“Hay un francotirador en cada balcón”. Desde hace algunos años, cuando mi amigo Antoni Puigverd me pregunta cómo andan las cosas por Madrid en los momentos más difíciles, suelo bromear con esa imagen.
Puesto que la tensión se ha convertido ya en forma
de vida permanente –así en Madrid como en Barcelona–, podríamos decir
que los francotiradores han trasladado su domicilio a los balcones con
mejores vistas sobre el campo de batalla.
“En Madrid cada mañana
empiezan cien conspiraciones, de las que sólo una llega viva al
anochecer”, me comentaba hace unos diez años un buen amigo andaluz que
en aquel momento ocupaba un puesto de alta responsabilidad en un
importante periódico madrileño, y que, por tanto, sabía de lo que
hablaba.
He recordado siempre aquellas palabras, porque se ajustan
muy bien a la dinámica española desde que en marzo del 2004 el Partido
Popular de José María Aznar perdió súbitamente el poder,
desbaratándose un proyecto de fuerte voluntad hegemónica que había sido
diseñado para una duración de al menos treinta años. Desde entonces, la
fragilidad del presente se define por la potencia que puede llegar a
adquirir lo imprevisto.
Hay en estos momentos francotiradores en todos los
balcones, así en Madrid como en Barcelona, esperando a que el PSOE o
Esquerra Republicana resbalen y se malogre la entente que podría
resolver la investidura de Pedro Sánchez con un acuerdo del Partido Socialista con casi todas las fuerzas que se hallan en la periferia del sistema-España.
Todavía sorprendido por el gran fallo estratégico que
cometió el pasado verano al apostar a fondo por la repetición de las
elecciones generales, el actual grupo dirigente del PSOE hubiese querido
un acuerdo mucho más rápido para no dar tanto margen a los
francotiradores.
Algún nombre destacado de Esquerra también es de esa
opinión, pero cuando se fijó la fecha de la conferencia política que ERC
quería celebrar antes de Navidad, nadie imaginaba que el día 21 de
diciembre del 2019, la investidura del ondulante Sánchez dependería de
la abstención del partido de Oriol Junqueras encarcelado.
Los francotiradores sólo tienen una posibilidad: que la
negociación se empantane unas semanas más y que en las praderas de
enero, el Espíritu Santo conduzca a Inés Arrimadas hacia la
abstención y la coalición Navarra Suma ofrezca dos votos positivos,
movimiento al que podría contribuir el Partido Popular convenciendo a la
Unión del Pueblo Navarro. Sin ninguna otra alternativa, Sánchez se
hallaría entonces al volante de una legislatura muy frágil que duraría
menos de dos años y concluiría con su previsible derrota en las urnas.
La investidura todavía no está resuelta –que nadie se haga
ilusiones– y las torpezas y prisas socialistas pueden malograr el
acuerdo. Hay una tozuda propensión en el PSOE a no querer ver el fondo
de la cuestión: la coyuntura es extremadamente resbaladiza por culpa del
colosal error de la repetición electoral, que ha debilitado de una
manera absolutamente temeraria la confianza de la sociedad en la
política. Sobre arenas movedizas no se puede construir nada sólido. Lo
más sólido de los últimos quince días es el importante congreso del PSC y
el silencio de Podemos.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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