Javier Orrico
(...) Las CUP, Candidaturas de Unidad Popular
(hay que ver la cantidad de unidades populares que da España, todas
peleadas), eran hasta ayer la mugre de Cataluña para la burguesía
convergente, para las gentes de la pérgola y el tenis, que escribió el
gran Gil de Biedma, y que ahora habría que sustituir por la gente de la
recalificación y el maletín camino de Andorra.
Las CUP eran los
pijoapartes de Marsé, pero los más pijoapartes, porque no sólo venían
mayoritariamente de la marginación charnega (con algún progre, que
siempre adorna), de los submundos periféricos de esas Barcelonas, de los
Carmelos hundidos por el latrocinio organizado del 3% que ahorraba en
hormigón, sino que hacían gala de esa condición marginal. Seguir
llamándose Antonio, y no Antoni, o escribir Fernández y no Fernàndez (el
acento es la señal de la conversión a la catalanidad), eran signos de
una posición, en principio, ajena al sistema.
Eso sí, como el
Pijoaparte, al final lo que querían, y ahora queda claro, era casarse
con Teresa y tocar poder, ser alguien en ese mundo que los confinó por
su apellido o su acento, como harán ahora con Convergència. Y se
hicieron separatistas, bajo la especie de que eran separatistas pero no
nacionalistas, y sólo perseguían la independencia como instrumento
revolucionario. Así que eran marxistas internacionalistas, hijos de
españoles, pero sólo por las tardes. Por las mañanas, perseguían el
sueño de todo arribista en Cataluña: emparentar con el dinero, la clase,
los apellidos con 't' al final, los palcos del Liceo.
Pero antes
los van a arrastrar. La novela podría titularse, en efecto, Últimas
tardes con Artur Mas, Últimas tardes con Rahola o Últimas tardes con
Enric Juliana, los grandes pensadores del independentismo más o menos
fané y descangallado tras su paso por las asambleas CUP. Los
pijoapartes, los 'mursianus', han estado cien años bajando desde el
Carmelo o subiendo desde las orillas del Llobregat, en sus Riejus y sus
Bultacos, para servir a los señores del Eixample burgués o de las torres
de la zona alta.
Han visto cómo sus apellidos españoles eran la
marca que los dejaría siempre fuera, siempre 'de fora', no para todos
los catalanes, pero sí para esa burguesía que aún arruga la nariz cuando
huele a charnego. Antes se iban al PSOE, hasta que el PSOE se hizo
burguesía nacionalista de la peor. Entonces se fueron a las CUP o se
dejaron engañar por la Colau, tan independentista como el que más. Hoy
humillan a esa burguesía que los desprecia, a esa clase xenófoba que
sabe que sus negocios, el entramado de siglos, la red de saqueo
organizada en torno a los gobiernos nacionalistas, corre el riesgo de
perderse si hay nuevas elecciones y ganan los españoles. Y eso sí que
sería revolucionario. Qué pena que la venganza charnega no vaya a ser
definitiva, y que al final pueda quedarse en simulacro y trepa.