya donde
quiera que vaya.
¿Un acto de la Cámara de Comercio de España en Nueva
York titulado Latinoamérica, Estados Unidos y España en la Economía Global? Él habla de Catalunya.. ¿Una conferencia del Centro Jean Monnet de la Universidad de Nueva York sobre los problemas de la Unión Europea? Él sigue hablando de Catalunya.
Sí, es un ministro de Asuntos Catalanes. Más concretamente, un ministro
anticatalán de Asuntos Catalanes. Puede parecer extraño, pero Catalunya
está acostumbrada a que los gobiernos españoles se constituyan en
contra de ella.
Y
¿qué dice el ministro de AACC en su mucho hablar? Que siente como su
deber impedir la pérdida de Catalunya; que se trata de una cuestión
existencial. Quiere decir esencial. Los existencialistas dejaron a los
dogmáticos muy descolocados. Y como es una cuestión "existencial", él ha
decidido retornar a la política. No miente; simplemente no sabe lo que
dice. Jamás ha dejado la política; a lo que ha vuelto ahora es a ser
ministro.
Y
este neoministro dice que va a contrarrestar el relato independentista,
hoy triunfante, pero falso, con el verdadero, que trae él en las
alforjas. No obstante, para echar realismo al objetivo y no suene a
elixir de la eterna juventud, pide veinte años para resolver "la
cuestión catalana". Si el hombre es la medida de todas las cosas, según Protágoras, esa solución queda peligrosamente cerca del más allá.
No
nos detengamos en futesas. ¿En qué consiste el relato triunfante? En la
habitual melopea de falacias e incongruencias con que el unionismo
español pretende ocultar que, como dice Iu Forn, entre la unidad de España y el Estado de derecho,
España ha escogido la primera, mandando bravamente el Estado de derecho
al basurero de la historia. Es decir, la misión del ministro español es
inventar un relato que convierta la oligarquía autoritaria española y
su cleptocracia en un Estado de derecho contra toda evidencia.
Porque el
problema no es que sea difícil luchar contra las imágenes de policías a
palos con gente pacífica. El problema es que los jueces,
parlamentarios, partidos y medios de comunicación del Estado están a la
altura de esos policías, cosa que ha visto todo el mundo.
El problema es
que un país con presos políticos no puede ser un Estado de derecho por
mucho que pregunte indignado el ministro si la gente sabe qué es un
preso político.
Pregunta estúpida, con permiso del señor conferenciante,
porque sí lo sabemos y porque lo sabemos, sabemos que los Jordis y
compañeros/as son presos/as políticas/os. Y lo sabe todo el mundo. El
ministro, también.
En
un Estado de derecho nadie está por encima de la ley y en España lo
está el rey. Y no merece la pena seguir con el contrarrelato del
ministro de propaganda española que tiene curro por delante si, además,
como parece, pretende también contrarrestar la Leyenda Negra.
Nadie
recordará al ministro la vieja distinción de Ortega entre la España
oficial y la España real. Pero es oportuna. Él, el ministro de Asuntos
Catalanes es la España oficial. La España real es un gobierno socialista
a punto de emplear el 155 en Catalunya; una oposición a la que esto le
parece una concesión y exige la intervención directa; unos "jarrones chinos" que ya están pidiendo la supresión de la autonomía;
unos medios dedicados a la censura y manipulación y al intento de
acallar a los medios plurales; unos jueces que tienen prejuzgadas a
centenares de miles de personas como delincuentes por ser
independentistas; una causa general política contra el independentismo
que promete ser tan increíble como los procesos de Moscú.
Ignoro
hasta qué punto esta cuestión abruma al ministro que habla de veinte
años como en el tango. Cuando salga de la España oficial y se encare con
la real comprenderá que su empeño solo oculta su frustración, que
también le revela el tango: "tengo miedo del encuentro/con el pasado que
vuelve/a enfrentarse con mi vida."
En veinte años, ministro, los independentistas en Catalunya estarían en torno al 55% solo por razón del envejecimiento natural de la población.
Pero no debe cundir la alarma. Al paso que va todo Catalunya será
independiente mucho antes. ¿Si se cambia el paso -preguntan los
"dialogantes" del PSOE- se cambiarán los tiempos? Por supuesto. Queda
por ver si para retrasarlos o acelerarlos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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