martes, 21 de mayo de 2019

Seis políticos que dan el tipo / Ángel Montiel *

La Región no cabe en dos horas, aunque los candidatos a gobernarla se sometieran al minuto que les marcamos para responder a cada pregunta. A sabiendas de que esto es así, decidimos recurrir a epígrafes diferentes a los que ya habían aparecido en otros debates o son recurrentes en las entrevistas, aparte de los absolutamente inevitables como sanidad y educación en aspectos muy concretos de esas competencias.

Así, hablamos de la Murcia vacía, de cultura, de televisión autonómica o de corrupción, en otros. Quedaron en el tintero el agua, el empleo, el Mar Menor o las infraestructuras. Pero no era cuestión de darle otra vez la vuelta al mismo cuestionario. La economía del tiempo en un debate, y más si en él participan seis candidatos sin contar el ausente, se estrecha, y la Región es muy ancha.

Pero bastó el repaso sobre los asuntos propuestos (algunos, la mayoría, ya digo, no habituales en la agenda) para echar otro vistazo, en este caso, por lo avanzado del proceso electoral, prácticamente definitivo a los presidenciales que se quisieron dejar ver (todos, menos uno). Las novedades siempre sorprenden, y en esta ocasión, para bien.

Porque la particularidad del debate de ayer es que hicimos saltar las convenciones de la representación parlamentaria existente e invitamos a todos; renunciamos al minutado y empleamos las preguntas directas, aparte de las genéricas, así como también rompimos las pautas del orden alternativo de intervenciones, para que se pronunciara quien quisiera en cada momento. Y paradójicamente, todo resultó muy ordenado y hasta entretenido.

Descubrimos a José Luis Álvarez Castellanos, del que cabría decir que sería un gran líder si tuviera detrás un partido con nombre reconocible, por ejemplo IU, siglas que se esconden en la absurda denominación Cambiar. Y Alberto Garre, irónico, suelto, tranquilo, pero con destellos feroces en ocasiones, hasta el punto de que gustó incluso a quienes no lo conocían.

Y Pascual Salvador, al frente del tremendo Vox, fiel a sus letanías antiautonómicas, que en vez de pasmo provocaron hilaridad en algún momento, pero manteniendo un buen tono exento de agresividad, como ajeno al resto, sin aparente ánimo de polemizar, y en su papel.

Por su parte, Diego Conesa (PSOE) no sale de un discurso discreto, como si pretendiera transmitir una actitud confiable, enunciada por él mismo en la expresión 'cambio tranquilo'; hasta guardó la cortesía al candidato ausente, al que apenas se refirió, tal vez porque la misma ausencia delataba su calidad, y en su lugar la emperchó, eso sí, con modales, con la candidata de Ciudadanos.

Mucho menos que Óscar Urralburu, que no parecía tener otra intención que sacar de quicio a Isabel Franco, quien se lo quería quitar de encima con elusiones o fingida indiferencia. Puede que Urralburu no gane las elecciones, pero gana todos los debates: se muestra firme, documentado, con bagaje memorioso de las posiciones de sus adversarios durante la legislatura que concluye. 

Es ese tipo de político a quienes todos alaban, pero al que solo votan los suyos, sean estos cuantos sean. En cuanto a la líder de C's, su técnica de debate consiste en zafarse del permanente acoso de sus oponentes de izquierdas, que no le pasan una y la requieren infructuosamente para que entre a todos los trapos.

López Miras (PP) finalmente no apareció ni en holograma y dejó su atril vacío mientras repartía estampitas con su careto a pocos metros de la sede del debate. Será para que le recen.


(*) Columnista


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