martes, 15 de octubre de 2019

Sánchez en la jaula de Faraday / Enric Juliana *

Después de la sentencia, elecciones. Este es el escenario realmente existente. Después de la resolución más trascendente de los tribunales españoles en las últimas décadas, repetición de las elecciones generales dentro de cuatro semanas. 

No es una fatídica casualidad. Es la decisión estratégica adoptada por Pedro Sánchez en agosto, sellada y timbrada a finales del verano después de haber participado, por invitación francesa, en la cumbre del G-7 que tuvo lugar en la ciudad balnearia de Biarritz.

Después de la sentencia, una campaña electoral que no cesa desde hace seis meses. Una batalla que en realidad no descansa desde el triunfo de la moción de censura a Mariano Rajoy , el 1 de junio del 2018. Una fibrilación que no se acaba desde que las elecciones europeas del 25 de mayo del 2014 pusieron de manifiesto la existencia de una grave avería en el sistema político español, como consecuencia de los estragos de la crisis económica. 

Una situación de excepcionalidad que no ha conocido un solo día de tregua desde que el nacionalismo catalán tradicional vio en riesgo su reconquistada hegemonía, al comprobar la envergadura de las protestas sociales por los recortes. Junio del 2011. 

Ahí empezó todo, mientras aún humeaban los ríos de lava de la sentencia del Estatut en una sociedad que en apariencia iba bien mientras fluían las plusvalías inmobiliarias de principios de siglo. Cuando las plusvalías se estrangularon, todo se complicó. Primavera del 2011. La Assemblea Nacional Catalana se originó en aquella primavera, mientras los indignados acampaban en la plaza de Catalunya de Barcelona.

La matrioska del procés concluye ahora con una condena penal de alto impacto jalonando la campaña electoral más áspera y antipática desde 1977. No es una casualidad. Es la más arriesgada decisión estratégica del hombre que ayer compareció en la Moncloa para anunciar en castellano e inglés que velará por el cumplimiento íntegro de las penas. (Traducido del mediático, Sánchez quiso decir lo siguiente: no estoy dispuesto a que me hablen de indultos antes del 10 de noviembre).

Sentencia y campaña. Tensión sobre tensión. Brocha gorda cuando haría falta pincel fino. Este es el marco realmente existente, en el interior del cual se inscriben todas las estrategias y todas las reacciones, incluida la convocatoria para colapsar el aeropuerto de El Prat.

Nada escapa al perímetro electoral en un país que habrá vivido cuatro elecciones generales en cuatro años. Un aplazamiento de la sentencia hasta después del 10 de noviembre podía haber ofrecido un marco más sereno, pero no es función de los jueces alfombrar los calendarios de la política. El juez Manuel Marchena , el hombre de moda en la España de orden, no quería arriesgarse a que, dentro de unos años, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos recriminase al Estado español un uso abusivo de la prisión provisional. 

Mañana se cumplen dos años del encarcelamiento de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart . De no haberse emitido la sentencia, hoy deberían ser puestos en libertad, o efectuarse una vistilla para prolongar la prisión cautelar. Es razonable suponer que en verano, cuando Sánchez y su gabinete escogieron la repetición de las elecciones como la mejor opción estratégica a su alcance, conocían las lógicas reticencias de Marchena a aplazar la publicación de la sentencia.

¿Por qué tomaron esa decisión? En verano existía en La Moncloa el convencimiento de que el PSOE podía aspirar a los 140 escaños, como consecuencia de una natural decantación de la sociedad española en favor de la “gobernabilidad”. La acumulación de situaciones tensas en otoño –la sentencia de Catalunya, la posibilidad de un Brexit salvaje, los augurios de recesión económica...–, podían propiciar la coagulación de una Mayoría Cautelosa alrededor del Gobierno socialista. O nosotros o el caos. En pocas palabras, Sánchez se ha metido él solo dentro de la jaula de Faraday, creyendo que las descargas eléctricas de octubre, lejos de hacerle daño, aumentarán su talla de gobernante en noviembre.

La sentencia es compleja. Por un lado desarma el teorema de la rebelión y desautoriza a los halcones del nacionalismo español, y por el otro aplica penas severas por sedición, penas cuyo cumplimiento material dependerá de la política penitenciaria, a su vez supervisada por el Tribunal Supremo. Como siempre, las escrituras deben ser interpretadas.

Con un gobierno sin unas elecciones por delante, el clima interpretativo sería otro. Hoy podríamos escribir que vuelve el tiempo de la política. Con sentencia y campaña, lo único que veremos es agitación y propaganda. 

Antes del 10 de noviembre, Sánchez no puede plantear otra cosa a la sociedad catalana que no sea orden y retórica. No puede insinuar nada que pueda erosionar al PSOE en el resto de España. 

Paradójicamente es el Partido Popular el que ha decidido modular su lenguaje. De Albert Rivera puede que no queden ni las costillas a finales de noviembre. La distancia entre PSOE y PP se está acortando en los sondeos.

Sentencia y elecciones. Rayos y centellas en la jaula de Faraday. El PSC es el fusible.


(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia


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