Es la advertencia del Canto III,
Inferno, de la Divina Comedia, que podría parafrasearse así: "Lasciate
ogni speranza, voi che proibisce". Abandonad toda esperanza quienes
prohibís.
Lo
dice un "fugado" de la justicia, exiliado político en Bélgica,
presidente de un Consell para la República que es una asociación de
derecho privado, carente de medios y reconocimiento institucional y
residente, en irónico juego de la historia, en Waterloo. Una figura
icónica frágil, con una voz que suena en toda Europa y que ha vencido al
Estado español en dos batallas judiciales en Bruselas y Alemania.
¿Cómo
explicar este extraño fenómeno? Objetivamente porque surge de la
combinación de un uso inteligente del derecho, una posición política
clara con un enorme apoyo social, una gran presencia y actividad en la
Web y, consiguientemente, un tratamiento mediático favorable. ¿Y
subjetivamente? ¿No es obvio que la figura del presidente Puigdemont en
sí misma aporta el elemento decisivo?
Algún comentarista del ámbito cultural cristiano sospecha que el MHP tiene "un ángel de la guarda".
Se entiende lo que quiere decir, aunque lo diga mal. La angeología
católica asigna un ángel de la guarda o custodio a cada persona.
Puigdemont tendrá el suyo, como todo hijo de vecino. Seguramente se
piensa en un ángel más que normal, quizá un arcángel especialmente
guerrero, como San Miguel. O un Trono, o una Dominación. En todo caso,
un ángel especial, poderoso y quizá "terrible", como decía Rilke, aunque
quepa sospechar según para quién.
Ese ángel es lo que los estudiosos
llaman "carisma", algo tan exaltado e impreciso como la baraka musulmana; el espíritu de Dios. En nuestros descreídos días, rebajamos el "conceto" a liderazgo,
que suena menos místico y más empresarial. Como se quiera, ángel,
arcángel, carisma, baraka, liderazgo, lo que sea, el presidente
Puigdemont tiene para dar y tomar.
Menudo
trabajo el de los 200 adalides diplomáticos de Borrell y Lozano,
encargados de predicar por el mundo la verdad oficial española del
Estado de derecho y la democracia en un clima de opinión muy adverso
que, se alimenta día a día con las pasmosas arbitrariedades de los
órganos, organismos, tribunales españoles. Ignoro cuántas personas
trabajarán en el Diplocat, el servicio exterior de la Generalitat, pero
supongo que será una docena o así. Doce contra doscientos.
Un Estado
contra un gobierno autónomo que actúa como República independiente en
unas condiciones de inseguridad y precariedad agobiantes. Y aun así,
actúa. La República independiente existe. Y la mejor prueba de su
existencia es el ejército de 200 funcionarios, armados con el libro
rojigualdo borrelliano como task force de la recuperación del prestigio del reino de España.
En
cuanto al Tribunal Supremo, supongo que hay razones muy bien traídas
para devolver el recurso a las instancias inferiores con la advertencia
del sentido que ha de tener la resolución. Pero se da una imagen
lamentable de una justicia evasiva e irresponsable ante decisiones
administrativas tan arbitrarias que podrían ser delictivas. Blanquear
estas trapisondas en Europa requiere algo más que doscientos heraldos de
la gloria hispana.
Boye dice que están en inferioridad de condiciones.
Hay que decirlo porque es cierto. La JEC ha torpedeado la campaña de la
candidatura de Puigdemont. Habrá que pedir reparación. Pero, por otro
lado, el escándalo provocado por esta cacicada ha sido un impulso a la
campaña en el terreno mediático, pues ha operado la indefectible ley de
que, si quieres que algo se difunda, prohíbelo.
El balance del exilio en punto a eficacia en la lucha es extraordinariamente positivo.
Catalunya, la "cuestión catalana" tiene una resonancia internacional
que, de otro modo, no se hubiera alcanzado. Si no ha salvado el proceso,
lo ha consolidado e impulsado. Y eso en una Europa en la que, en poco
tiempo, se planteará un segundo referéndum en Escocia. Y en una
Catalunya en la que, de conseguirse mayoría independentista en las
próximas elecciones catalanas, la ANC pide la declaración de
independencia.
El
tiempo apremia. Las propuestas medio y largoplacistas de negociación
habrán de pronunciarse sobre la cortoplacista de unilateralidad porque
esta es tan legítima como cualquier otra. El movimiento independentista
mantiene la unidad. Es lo que ha señalado el liderazgo de Puigdemont por
encima de las diferencias de resultados en unas u otras elecciones de
un sistema impugnado y que, por eso mismo, son contingentes.
Eso
lo hemos entendido todos. Gracias a la acción bandolera a la
desesperada del Estado, intentando privar a unos ciudadanos de sus
derechos por razones políticas.
Lo hemos entendido viendo a un líder haciendo frente él solo a un Estado.
Lo hemos entendido viendo a un líder haciendo frente él solo a un Estado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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