lunes, 29 de enero de 2018

Encantando serpientes / Adrián Ángel Viudes *

La figura de un individuo de tez oscura, ataviado con blanca chilaba, turbante a la cabeza, sonando una flauta; con un cesto de mimbre frente a él del que se espera surja una sinuosa serpiente, es foto obligada en los viejos zocos y filmada en muchas de las películas con tema oriental.

¿Han pensado mis queridos lectores que lo que el encantador encanta son sólo serpientes?, ¿Que no son gatos, ni perros, ni ratas, ni siquiera leones u otros animales feroces? ¿Por qué? Tomen nota:

La serpiente es el único animal que percibe en la dulzaina un sonido agradable, y en los sinuosos y lentos movimientos del flautista algo que la hechiza y que no amenaza peligro; por eso no se decide a atacar, queda expectante.

Traigo este ejemplo a colación para referirme a la forma de actuar de algunos de nuestros dirigentes políticos, y del público que los oye y contempla.

Procedamos a identificar los elementos de la seducción: el hindú, ataviado con ropaje blanco, no cabe duda que es el político de turno; la cesta podría representar el territorio o paraje donde habita la serpiente, que a su vez sería el prototipo de aquellos paisanos que están dispuestos a dejarse embaucar por el político - encantador. 

¿Y la flauta?: “Equilicuá”,como diría el Tío Pencho. Pues representa las promesas de un mundo mejor, de esa Arcadia feliz, donde los perros se atan con longanizas, el amor es libre, la excelencia está desterrada; donde sin el más mínimo esfuerzo se puede alcanzar todo, gracias al buen hacer del mandamás y de sus conmilitones, todos ellos flautando en nombre del supremo bienhechor al que ellos, en exclusiva, representan: su querido partido político

El encantador tañe su flauta, que, aunque emite un sonido estridente y desafinado, para la oreja de la embaucada serpiente no es sino melodía celestial. Si además sus movimientos son pausados, acompasados, lentos, como indica el manual del buen político, el reptil no se altera, no se excita, no se alarma, y su voto, cuando toque, irá al bolsillo del flautista que ofrece, a cambio toda suerte de venturas. Así, con esa técnica depurada, el músico se asegura que el ofidio no muerda, dando al traste con el embaucador y sus taimados objetivos

¿Podría existir la figura del artero político-tañedor si no hubiera dóciles votantes-serpientes? No, rotundamente no. Ya se ha preocupado el sistema de ir modelando la opinión del respetable, domeñando su natural instinto crítico, haciéndoles ver lo confortable de la seducción, el frío que hace fuera de la cesta, lo malos que son los contrarios, y así: abortada la audacia y anulado el ataque, los futuros votantes bailan y se mueven al son que el flautista marca. Por eso el tocador tañe donde y cuando cree que hay suficientes serpientes para ser embaucadas con sus arteras mañas.

Por si acaso alguien leyendo esto piensa que falto al respeto de ciudadanos de buena fe política, me apresuro a manifestar mi celo por la democracia como el menos malo de los sistemas políticos, el único que es capaz de garantizar la libertad y, por ende, el progreso y la convivencia en paz. 

Pero con el mismo celo, muestro mi desprecio por los políticos mendaces, los que han trastocado el afán de servir por el ansia de atesorar, los que manifiestan, sin regomello, que las promesas electorales son para no cumplirlas, que sus principios son esos, pero que, si no encuentran acomodo, tienen otros, los que ven en los contrarios enemigos y no adversarios, los que a los tuyos con razón o sin ella. Esos son los flautistas embaucadores, y las serpientes son aquellos votantes incapaces de ver, en el pérfido sonido y en los sinuosos movimientos, la mentira del tañedor.

Pero por suerte hay otros. Por un lado los que aun creen que la política es un noble arte, que nada motiva más que el servicio a la comunidad, la gestión austera, eficaz y honrada. Y de otro los que analizan personas y programas, juzgan cumplimiento y gestión, valoran mérito y honradez y en función de eso otorgan su confianza, Ambos merecen el respeto y la consideración de todos, incluso el nombre de una calle. 
 
 
(*) Ex presidente de la CHS y de la Autoridad Portuaria de Cartagena
 
 
(Publicado hoy en La Verdad)

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