El drama y la
crisis de los emigrantes económicos y refugiados que salen de
Libia hacia Europa corren paralelos a una trama de intereses
políticos y económicos en que se hallan implicadas algunas de
las grandes potencias, tanto de Europa como de Medio Oriente,
aspirantes a decidir, o al menos a influir, sobre la suerte de ese
potencial emporio de riquezas energéticas, y que es también
pieza clave de cualquier arquitectura diplomática del
Mediterráneo.
La
crisis libia se ha agudizado en las últimas dos semanas debido a una
serie de choques armados por el control del llamado Creciente del Golfo
de Sirte. A mediados de junio las terminales petrolíferas de Ras Lanuf y
Es-Sider, que se hallaban bajo el control del Ejército Nacional Libio
(ENL) comandado por el general Jalifa Haftar, fueron atacadas por el
antiguo jefe de la Guardia de las Instalaciones Petrolíferas, Ibrahim
Jadran, en un intento de recuperar unas infraestructuras que su fuerza
había controlado desde el final del régimen de Gadafi y de las que
Haftar les había desalojado hace unos dos años.
El intento de Jadran fracasó (no sin gran daño para las instalaciones
petrolíferas), gracias a una enérgica ofensiva del ENL. Haftar se
apresuró a anunciar que los ingresos por la venta del petróleo ahora
bajo su control iba a resarcir a sus fuerzas de la negativa del gobierno
oficialmente instalado por las Naciones Unidas en Trípoli, de sufragar
los gastos de una fuerza armada que fue decisiva en la expulsión del
Estado Islámico, que además pacificó vastas regiones del nordeste del
país.
Haftar anunció inmediatamente que entregaba el control de las
infraestructuras a una Corporación Nacional del Petróleo (CNP), en claro
réplica a la CNP instalada en la capital, Trípoli, que es la entidad
reconocida por el gobierno de Concordia Nacional, patrocinado por las
Naciones Unidas y que opera dentro de la antigua capital, hostigado por
milicias islamistas y tribales instaladas en la región y en la propia
ciudad.
El presidente de la CNP oficial, Mustafá Sanalla, calificó el intento
de Haftar de ‘criminal’, y se apresuró a invocar la resolución 2362 del
consejo de seguridad de las NN.UU, que condena las exportaciones
ilícitas del petróleo libio. Un intento de vender ese mismo petróleo, en
2016, fue bloqueado por la ONU.
El gobierno de Trípoli no es unánime en la cuestión de la CNP de
Haftar. Uno de sus vicepresidentes, Fati al-Majbari, expresó simpatía
por el punto de vista de Haftar, y no tardó en recibir una advertencia
anónima: el asalto a su domicilio en Trípoli, el pasado martes, para
causar destrozos y herir a un guarda. Majbari había denunciado “el
aislamiento sistemático, la marginalización y la distribución injusta de
los recursos de la producción”, en referencia a la provincia oriental
de Cirenaica.
Lo problemático de esta situación es que el general Haftar es el
único hombre de armas que ha demostrado capacidad militar suficiente
para contener o derrotar a las milicias islamistas opuestas al llamado
gobierno de la Cámara de Representantes, instalado en Tobruk, y que no
obedece al gobierno de Trípoli, aunque afirma querer negociar un acuerdo
institucional que conceda poderes a las fuerzas políticas del nordeste
del país.
Francia apuesta claramente por Haftar, en coincidencia con Egipto,
Emiratos, Rusia y Arabia Saudí. El actual ministro de Exteriores de
Macron, Yves le Drian, es el principal ‘padrino’ de Haftar, con el que
mantuvo conversaciones cuando era ministro de Defensa de François
Hollande.
En mayo de este año se celebró en París el encuentro de un
número de primeras figuras de la política libia, y allí, el enviado
especial de las NN.UU., Ghassan Salamé, se desvió de algunos puntos
importantes del plan de la ONU, como que antes de celebrar elecciones
generales se debía enmendar el Acuerdo Político Libio de 2015; tampoco
mencionó la convocatoria de una conferencia constitucional, como pasos
necesarios para resolver la crisis política.
Los demás países europeos respaldan, al menos oficialmente, al
gobierno de Trípoli reconocido por las NN.UU. El italiano, el más
directamente interesado en una solución, se quedó sorprendido por no
haber recibido notificación de la reunión de París, a pesar de que ya
tenían experiencia en el trato con el general, al que habían recibido en
Roma en septiembre de 2017.
Los ‘activos’ de Haftar se resumen en que posee unas fuerzas
entrenadas y razonablemente capaces, recibe el apoyo financiero y
militar de poderosos patronos árabes y, sobre todo, cuenta con la única
fuerza aérea operativa en Libia. Con una experiencia personal como
refugiado en los Estados Unidos después de abandonar el servicio en el
ejército de Gadafi, es de presumir que Washington tiene sobre él una
cierta capacidad de influencia.
Hombre bien entrado en los setentas, la salud de Haftar, según
informes no confirmados, sufrió una crisis que le mantuvo alejado de la
escena durante unas semanas de este año. La acción de su ejército en el
Creciente Petrolífero parece indicar que ha recuperado facultades. Si es
así, Francia y otros países ya tienen su ‘hombre fuerte’ para dar
salida a un aspecto, quizás el más decisivo, de la multifacética crisis
libia. Una crisis también europea.
(*) Periodista
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