El escritor Mario Vargas Llosa consideró "una provocación de mal gusto"
la pieza que los artistas Santiago Sierra y Eugenio Merino presentaron
en la edición de ARCO que concluyó ayer: un ninot gigante de Felipe VI
cuyo comprador se compromete a quemar dentro de un año.
A su vez, el
crítico y comisario de arte José Manuel Bonet manifestó "la pereza" que
le daba hablar de esta obra. Por su parte, Juan Carlos Urroz, que se ha
despedido en 2019 de la dirección de esta feria de arte pasando el
relevo a la comisaria y galerista Maribel López, declaró que había otras
obras en la feria por ese precio (200.000 euros) y que prefería
"centrarse en lo positivo".
Para empezar por este
último, cabe señalar que no hay nada más positivo, por lo que comporta
de libre y enriquecedor, que el pensamiento crítico, y que crítico ha de
ser un arte que no se quiera meramente decorativo o inane. De modo que,
tanto la obra de Sierra y Merino (este último, creador en 2012 de la
pieza en la que Franco está dentro de una nevera) como la voluntad y
determinación de exponerla de la italiana Prometeo Gallery, pueden
considerarse hechos artísticos, culturales, muy positivos, por cuanto
generan reflexión, análisis y una tensión entre la realidad y su
representación que compromete -porque extiende, controvierte y
cuestiona- la realidad misma.
Comprometer la figura del monarca –cuestionar la
existencia de la institución monárquica y, cuando menos, sus maneras de
proceder– debiera estar, por su trascendencia política y social, es
decir, en la vida común, presente no en una sino en muchas de los
cientos de obras expuestas en una masiva cita con el arte contemporáneo,
máxime si se desarrolla dentro de una estructura como IFEMA, que es un
consorcio constituido, entre otros organismos, por la Comunidad de
Madrid y el Ayuntamiento de Madrid.
Donde hay
participación pública debe haber libertad de expresión y creación y debe
haber pensamiento crítico. Son deberes democráticos de la institución
pública que, a su vez, son reflejo de derechos democráticos de la
ciudadanía.
Precisamente, ambos deberes democráticos se incumplieron en
la edición de ARCO 2018, cuando fue censurada la obra ‘Presos Políticos en la España Contemporánea’,
del mismo Santiago Sierra que ahora ha traído el ninot del rey. Aquella
censura conculcó derechos básicos y constitucionales, como el de la
libertad de expresión, y aquella obra se demuestra hoy más vigente que
nunca, cuando asistimos al vergonzante juicio al que están siendo
sometidos los presos políticos catalanes, que llevan ya dos ediciones de
ARCO en prisión preventiva.
Y la obra de hace un año enlaza con esta
del ninot, dado que las intervenciones del rey Felipe VI al respecto del
1-O, así como sus alusiones a Catalunya, han sobrepasado
con provocadoras creces las funciones de su jefatura, esa que le viene
por línea hereditaria franquista.
Otra cosa -por no
pasar por alto un aspecto del tema que ha sido también utilizado en
contra de la obra de Sierra y Merino- es lo que nos parezca el precio de
un ninot que además ha de ser quemado por contrato (dejando aparte que
hay otras obras en ARCO que cuestan 200.000 euros, y recordando que la
falla grande del Ayuntamiento de Valencia costó en 2017 y en 2018
170.000 euros, que ni siquiera fueron pagados por un coleccionista
privado sino por los fondos públicos valencianos -esos de los que varios
suculentos pellizcos se había llevado antes, por cierto, Iñaki
Urdangarín, el cuñado del Borbón que está en la cárcel por dos motivos:
ser corrupto y ser chivo expiatorio de la Casa Real).
Cabe reflexionar,
pues, sobre los precios del arte (y, principalmente, sobre el porcentaje
que se llevan los artistas) para no eludir la crítica sobre la
mercantilización del hecho creativo ni el debate sobre el mundillo del
arte como circuito comercial, con las servidumbres que inevitablemente
conlleva la alta transacción económica.
