Una de las razones que se dan con mayor frecuencia en círculos del
establishment político-mediático español para explicar el crecimiento
del independentismo en Catalunya es que la mayoría de la población
catalana ha sido sujeta a un lavado de cerebro durante la mayoría de los
años de gobierno en Catalunya por partidos nacionalistas catalanistas,
lo que explica su creciente deseo de separarse del resto de España,
deseo que sería fruto de su supuesto adoctrinamiento en un sentimiento
anti-español.
Ha habido voces, predominantemente de la derecha catalana,
de orientación conservadora y/o neoliberal, que han ayudado a que se
creara esta percepción a través de mensajes y eslóganes como “España nos roba”,
con los que han contribuido a la extensión en España de tal lectura de
lo que está ocurriendo en Catalunya.
Las declaraciones en La Sexta Noche del
que fue presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha, y Ministro de
Defensa durante el gobierno del PSOE (dirigido por el Sr. Zapatero), el
Sr. José Bono, son un caso claro de este pensamiento dominante que
atribuye lo que pasa en Catalunya a una manipulación de los sistemas
públicos de información y de las instituciones públicas de reproducción
de valores por parte de los partidos gobernantes en la Generalitat de
Catalunya.
Sin negar la instrumentalización de tales medios por los gobiernos
Pujol, Mas y Puigdemont (que yo he criticado extensamente), que se
presenta incluso con mayor intensidad en las otras comunidades autónomas
de España (donde los medios de información están también
instrumentalizadas por los partidos gobernantes), tal hecho es
insuficiente para explicar el creciente deseo que existe entre grandes
sectores de la población catalana de separarse de España.
Dicha
manipulación de los medios de información por parte de los gobiernos
nacionalistas catalanistas de la Generalitat de Catalunya ha sido
constante durante más de treinta años de mandato y, sin embargo, el
crecimiento del independentismo se ha dado solo recientemente y de una
manera muy rápida, y muy en especial, desde que el Tribunal
Constitucional del Estado español rechazó elementos muy importantes del
Estatut propuesto por el gobierno catalán tripartito presidido por el
socialista Pasqual Maragall (durante los pocos años que Catalunya ha
estado gobernada por las izquierdas), y que fue aprobado por el
Parlament, por las Cortes Españolas y refrendado, más tarde, por el
pueblo de Catalunya.
Las causas verdaderas del crecimiento del independentismo
en Catalunya: el nacionalismo uninacional del Estado español Borbónico y
del establishment político-mediático español
El hecho de que las derechas y muchas izquierdas españolas asignen la
responsabilidad de tal crecimiento a las políticas informativas y
educativas del gobierno catalán, se debe a su deseo de negar cualquier
responsabilidad del Estado español en el crecimiento del
independentismo, que es precisamente la causa mayor del aumento en
grandes sectores de la población catalana del deseo de separarse de
España.
La causa de este crecimiento no se encuentra, pues, en
Catalunya, sino primordialmente en las políticas públicas del Estado
central basado en la capital del Reino (que tiene poco que ver con el
Madrid popular), centro del nacionalismo españolista, que es la primera y
más importante causa de aquel crecimiento. Debería ser obvio que para
entender qué pasa en Catalunya hay que conocer el pasado oculto
(olvidado deliberadamente en la historia oficial del país) y el presente
sesgadamente mostrado por el establishment político-mediático del país,
del cual el Sr. Bono es representativo.
Hoy tal nacionalismo
uninacional, cuya máxima expresión fue la dictadura franquista que
existió en España durante cuarenta años y cuya cultura ha permanecido en
la democracia que le siguió, y que pervive como consecuencia de que la
transición (mal llamada modélica) de la dictadura a la democracia no fue
una ruptura con el Estado anterior, sino una apertura para poder
incorporar elementos de democracia que le permitieran entrar en la Unión
Europea, elementos que eran muy insuficientes para poder homologar la
democracia existente en España a la de la mayoría de los países de dicha
comunidad político-administrativa.
El nacionalismo uninacional españolista que no se define como nacionalismo
El Estado español ha sido siempre el máximo instrumento de ese
nacionalismo españolista, vehiculado por la Monarquía Borbónica. Esta
visión uninacional es también dominante en la intelectualidad española. Y
es tan poderosa y tan generalizada que los autores que la reproducen ni
siquiera son conscientes de ello. Es característico de cualquier
discurso dominante discriminatorio que el que lo reproduce ni se dé
cuenta de ello.
