Lo de la diferencia de nivel apabullante de los dos primeros días entre
las defensas y las acusaciones se ha hecho demoledor en los dos
siguientes con las declaraciones de cuatro presos políticos.
Los diálogos de Turull y Romeva con la fiscalía parecen los encuentros
en la tercera fase. Se trata de personas con mucha preparación, muy
motivadas políticamente y con mucha experiencia. Enfrente, unos probos y
aburridos funcionarios de rutinario pensar (sí, ya sé que no son
representativos, pero son), incapaces de entender las motivaciones de
los acusados que carecen de naturaleza criminógena porque sus actos son
públicos, legales, pacíficos y responden de sus consecuencias que, ¡oh
milagro! no les benefician personalmente sino que les perjudican.
La acusación pública escaló secuencias bochornosas. El fiscal no
entiende el catalán escrito, pero no hace sino manejar papeles
redactados en esa lengua, informes, documentos, tuits, que muchas veces
no sabe leer. Excusado es decir interpretarlos e interpretarlos con el
acierto y la sutileza que el lugar y momento requieren. Pues esa es la
justicia del Estado español en Catalunya.
¿Recuerdan el pintoresco caso cuando el fiscal y el juez de la Audiencia
Nacional preguntaban al procesado Joan Coma, acusado de incitación a la
sedición, qué quería decir trencar els ous? De eso hace ya dos años. Pero seguimos igual: ¿qué malévolo propósito puede esconderse tras ese enigmático trencar els ous? Para hacer una truita. ¿Qué quiere decir truita?
¿Es el Estado, es el gobierno?
Pues ahora, lo mismo: ¿no había un ánimo
violento en aquellas exhortaciones a la paz y a mantener la calma? Al
prever la violencia, se la estaba provocando. Es, más o menos, la línea
de pensamiento del juez Llarena.
Es un juicio político total y un mal juicio, un esperpento en el que las
acusaciones tratan de probar unos delitos concretos inexistentes para
no dar la impresión de que persiguen ideas políticas. Pero no lo
consiguen; no se han preparado el caso -eso es evidente- porque, para
ellos, el independentismo en sí, como idea, ya es delito. Como para los
jueces. Eso es lo que hace a estos jueces y parte en el proceso. Y la
razón por la que no es un juicio justo.
Casi como una repetición del tercer día, los acusados se han movido en
dos ámbitos distintos, complementarios y con igual nivel que los
anteriores. Turull, al igual que Forn antes, dejó sin defensa a la
acusación que no acusaba sino que se limitaba a insinuar solo para
recibir contundentes desmentidos.
Romeva dio una clase magistral sobre el derecho de autoderminación tanto
en el orden dogmático como en el legislativo y el jurisprudencial. Su
saber tiene un componente teórico muy sólido enraizado en una riquísima
práctica que hace inatacable su posición. En dos ocasiones señaló la
paradoja de que representantes de un partido político xenófobo,
contrario a los derechos humanos formen parte de la acusación a unos
políticos democráticos, pacifistas y comprometidos con los derechos
humanos. Dos momentos orwellianos.
La evidente complicidad de la sala en la decisión general de no tener
que escuchar a los de Vox muestra hasta qué punto se es sensible del
impacto de estos en la opinión pública, sobre todo, la europea, porque
la española sigue manteniéndose en una beatífica ignorancia. O algo
peor.
La repentina fiebre españolista de Sánchez, que ha roto estrepitosamente con el independentismo,
es, desde luego, una maniobra electoral, pero responde también al
nacionalismo español más cerrado. Ese que monta en cólera cuando ve que
no tiene nada que ofrecer a Catalunya que no sea la represión.
Vamos, lo dicho, el proceso está sirviendo para dar a conocer al mundo
el estado de la cuestión del conflicto España-Catalunya en lo político y
lo jurídico. No lo querían y lo han conseguido. Han conseguido hundir
el buque. Porque una absolución implicaría un reconocimiento de la
legitimidad del procés y su legalidad, y abriría el camino a la
independencia.
Pero una condena (la que sea) no será admitida y
provocará una declaración unilateral de independencia. Más represión.
Más gente a la cárcel. Más resistencia pacífica. Más cárcel. Estado de
excepción permanente en Catalunya (lo llaman 155 para disimular). España
se hace ingobernable y la mediación internacional, inevitable.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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