El Govern de la Generalitat trasladará en las próximas horas al
Parlament los resultados del referéndum de este 1 de octubre para
realizar una declaración de independencia de Catalunya.
Con esta solemne
declaración efectuada por el president Puigdemont, acompañado del vicepresident Oriol Junqueras
y de todos los consellers desde el Palau de la Generalitat, poco
después de las 22.30 horas de este intenso domingo 1 de octubre, se
ponía punto final a una jornada que ya forma parte de la historia de
Catalunya y que concentra en sí misma muchas miradas diferentes: la
ilusión de millones de catalanes por poder votar sobre la independencia,
la desproporcionada represión policial contra los ciudadanos que se
encontraban en los colegios electorales, la respuesta insensible de
Mariano Rajoy a las 844 personas que necesitaron asistencia sanitaria
durante el día, el discurso melifluo y deslavazado de Pedro Sánchez, los
pronunciamientos de estupor por las imágenes de la represión de
primeros ministros de la UE, como son el caso de Bélgica y Eslovenia,
pero también de numerosos dirigentes políticos de países de la UE.
La
cadena de televisión CNN resumía, con acierto, lo que había pasado en
Catalunya y la desproporcionada respuesta del Estado español: la
vergüenza de Europa.
No fue un referéndum de independencia como el Govern hubiera deseado y
ha perseguido hasta la extenuación y que no era otra cosa que
uno acordado con el Gobierno español. Todo el mundo era consciente de
que este era el camino, pero solo la tozudería de una clase política
española mediocre e incapaz de sentarse tan solo en una mesa de
negociación para acordar las condiciones hizo inviable este camino. La
historia de España está sobrada de testosterona y falta de perspectiva
de los tiempos y de una visión objetiva de las razones que la ha llevado
irremediablemente siempre a la derrota en todas las encrucijadas en que
se han encontrado.
Catalunya hace tiempo que ha desconectado de España y
ante cada posibilidad de revertir esta situación, la respuesta siempre
ha sido la misma. El no por respuesta a todo, la humillación ante
cualquier propuesta y, en última instancia, el desprecio más absoluto a
la dignidad de los catalanes. Dignidad, esa
palabra que nunca han entendido fuera de Catalunya y que muchos pensaron
que se podía repartir como un queso gruyère a porciones, teniendo cada
partido político un trozo del mismo. Y no es así.
La dignidad de
Catalunya no es de los partidos independentistas, ni de los unionistas;
ni de los conservadores y los liberales; ni de los democristianos y los
socialistas; ni de los los comuns y los anticapitalistas. Ni de los
trabajadores y los empresarios; ni de los profesores y los alumnos; ni
de los payeses y los profesionales. La dignidad es de todos en su
conjunto y es individual, pero también es colectiva. Es imposible de
manipular. Por eso, solo por eso, se ha llegado hasta aquí. Porque Catalunya dice basta
no era un simple titular de periódico, sino la pulsión de una
ciudadanía que no iba a estar nunca más dispuesta a que se pisoteara su
dignidad.
El muy importante número de colegios abiertos y la movilización que
se produjo durante toda la jornada, en la que participaron más de tres
millones de personas, deja manos libres al president Puigdemont y al
vicepresident Junqueras para proponer al Parlament el siguiente paso de
su hoja de ruta.
Al final, el Gobierno español ha quedado atrapado entre
sus dos grandes mentiras de las últimas semanas, días y horas: la
primera, que la jornada electoral servía de bien poco, porque
el referéndum no tendría ninguna validez, ya que estaba absolutamente
desarticulado y, en consecuencia, las urnas no se podrían poner; y, la
segunda, que la respuesta policial siempre sería proporcionada. No
sé exactamente cómo definiría el presidente del Gobierno español el
hecho de que 844 personas precisaran asistencia sanitaria por la
violenta represión policial.
El independentismo tiene por delante momentos que no serán fáciles,
aunque los aborde con una unidad desconocida en sus filas, por más que
se pretenda desde la más absoluta ignorancia erosionar su fortaleza.
Lleva ventaja en el relato internacional, que lo ha ganado
claramente por goleada. Pero serán necesarias grandes dosis de
serenidad, no precipitar el calendario que se abrirá para los próximos
meses, buscar el mayor número posible de aliados internacionales y
apelar a Europa para que asuma que Catalunya no puede quedar
desprotegida en un momento en que el Estado español solo le ofrece
represión y detenciones. Nunca política.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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