La audacia y la suerte han caracterizado la trayectoria política de
Pedro Sánchez, más aun que esa resistencia que se autoatribuye. Su
comparecencia esta mañana ante los medios para anunciar la disolución de
las cámaras acredita a una persona con extraordinaria autoestima; y los
aplausos que le otorgaron sus ministros cuando regresó a la sala del
consejo de ministro (oportunamente distribuida por los servicios de
propaganda) evidencian un curioso culto a la personalidad del presidente
Sánchez.
Presidente de chiripa, por confluencia de circunstancias, y
también presidente con un primer mandato efímero: ocho meses de
ejercicio en una legislatura inconsistente y atrabiliaria que no
ameritan aplausos. Pero desde hace años estamos en campaña electoral
perpetua y todo suma, caiga la carta como caiga todo es bueno para el
protagonista.
Llagar a la Moncloa mediante una moción de censura que pretendía
despedir al anterior con la propuesta de convocar elecciones, no
significa especial mérito, más allá del exitoso cálculo de que podía
alcanzar (audacia y suerte) de una mayoría suficiente para llegar a la
Moncloa, pero nada más, ni programa, ni acuerdos explícitos o tácitos…
solo confluencia coyuntural de intereses que ha durado doscientos días.
Curioso que las críticas a los adversarios, las justificaciones de la
disolución, la culpabilidad la atribuyó a la oposición de oficio (las
tres derechas, especialmente a Ciudadanos) pero ni una palabra a los
inestables y exigencias socios independentistas que son los que le
encumbraron y los que le han tumbado.
Es obvio que Sánchez y su nuevo y
reciente interlocutor preferido (Pablo Iglesias) apuestan por reeditar
el pacto de investidura (que no de gobierno) con los independentistas.
En resumen repetir la apuesta con las mismas fichas y la ventaja de
recuperar parte del voto tradicional socialista que se fue a Podemos y
que ahora puede volver.
La lista de méritos que se atribuye Sánchez resiste mal un análisis
crítico. Es obvio que se ha afanado en la práctica de que gobernar es
gastar: ha repartido, ha gastado contra déficit, pero detrás no hay
coherencia. Dice que uno de sus tres ejes de actuación es revitalizar
las instituciones democráticas. Pero ha practicado una descarada
política clientelar, de amiguetes.
Ninguna institución del Estado se ha
fortalecido durante estos meses, ha debilitado uy ninguneado al poder
judicial, a los altos cuerpos del estado a los organismos
independientes… Los otros dos ejes de su política dice que han sido el
empleo y el crecimiento, por un lado, y las políticas sociales.
Las
expectativas d empleo y crecimiento van a menos, estos meses se ha
notado la inercia de las políticas anteriores (que tampoco eran para
tirar cohetes), pero con claros síntomas de ralentización, no solo
achacables a la política del gobierno, pero sin respuestas para mejorar
la productividad y elevar el potencial de crecimiento.
Y respecto a las políticas sociales, la subida del salario mínimo, de
las pensiones y de las retribuciones de los funcionarios son medidas
con claro sesgo electoralista, probablemente irresponsables y muy mal
acompañadas con otras medidas adecuadas para sustentarlas.
La XI legislatura (2016) fue fallida desde primera hora, la XII
(2017) ha conocido durante los treinta meses que ha durado un primer
gobierno provisional (Rajoy) otro minoritario y débil (Rajoy) y un
tercero de Sánchez que se queda en ochomesino, aunque presuntuoso.
Uno de los grandes valores de la democracia española entre 1978 y
2016 fue la estabilidad, la previsibilidad; eso ya no cuenta, vivimos en
la volatilidad líquida, en la propaganda perpetua y en o imprevisible.
¿Qué votarán los españoles el 28 de abril?, ¿y el 26 de mayo? Muchos no
lo saben a estas horas, no serán pocos los votantes que decidirán las
últimas horas, justo antes de ir o no votar o de elegir una u otra
papeleta.
(*) Periodista y politólogo
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