Por algo la
tradicional visita de los reyes para inaugurar ARCO evitó de manera
escrupulosa que Felipe y Letizia pasaran por el stand de la galerista
Ida Pisani. Nadie podría creer que en el regio disimulo que obvió la
presencia de una obra que, además, mide cuatro metros y medio, Felipe y
Letizia no pensaran en ella.
Llevaban al gran ninot en la cabeza. Habría
sido regio, pero en el sentido más argentino del término, que el
monarca Borbón hubiera roto la fila de súbditos que le hacía la corte y
se hubiera dirigido –curioso, inteligente, inquieto- a donde estaba su
ninot y se hubiera plantado frente a sí mismo y hubiera estado un rato
contemplado la sobredimensión de su figura, quizás hasta haberse
reconocido y haber sido consciente de que, si en la representación su
escala es excesiva, en la realidad lo es la medida de su
representatividad. Siempre es útil mirarse en el espejo.
Letizia podría
haber estado a su lado. Siempre es útil enfrentarte a tu pequeñez.
Como
Perú era el país invitado a ARCO 2019, hizo su paseíllo por allí el
escritor Mario Vargas Llosa, que no solo está ahora hasta en la sopa (lo
cual crea un hartazgo que esperemos no afecte a las ganas de leer sus
novelas), sino que sentó una vez más sierva cátedra refiriéndose al "mal
gusto" de la obra de Sierra y Merino.
Es una expresión, "mal gusto",
muy del gusto de la derecha rancia y del pijerío de la doble moral. Pero
que, además, hable de mal gusto él, que disfruta con la tortura
taurina, que defiende como arte el miserable espectáculo de ver vomitar
sangre a un animal acorralado, acuchillado, aterrado, que aplaude el
crimen de los bárbaros, es para mear y no echar gota (expresión española
donde las haya).
También de peor gusto, mucho peor, es concentrarse con
ultraderechistas, como hizo Vargas Llosa el otro día en Colón. Como de
muy dudoso gusto es tener ya casi más portadas del Hola que libros
publicados, posando acaramelado con la experta (en portadas del Hola)
Isabel Preysler (lo sé porque me instruyo con fruición en la
peluquería).
Vargas Llosa (ese defensor de España a
quien, por cierto, la Hacienda española reclama unos millones, tiene
alguna casa en Madrid a nombre de una sociedad holandesa y apareció en
los papeles de Panamá, según él por el fallo de un "asesor") dijo que el
ninot de Felipe VI es "una provocación".
Sorprende que un intelectual
como él obvie que es positivo que el arte sea provocador, pues provocar
es estimular las ideas, desafiar el prejuicio, generar la reflexión y el
debate, alentar el espíritu crítico que es consustancial a la mirada y
la práctica creadoras. Una obviedad que parece mentira que desconozca el
Nobel.
Maribel López hubo de explicarlo a la prensa: "Es la práctica
creativa de Sierra y Merino. La provocación es una de las herramientas
que ambos utilizan y que han unido en esta obra, es su manera de crear".
Era esperable que lo entendiera un artista de la literatura.
Para
terminar con las reacciones de relumbrón que ha suscitado el ninot de
Felipe VI, decir que coincido con Bonet en lo de la "pereza". A mí
también me da mucha pereza. En lo que no coincido con él es en el objeto
que me la provoca.
Si a Bonet le produjo pereza hablar del ninot, a mí
me produce pereza tener que seguir, a estas alturas de la emancipación y
de la historia, hablando de un rey. Una pereza que no tendré para ir a
votar en el referéndum que nos pregunte por el modelo de organización y
gobierno del Estado español y, por tanto, por la pervivencia de la
Corona.
A lo mejor el resultado de esas urnas sea semejante a un gran
ninot quemado.
(*) Periodista, activista en defensa de los derechos de los animales y
poeta española. En 2009 se convirtió en la primera mujer Cronista de la
Villa de Madrid.
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