En una cultura machista, por ejemplo, las expresiones
machistas que se utilizan en el lenguaje ni siquiera son reconocidas
como tales por las personas que las utilizan, pues ni siquiera son
conscientes de ello. Tales términos están tan integrados en el lenguaje y
manera de pensar dominante que ni siquiera son considerados
ideológicos: se consideran como un lenguaje neutral, razonable y/o
lógico. Lo mismo ocurre, pues, con el nacionalismo españolista, que ni
siquiera se considera nacionalismo. Dicho término, “nacionalismo”, se
utiliza para definir a los nacionalismos periféricos como el catalán, el
vasco o el gallego.
Pero nunca para definir el nacionalismo
españolista. Oír a un Vargas Llosa, o a un Fernando Sabater o a un José
Bono diciendo que los nacionalismos son malos, definiendo como tales
solo a los periféricos, sin reconocer que ellos son, a su vez,
profundamente nacionalistas, imponiendo su nacionalismo a todos los
demás, es característico de lo que ocurre hoy en España. Todos ellos han
publicado artículos o hecho declaraciones demonizando a los
nacionalismos periféricos con argumentos típicos del nacionalismo
españolista, acentuando la uninacionalidad de España, mensajes
transmitidos en El País y otros medios del establishment político-mediático del Estado borbónico.
Este nacionalismo uninacional fue impuesto a sangre y fuego en
Catalunya durante la Guerra Civil. No se quiere reconocer que, por
ejemplo, el idioma catalán fue prohibido por los ocupantes de Catalunya
(solo tolerado en el ambiente familiar), permitiéndose hablar solo “la lengua del imperio”,
como se definió al castellano. El fascismo, máxima expresión del
nacionalismo españolista, significó una opresión no solo de clase
social, sino también de nación.
Esto último nunca se reconoce o admite, y
se olvida deliberadamente su enorme brutalidad, que incluso sorprendió a
dirigentes del nazismo alemán y del fascismo italiano, de visita a
Barcelona durante la ocupación (ver el capítulo X, “La llarga nit del
franquisme”, en Josep Fontana,
La formació d’una identitat. Una historia de Catalunya).
El terror fue una táctica impuesta por los golpistas que interrumpieron
un sistema democrático republicano, pues las fuerzas ocupantes del
nacionalismo españolista sabían que tenían a la mayoría de la población
en contra. (Ver “Una breve historia personal de nuestro país” en
www.vnavarro.org, 26.09.17)
La imposición del nacionalismo uninacional españolista
En Catalunya hubo un intento de genocidio cultural, hecho
desconocido, ignorado, ocultado o ninguneado por el nacionalismo
españolista. Hubo una represión brutal que se sumó al terror extendido a
lo largo de toda España, impuesto por las oligarquías y élites de la
estructura de poder en contra de la mayoría de las clases populares,
terror causado por las mismas minorías que actuaron en contra de la
cultura catalana. De ahí que las izquierdas catalanas siempre
defendieran que la lucha por la liberación de las clases populares y de
la nación catalana eran la misma, hecho que incluso la derecha
nacionalista catalana dirigida por el Sr. Pujol tuvo que reconocer.
En España la gran influencia del nacionalismo españolista explica que
cualquier defensa de la identidad catalana y de la plurinacionalidad
del Estado haya sido vista siempre como secesionismo. La marginación de
Pasqual Maragall, presidente socialista de la Generalitat de Catalunya,
por parte de la dirección del PSOE bajo el mandato del presidente
Zapatero y su equipo, incluyendo a su Ministro de Defensa, el Sr. Bono,
debido a su intento de recuperar los derechos de Catalunya como nación,
ejemplifica dicha influencia. El ministro Bono lo acusó de simpatías
secesionistas.
En realidad, el reconocimiento de Catalunya nunca
respondió a un objetivo secesionista. Fue un reconocimiento
profundamente solidario y basado en una visión plurinacional, con un
claro compromiso por la justicia social y la democracia para toda
España. Fue el presidente Companys (que fue director de una revista
titulada Nueva España) el que murió fusilado por secesionista
por las “tropas nacionales” golpistas. Companys invitó a las fuerzas
progresistas españolas (entre las cuales él era sumamente popular) a que
asentaran sus bases en Catalunya para poder resistir la situación que
estaba sufriendo España. En Catalunya el independentismo solo ha surgido
cuando la plurinacionalidad del Estado no ha sido aceptada por el
Estado central. Y el caso actual es un ejemplo de ello.
Los símbolos borbónicos nunca han sido populares en Catalunya
La enorme brutalidad con la que el nacionalismo españolista se
impuso en Catalunya explica, por ejemplo, que la bandera borbónica
española, máxima expresión de tal nacionalismo, nunca haya sido muy
popular en en este territorio, hecho que es presentado maliciosamente
por el nacionalismo españolista como el reflejo de un sentimiento
anti-España, sentimiento que en realidad no existe en Catalunya.
