Tanto Macià como Companys declararon la República Catalana dentro de España. El propósito explícito de Puigdemont y
los convocantes del 1-O es salir de España. En vez de canalizarse o
apaciguarse, el conflicto se ha agudizado, a pesar de –o gracias a– los
años de autonomía y crecimiento y a pesar de la salida –relativa– de la
crisis.
Después de los numerosos intentos de mejorar las
condiciones de pertenencia a España, el grueso del catalanismo, aferrado
sin tapujos al independentismo, ha optado por reventar el globo del autonomismo.
Que
nadie se llame a engaño, si se tratara de preservar la autonomía, o sus
restos, no habría 1-O. El objetivo, compartido por todos los líderes
del movimiento, consiste en obligar a España a dar un muy considerable
salto adelante y convertirse en Estado plurinacional, con todas las
consecuencias, o retornar a épocas más oscuras. Primera gran lección de
los hechos de estos días: el conflicto se ha agravado. Segunda gran
lección, aún más difícil de digerir: «Autonomía no, gracias; ya no,
nunca más; ni escasa ni abundante». La apuesta del catalanismo ha subido
al máximo. Tal vez de manera prematura, pero no improvisada ni sin un
apoyo social formidable.
Al otro lado del conflicto, como no podría ser de otro modo una vez convertida Madrid en una megápolis imposible pero real,
el bloque constitucional reacciona de tal modo que España se guste
menos hoy que unas semanas atrás, guste menos dentro de unos días y
todavía menos dentro de unos meses. Se guste menos a sí misma, menos en
Catalunya y menos en los clubs de países avanzados a los que pertenece.
Culpa de la persistencia catalana o de la propia incapacidad, que cada
cual la reparta cómo guste, aunque ningún reparto cambie para nada la
naturaleza del conflicto.
Tercera gran lección del 1-O: las dos partes han ido demasiado lejos.
Los dos trenes, cada uno por su vía, van de bajada y sin frenos. Ni a
corto ni a medio plazo existe capacidad de retroceder y encontrarse en
un aceptable medio camino. Catalunya debe liberarse. Catalunya debe ser
sometida. Crear un Estado en vez de negociar un tratado de pertenencia.
Castigo, no compensación. Se acercan detenciones, juicios, constreñimientos que se pueden alargar meses y años,
niveles de represión inéditos en esta Europa, pero es el precio a pagar
por España para dominar a Catalunya. No asociada, sino sometida.
Es la
dialéctica del muelle. Cuanto más lo comprimen, antes y más lejos espera
saltar. La consigna independentista es rebelión hoy, hambre para mañana
y pan para siempre. En eso hay unanimidad, a pesar de las notables
discrepancias sobre la duración de este mañana que acaba de empezar.
Para los más optimistas, son semanas o meses. Aunque fueran años, como
es de temer, las fichas respectivas están encima de la mesa y ya no se
pueden cambiar. El débil asume la condición de maltratado y el maltratador se pone en evidencia,
puesto que se ha condenado a forzar más la mano porque tiene la ley en
la mano. Ya verán los incrédulos cómo se asimilará independencia con
apología de la sedición.
El muelle que salta
No es política. No es estética. Es historia. Ortega no quería el Estatut, de ninguna manera, y Azaña se
arrepintió de haberlo aprobado. Contra la perseverante ignorancia de
los tertulianos de RAC 1, que confunden conllevancia y convivencia, y
contra la interpretación espuria de los que invocan la conllevancia para
negociar mejoras que a estas alturas ya solo pueden ser entelequias,
conviene recordar que Ortega es el mayor detractor de
las concesiones a Catalunya. Cuarta gran lección del 1-O, por si
hicieran falta más: en Madrid está prohibido discrepar de Ortega.
Los últimos 30 años han vuelto a demostrar que la descompresión es
inútil. Muelle catalán más comprimido, y si salta que salte.
El independentismo catalán ha mostrado una insólita cohesión, a pesar de
la amplitud del arco ideológico, pero se enfrenta a una debilidad
gravísima en democracia, la ausencia de mayoría clara y reiterada. Le
falta una porción del ingrediente principal, la masa social que, con
referéndum o sin él, haría irreversible la independencia. En este
sentido, el 1-O fue diseñado como jugada 'win win'. Si sale bien,
soberanía catalana. Si lo impiden con la fuerza pública, acelerador de
un movimiento social que se mueve en dirección contraria a España pero
aumenta con exasperante lentitud. Aunque de entrada el miedo –sí, el
miedo, ilusos– comportara una contracción electoral independentista, la
clausura de las terceras vías y la represión jugarían luego a favor de una mayoría irrebatible.
(*) Periodista y escritor catalán
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