Los italianos se levantaron ayer con la portada del prestigioso diario La Repubblica
con un titular que les hizo derramar el café con leche sobre el mantel:
“Spagna, la guerra catalana” . Los viejos manuales de periodismo decían
que los titulares debían captar la atención del lector hasta
sorprenderle.
Pero también añadían que siempre han de responder a la
información que les acompaña. Y, en este caso, el texto no se parece a
un capítulo de El arte de la guerra de Sun Tzu, aunque el 20-S
hubo tensión, nervios y protestas. Al contrario, el propio corresponsal
escribe que “la protesta ha resultado pacífica”.
Esta fecha pasará a la pequeña historia del proceso como
una larga jornada, en que se puso de manifiesto una crisis de Estado sin
precedentes, con la Guardia Civil entrando en dependencias de la
Generalitat para llevarse documentación, discos informáticos e incluso a
altos cargos detenidos.
Y en la que mucha gente salió a la calle para
mostrar su desacuerdo con estas actuaciones y para manifestar su
voluntad de votar en un referéndum. La protesta consistió en
concentraciones multitudinarias ante la Conselleria d’Economia, pero
nadie pasó por urgencias ni por un rasguño.
La guerra no funciona como metáfora, por más que el
historiador escocés Thomas Carlyle se esforzara en escribir que el ser
humano ha nacido para la lucha y nada mejor define a los hombres que su
carácter guerrero, pues la vida es de principio a fin una batalla. La
terminología bélica ha caído en desuso incluso en el fútbol, donde hubo
quien llegó a definirlo como una guerra con otros medios.
La primera víctima de toda guerra es la verdad, proclamó
hace cien años el senador Hiram Johnson. La segunda son las palabras,
que pasan de ser una manera de comunicar a convertirse en una forma de
agredir. Es de sabios usar los términos ajustados para definir los
conflictos, aunque sólo sea para no contribuir a agravarlos.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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