viernes, 15 de febrero de 2019

El gran Sánchez y su gobierno ochomesino / Fernando G. Urbaneja *

La audacia y la suerte han caracterizado la trayectoria política de Pedro Sánchez, más aun que esa resistencia que se autoatribuye. Su comparecencia esta mañana ante los medios para anunciar la disolución de las cámaras acredita a una persona con extraordinaria autoestima; y los aplausos que le otorgaron sus ministros cuando regresó a la sala del consejo de ministro (oportunamente distribuida por los servicios de propaganda) evidencian un curioso culto a la personalidad del presidente Sánchez. 

Presidente de chiripa, por confluencia de circunstancias, y también presidente con un primer mandato efímero: ocho meses de ejercicio en una legislatura inconsistente y atrabiliaria que no ameritan aplausos. Pero desde hace años estamos en campaña electoral perpetua y todo suma, caiga la carta como caiga todo es bueno para el protagonista.

Llagar a la Moncloa mediante una moción de censura que pretendía despedir al anterior con la propuesta de convocar elecciones, no significa especial mérito, más allá del exitoso cálculo de que podía alcanzar (audacia y suerte) de una mayoría suficiente para llegar a la Moncloa, pero nada más, ni programa, ni acuerdos explícitos o tácitos… solo confluencia coyuntural de intereses que ha durado doscientos días.

Curioso que las críticas a los adversarios, las justificaciones de la disolución, la culpabilidad la atribuyó a la oposición de oficio (las tres derechas, especialmente a Ciudadanos) pero ni una palabra a los inestables y exigencias socios independentistas que son los que le encumbraron y los que le han tumbado. 

Es obvio que Sánchez y su nuevo y reciente interlocutor preferido (Pablo Iglesias) apuestan por reeditar el pacto de investidura (que no de gobierno) con los independentistas. En resumen repetir la apuesta con las mismas fichas y la ventaja de recuperar parte del voto tradicional socialista que se fue a Podemos y que ahora puede volver.

La lista de méritos que se atribuye Sánchez resiste mal un análisis crítico. Es obvio que se ha afanado en la práctica de que gobernar es gastar: ha repartido, ha gastado contra déficit, pero detrás no hay coherencia. Dice que uno de sus tres ejes de actuación es revitalizar las instituciones democráticas. Pero ha practicado una descarada política clientelar, de amiguetes. 

Ninguna institución del Estado se ha fortalecido durante estos meses, ha debilitado uy ninguneado al poder judicial, a los altos cuerpos del estado a los organismos independientes… Los otros dos ejes de su política dice que han sido el empleo y el crecimiento, por un lado, y las políticas sociales. 

Las expectativas d empleo y crecimiento van a menos, estos meses se ha notado la inercia de las políticas anteriores (que tampoco eran para tirar cohetes), pero con claros síntomas de ralentización, no solo achacables a la política del gobierno, pero sin respuestas para mejorar la productividad y elevar el potencial de crecimiento.

Y respecto a las políticas sociales, la subida del salario mínimo, de las pensiones y de las retribuciones de los funcionarios son medidas con claro sesgo electoralista, probablemente irresponsables y muy mal acompañadas con otras medidas adecuadas para sustentarlas.

La XI legislatura (2016) fue fallida desde primera hora, la XII (2017) ha conocido durante los treinta meses que ha durado un primer gobierno provisional (Rajoy) otro minoritario y débil (Rajoy) y un tercero de Sánchez que se queda en ochomesino, aunque presuntuoso.

Uno de los grandes valores de la democracia española entre 1978 y 2016 fue la estabilidad, la previsibilidad; eso ya no cuenta, vivimos en la volatilidad líquida, en la propaganda perpetua y en o imprevisible. ¿Qué votarán los españoles el 28 de abril?, ¿y el 26 de mayo? Muchos no lo saben a estas horas, no serán pocos los votantes que decidirán las últimas horas, justo antes de ir o no votar o de elegir una u otra papeleta.


(*) Periodista y politólogo


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