viernes, 22 de septiembre de 2017

El lenguaje bélico / Márius Carol *

Los italianos se levantaron ayer con la portada del prestigioso diario La Repubblica con un titular que les hizo derramar el café con leche sobre el mantel: “Spagna, la guerra catalana” . Los viejos manuales de periodismo decían que los titulares debían captar la atención del lector hasta sorprenderle. 

Pero también añadían que siempre han de responder a la información que les acompaña. Y, en este caso, el texto no se parece a un capítulo de El arte de la guerra de Sun Tzu, aunque el 20-S hubo tensión, nervios y protestas. Al contrario, el propio corresponsal escribe que “la protesta ha resultado pacífica”.

Esta fecha pasará a la pequeña historia del proceso como una larga jornada, en que se puso de manifiesto una crisis de Estado sin precedentes, con la Guardia Civil entrando en dependencias de la Generalitat para llevarse documentación, discos informáticos e incluso a altos cargos detenidos. 

Y en la que mucha gente salió a la calle para mostrar su desacuerdo con estas actuaciones y para manifestar su voluntad de votar en un referéndum. La protesta consistió en concentraciones multitudinarias ante la Conselleria d’Economia, pero nadie pasó por urgencias ni por un rasguño.

La guerra no funciona como metáfora, por más que el historiador escocés Thomas Carlyle se esforzara en escribir que el ser humano ha nacido para la lucha y nada mejor define a los hombres que su carácter guerrero, pues la vida es de principio a fin una batalla. La terminología bélica ha caído en desuso incluso en el fútbol, donde hubo quien llegó a definirlo como una guerra con otros medios.

La primera víctima de toda guerra es la verdad, proclamó hace cien años el senador Hiram Johnson. La segunda son las palabras, que pasan de ser una manera de comunicar a convertirse en una forma de agredir. Es de sabios usar los términos ajustados para definir los conflictos, aunque sólo sea para no contribuir a agravarlos.



(*) Periodista y director de La Vanguardia 


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