Mucho más grave que la retirada a los aficionados blaugrana de cualquier simbología que llevara el color amarillo por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en el partido de la final de la Copa del Rey de fútbol celebrado el pasado sábado en el Wanda Metropolitano, son las estúpidas explicaciones que se han dado por parte del Gobierno, el PP y Ciudadanos. 

Y también el clamoroso silencio socialista hasta hace unas horas, en que quizás, oliendo el inconfundible olor a quemado del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, han corrido a apuntarse a la fiesta. Veremos qué acaban haciendo en la petición de reprobación planteada, entre otros, por Esquerra y PDeCAT.

Que C's considere unas camisetas de color amarillo susceptibles de provocar enfrentamientos, solo puede obedecer a dos razones: un profundo desconocimiento de la afición blaugrana, a la que ofenden gratuitamente, o la necesidad de dar cobertura a una arbitrariedad injustificable. Quizás así se entiende que el francés Manuel Valls haya utilizado la palabra “guerra” al hablar del procés y su disposición a encabezar la candidatura a la alcaldía de Barcelona de la formación naranja. 

Por cierto, que no se equivoque el independentismo. Valls, si acaba aceptando el envite, es muy buen candidato en un contexto electoral volátil como el actual y con todo el aparato mediático y económico del Estado a su favor. A un año de las elecciones municipales el independentismo tiene mucho trabajo por delante si quiere ser el tercero en discordia y ganador frente a Colau y Valls, empezando por dejar atrás su actual división y las luces cortas.

Volvamos al amarillo: la directiva del Fútbol Club Barcelona ha dicho que pedirá explicaciones al gobierno español y a la Federación Española de Fútbol por lo sucedido. Más de setenta horas después del evidente maltrato a muchos de sus aficionados, la respuesta se antoja insuficiente. Entre las primeras medidas de una directiva está la protección de los socios y seguidores del club por muy incómodo que sea. 

En este caso, hay que llegar hasta el final y exigir las responsabilidades que sean necesarias. Entre otras cosas, por higiene democrática.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia