Lo que más aprecian los seguidores de
las series de televisión son los llamados 'giros de guion', esas
habilidades narrativas que inesperadamente convierten al bueno en malo,
recuperan el oscuro pasado de la heroína o revelan una sorprendente
querencia sexual en el protagonista con que los espectadores se
identifican.
Los 'giros de guion' se presentan de pronto, tras algún
'capítulo valle' que parece consolidar el rol consabido de cada
personaje, pero para ser aceptados deben resultar creíbles y encajar en
la trama como una pieza imprescindible, por muy extraña a la estructura
del relato que inicialmente resulte. Se llama verosimilitud. Si el giro
no es verosímil, apaga y vámonos.
Desde
que Rajoy se encerró en aquel restaurante mientras el bolso de Soraya
ocupaba su escaño hasta el domingo posterior a que Casado probara en
Murcia los paparajotes, la serie PP, juego sin tronos no ha dejado de
ofrecer giros espectaculares, tanto que ya gira sola, con independencia
del control de sus guionistas. El exceso de truculencia ha creado un
efecto insólito: perdida la verosimilitud de los giros, de lo que se
trata ahora es de disfrutar de lo inverosímil. Este es el momento en que
un relato con pretensiones desciende a la categoría de 'serie B', y
empieza a parecer una cosa de Ed Wood.
Cuando
Rajoy, víctima de su propio hallazgo, pasó a ser para Casado 'ese
exlíder del que usted me habla', el PP inauguró la temporada 'la derecha
sin complejos', y a fe que no los mostraron, a punto de mimetizarse con
Vox, un partido que se mira todos los días al espejo para reproducir la
escena de aquel personaje de Taxi Driver que replicaba a su imagen
refleja con un desafiante «¿me estás mirando a mí?».
Es decir, un
partido que sí tiene complejos, en su caso de no estar suficientemente
situado a la extrema derecha. Legitimado y blanqueado Vox hasta con
ofertas de entrada a un virtual Gobierno del PP, la noche del topetazo
todavía López Miras reproducía mecánicamente la cinta de casete del
consignario que había llevado a su partido a la derrota, todo eso de que
habían ganado quienes quieren 'romper España' como si el triunfo del
PSOE no se lo hubieran dado los españoles.
Pero a la mañana siguiente ya
habían cambiado de cinta, y ahora la cosa era que «el PP es un partido
de centro, como reza en sus estatutos»; Vox es, en efecto, de extrema
derecha y su líder central ha vivido de las 'mamandurrias' del PP (o
sea, el PP ha dispuesto de mamandurrias), y Ciudadanos, a pesar de que
rechaza acuerdos con el PSOE y ha competido electoralmente en el campo
de la derecha auspiciando un pacto con PP y Vox, es socialdemócrata, de
modo que el peligro ahora son 'los socialistas y los comunistas', y esto
cuando los 'comunistas' (se supone que Podemos) se han errejonizado y
los 'socialistas' exhiben la Constitución como 'línea roja' de sus
futuros pactos.
De la noche a la mañana, el relato de la política
española da un giro radical: los que eran de derechas se convierten al
centro y tildan de socialdemócratas a quienes (Ciudadanos) se quedan
anclados en la derecha a pesar de disponer de la posibilidad de formar
un cómodo Gobierno con los verdaderos socialdemócratas. En medio de este
forzado nuevo marco, se escucha la voz de Ballesta, quien mejor ha
resistido la debacle general: «El pueblo nunca se equivoca», una
obviedad democrática que, escuchada en este contexto, resulta
revolucionaria.
Se entiende
muy bien lo que el PP pretende ahora: ejercer en las autonómicas y
municipales el papel que el PSOE ha protagonizado en las generales, es
decir, ser el depositario del voto útil. Para evitar que PSOE-Podemos
sumen, hay que arrimar la mayor cantidad de votos del centroderecha y de
la derecha al PP, impidiendo que el fraccionamiento de este segmento
rebote en beneficio de la izquierda.
La idea es buena (y más teniendo en
cuenta que en la Región de Murcia sigue ganando la derecha en
porcentaje de votos en un inamovible 60/40), pero su desarrollo no es
verosímil en la definición del marco, además de que la contrarreloj
juega a favor de quienes controlan el tiempo, es decir, los que han
ganado las generales.
Y es que
el PP está averiado. López Miras ha de jugar en solitario, pues ni
Casado ni Teo pueden ser motores en las autonómicas cuando no lo han
sido en las generales. No pueden aspirar a ganar una batalla después de
haber perdido la guerra. Y el presidente murciano ha jugado demasiado
fuerte como para que ahora se produzca el total arropamiento que
necesita: se ha desprendido de la 'vieja guardia', que si bien no le
añadía nada, es muy efectiva para restar activamente, y lo peor es que
ha confeccionado unas listas que parecen concebidas para tiempos de
suficiencia, que no son éstos precisamente, y que dejan sin plaza a
algunos de los mejores activos de que disponía con el señuelo de futuras
encomiendas en una Administración que se le escapa. Eso en cuanto al
espacio interior.
Pero hacia el
exterior la cosa todavía se pone más complicada. De un lado está la
propia imagen del PP: un partido noqueado, en boxes, cuya estabilidad se
sustenta en la cercanía de la inmediata convocatoria electoral, de
cuyos resultados depende que implosione, y que ahora recurre a la
política que se suponía que ejercerían quienes han sido purgados, es
decir al sorayismo sin Soraya. Los ensayos se suceden y el electorado
popular está demasiado manoseado por los vaivenes en la cúpula, de los
que son imagen gráfica la fantasmal recurrencia a Aznar, quien aznarea
con sus apariciones y desapariciones.