Hay que
entender que cuando las tropas golpistas –que se llamaban a sí mismas
los “nacionales” (que se caracterizaron por una enorme
brutalidad y represión)- ocuparon Catalunya, lo hicieron enarbolando la
bandera borbónica y tocando la Marcha Real como himno nacional. ¿Cómo
quiere el establishment político-mediático que tales símbolos sean
populares en Catalunya? ¿No se dan cuenta de que la gente tiene memoria?
En Catalunya la bandera rojigualda ha sido popular solo en los barrios
pudientes, donde tal bandera representaba a aquellos que recuperaron sus
intereses.
Pero, a nivel de calle, la bandera española era la
republicana, bandera que, junto con la senyera en Catalunya, llevaban
los soldados que defendían el sistema democrático en el frente. Miles de
catalanes tienen en su tumba la senyera y la bandera española, que era,
y emotivamente continúa siendo, la republicana.
Y lo que es de gran interés es que en las últimas manifestaciones,
como la del 3 de octubre, además de muchísimas esteladas (la bandera
independentista) había también, por parte de los que se sentían
españoles y estaban en contra del Estado español borbónico, la bandera
republicana (además de la senyera).
La bandera española para las
personas catalanas con memoria es la bandera republicana, la bandera de
los que lucharon por otra España. Es indicador de bajeza y mezquindad,
así como de fanatismo nacionalista españolista, que en el homenaje a los
que lucharon por la República, el Sr. Bono, presidente de las Cortes
Españolas, no les dejara llevar tal bandera.
Y otro indicador de la
bajeza moral de tal personaje es que manipulara en la entrevista que se
le hizo en La Sexta las declaraciones que hace años hizo Pablo
Iglesias, cuando este expresó no sentirse representado por la bandera
borbónica española, a lo cual Bono indicó que, por lo visto, el Sr.
Iglesias habría preferido la bandera de Afganistán (sí, dijo Afganistán.
Venezuela no había aparecido todavía en su imaginario).
No se le
ocurrió al Sr. Bono que para miles de españoles de distinta procedencia
familiar a la suya (procede de una familia falangista), emotivamente su
bandera española es la republicana. En realidad, sería de desear que en
la medida que exista un mayor rechazo a la Monarquía, se utilizaran
extensamente los símbolos republicanos.
La crítica del supuesto victimismo en Catalunya
Otra característica del establishment político-mediático español es
acusar al nacionalismo catalán de victimismo, presentándolo como si
sufriera un complejo un tanto paranoico de ser víctima en esta relación,
infundado según ellos, pues Catalunya siempre ha recibido un trato
preferencial por parte del Estado español. Un análisis objetivo de lo
que ocurrió con el Estatut del 2006 (cuyo veto en partes esenciales por
parte del Tribunal Constitucional inició el crecimiento del
independentismo) muestra la falsedad de dicha acusación. Una persona, no
sospechosa de simpatías secesionistas, como Josep Borrell, que fue
Presidente del Parlamento Europeo y Ministro en el gobierno PSOE
presidido por Felipe González, ha hecho una breve lista de los agravios y
ofensas a Catalunya.
En 2005, el gobierno de izquierdas del tripartito,
liderado por el socialista Pasqual Maragall, propuso un Estatut que
redefiniera la relación del gobierno de la Generalitat con el Estado
español, proponiendo, entre otros elementos, el reconocimiento de
Catalunya como una nación dentro de un Estado plurinacional. Tal
Estatut, como indiqué antes, fue aprobado por el Parlament de Catalunya,
más tarde (modificado) aprobado por las Cortes Españolas, y por último,
aprobado por el pueblo catalán en un referéndum.
Ahora bien, todo este
proceso acumulativo de decisiones tomadas por distintas soberanías fue
completamente ignorado. Borrell señala que elementos importantes de tal
Estatut fueron vetados por el Tribunal Constitucional, controlado por el
PP, en un hecho que el catedrático Javier Pérez Royo ha definido como
un golpe de Estado, saltándose todo tipo de soberanías debido a
intereses partidistas. Y para mayor ofensa, se eliminaron elementos,
como señala también Borrell, que ya habían sido aprobados en otras
Comunidades Autonómicas, como es Andalucía. ¿Dónde está la paranoia?
Otro ejemplo citado por Josep Borrell es el constante silencio a las
continuas peticiones de que se respete el concepto de ordinalidad, que
no es una demanda insolidaria con otras CCAA, sino un deseo de que la
aceptada solidaridad no revierta negativamente en el potencial de
desarrollo de la autonomía catalana, un principio aceptado en muchos
países de configuración semejante a la española.
Añade Borrell como promesas incumplidas el ofrecer 4.200 millones de
euros en inversiones para acelerar el corredor mediterráneo, inversión
que nunca apareció en los Presupuestos Generales del Estado. En
realidad, el diseño de este corredor mediterráneo ha alcanzado en
ocasiones, tal como señala de nuevo Josep Borrell, dimensiones absurdas,
como fue la propuesta apoyada por la presidenta de Andalucía, la Sra.
Susana Díaz, de que tal corredor pasara por Madrid.
Ni que decir tiene que el mundo independentista ha basado su
argumentario en esta discriminación, exagerándola en algunos
componentes, como hacer constante referencia a un supuesto déficit
fiscal (que definen como robo) de nada menos que 16.000 millones de
euros, aproximadamente un 8% del PIB, cifra que es muy superior a la
real, que es de 4.000 millones de euros.
Estas exageraciones son
innecesarias, pues la realidad en sí ya muestra una situación que es
intolerable; ahora bien, al caer en la exageración se pierde la
credibilidad, que siempre es necesaria en un tema que fácilmente hiere
las sensibilidades. Borrell admite que la situación actual sostiene
muchas injusticias, concluyendo que hay cambios necesarios que deberían
hacerse. La negación de esta realidad tan obvia y tan olvidada es una
constante en el establishment político-mediático español.
Y esta actitud es constante. ¿Cómo puede interpretarse una
movilización de homenaje a la Policía Nacional y a la Guardia Civil,
causantes de 900 víctimas en su actuación del 1 de Octubre que
necesitaron asistencia médica, sino como un acto de nacionalismo
españolista, pues estos cuerpos de seguridad actuaron como instrumentos
del Estado español para imponer su ley? Y nadie en tal cuerpo pidió
disculpas por el daño causado. ¿No se dan cuenta de que tal homenaje
contribuye a ofender a un gran número de catalanes?
El excesivo énfasis en la necesidad de respetar a Ley –otro de los
argumentos más utilizados por el nacionalismo uninacional español-
ignora que la Ley –como la Constitución- estuvo escrita en el momento de
la transición por los poderosos en una situación claramente
desequilibrada y desigual, donde los vencedores de la Guerra Civil (que
controlaban el aparato del Estado y la mayoría de los medios de
comunicación) tenían todo el poder, y los vencidos de tal conflicto
tenían escaso poder (recién salidos de la cárcel, del exilio o de la
clandestinidad). La continua referencia a respetar la Ley es el mensaje
de aquellos que quieren continuar con tal desequilibrio en las
relaciones de poder. Es una mera excusa para defender el estatus quo.
Y en cuanto al argumento de que la aprobación de la Constitución por
parte de la población española legitimó que se considerara como el punto
de referencia de todos los demócratas hay que señalar que tal argumento
ignora que las dos alternativas posibles que se presentaron a la
población fueron o bien inaugurar la democracia (reflejada en la
Constitución) o continuar en la dictadura. Entre tales opciones era
claro que la población eligiera la primera alternativa sobre la segunda.
En realidad, el hecho de que Catalunya fuera la Comunidad donde la
aprobación de la Constitución fue mayor se debió, no tanto al entusiasmo
por la Constitución, sino por el gran rechazo a la dictadura. Aprobar
tal referéndum fue la única salida a tal situación intolerable.
Nota final
Es hoy muy difícil para aquellos catalanes que nos sentimos también
españoles promover posturas alternativas al secesionismo, pues la imagen
que hoy viene de España es muy poco atrayente.
Y es ahí donde es
sumamente positivo que estén apareciendo a lo largo del territorio
español unas nuevas fuerzas progresistas que tienen una visión
plurinacional, pues son ellas las únicas que podrían salvar a España,
pues la represión y constante ofensa de Catalunya por parte del Estado
español ya casi ha conseguido lo que el independentismo ha deseado: el
rechazo tan notable en grandes sectores de la sociedad catalana hacia
el Estado español y hacia España (facilitado esto último por el silencio
y apatía hacia tal discriminación, que ha mostrado gran parte del
establishment político-intelectual español).
Hoy hace más falta que
nunca acentuar que hay otra España posible, plurinacional y republicana,
en la que la nueva Catalunya pueda ser parte de ella. La continuación
del constante dominio del Estado borbónica actual ha conducido al
secesionismo emocional de grandes sectores del pueblo catalán.
(*) Profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) durante 48 años. Ahora dirige también el Observatorio Social de España