En la Región de Murcia, por si
fuera poco, Vox dobla en respaldo electoral a la media nacional, de modo
que es un hueso más difícil de roer que en otras circunscripciones, y
Ciudadanos, a pesar de su cualidad de partido franquicia, dispone de una
veta de crecimiento más avanzada que en otras Comunidades, proyectando
además la perspectiva de que como partido llave empatizará más con el
cambio que supone el PSOE que con el afianzamiento de un PP en
decadencia, a lo que se puede añadir que un pacto con los socialistas
proyectaría una imagen de compensación por su deriva a la derecha y
recuperaría una imagen de transversalidad, es decir, de centro flexible,
y esto en un espacio en que el líder socialista regional, Conesa, no es
de los que asustan como peligroso izquierdista.
Hay
algo todavía más inquietante. Ya he dicho que el peso electoral del PP
en las autonómicas lo ha de soportar López Miras en solitario. Ni
siquiera cabe que pueda rebajar, como harán otros, el cuerpo del logo en
los carteles, pues el presidente murciano está lejos de ser un líder
carismático que pudiera añadir algún plus a las siglas, sino que por el
contrario ha de refugiarse por completo en ellas.
Y ha de tomar
conciencia, además, de que según en qué circunstancias, es un enemigo
peligroso para sí mismo, pues a veces se empeña en proyectar una imagen
de inmadurez y de cierta frivolidad escénica que no ayuda a consolidar
una imagen adecuada. Yo mismo, que conozco a López Miras en la distancia
corta, me sorprendo con demasiada frecuencia de actuaciones y
declaraciones públicas que no subrayan la impresión que obtengo de él
como político con capacidad para elaborar análisis complejos,
naturalmente desde su perspectiva ideológica y política.
El
giro de guion desde el «eso de derechita cobarde me lo dice usted a la
cara» hasta el improvisado «centrados en tu futuro» es demasiado brusco,
aunque es cierto que no hay otra. El propio Aznar, allá por los
primeros 90, al refundar el PP desde AP en aquel congreso de Sevilla
elaboró el lema del 'Viaje al centro' aunque todavía hay quienes dicen,
con más razón en estos momentos, que el centro debía estar muy lejos o
que han dado demasiados rodeos a lo largo del viaje, pues aún no han
llegado a él, y hasta han permitido que Ciudadanos, que surgió muchos
años después, los salude desde la meta, hasta el punto de permitirse ir y
venir recorriendo una y otra vez a mayor velocidad el tramo del centro a
la derecha.
Ni siquiera la aparición de Vox, que podría haber
desplazado hacia el centro al PP por mera distribución de espacio, ha
conseguido el milagro, al menos hasta ahora, una vez que han sufrido el
mayor accidente de ese mítico e interminable viaje.
El
lema 'Valor seguro', que parecía el anuncio de un banco, no ha
resultado demasiado seguro, pero el que viene, 'Centrados en tu futuro',
contiene una brizna de involuntaria ironía, pues en realidad en lo que
el PP está centrado es en su propio futuro, el que derivará de los
próximos resultados electorales, que de ser los previsibles exigirán con
toda probabilidad una segunda refundación si es que antes el
corrimiento de Ciudadanos no la hace innecesaria por ocupación del
tramo.
La autocrítica de López
Miras alcanza a observar que en las generales se distrajeron hablando
de cosas que «no son las que sabemos hacer, que son crear empleo, bajar
impuestos, educación, infraestructuras. El PSOE revienta España y
después llaman al PP para que lo arregle», y tal vez por eso presentó su
candidatura en el aeropuerto de Corvera, una infraestructura varada
durante lo que llevamos de siglo hasta que llegó el PSOE y la inauguró.
El
giro del PP, ya digo, se encamina a trasladar a su troceada franja
sociológica la necesidad del voto útil bajo el implícito lema de 'Vienen
los rojos', una apelación que provoca hilaridad en la izquierda, pero
que el electorado potencial de la derecha, a la desesperada, podría
considerar con seriedad. El problema es que la rocosidad de Vox y la
confortabilidad coyuntural del votante de Ciudadanos dejan poco espacio
para que el PP se reencuentre a sí mismo, menos aún cuando es
perceptible que sus giros son meramente estratégicos y no obedecen, en
realidad, a convicción profunda de su actual cúpula, a la que hemos
visto muy desenvuelta en su ejercicio de derecha auténtica.
Y
todo esto a pesar de que el resto de fuerzas políticas también
practican los 'giros de guion', como es evidente en el caso de Podemos,
que ahora esgrime una parte del texto fundacional del 'régimen de la
Transición', tan denostado hasta hace cinco minutos; o del PSOE, cuyo
líder, Pedro Sánchez, se acuesta utópico lunes, miércoles y viernes, y
se levanta pragmático martes, jueves y sábados, y en los mítines de los
domingos, según le da.
O Ciudadanos, que tan inquieto está por la unidad
territorial de España, ahora que tiene la posibilidad de embridar a
Sánchez con un pacto de gobierno, se olvida de España para intentar
suplir al PP desde la oposición, una estrategia que solo podría ser
efectiva si Sánchez se alía con los nacionalistas, cosa que Rivera
podría evitar, pero prefiere que le rente.
El
giro más espectacular, desde luego, es el que han impuesto los
guionistas del PP, que en este caso son los barones territoriales que se
han de enfrentar a su supervivencia política. Todos al centro. La
gracia estará en ver cómo sufren Casado y Teo interpretando sus nuevos
papeles. Si antes se acercaron tanto a Vox que hasta lo suplantaron en
algunos aspectos, quién sabe si ahora, con el nuevo vaivén, desbordan al
PSOE por la izquierda. Capaces son.
(*) Columnista