Por fin, tras años treinta, el PSOE gana las elecciones en la Región de Murcia. Con la ayuda inestimable de Vox, que se ha comido por las patas al PP,
pero este es, claro, un problema familiar del PP. Varias generaciones
de murcianos creían que no llegarían a ver el momento. Murcia pintada de
rojo en el atlas electoral. Increíble, pero cierto. ¿Estamos seguros de
que ese cachito mediterráneo que aparece en el mapa del tiempo casi
siempre con un sol estampado se ubica exactamente en el mismo lugar del
que ha desaparecido el azul en la maratón informativa de TVE?
Menos
mal que el vigente Estatuto de Autonomía impedía que las elecciones
autonómicas se pudieran convocar en el último año de legislatura, pues Fernando López Miras
tuvo la tentación de hacerlo, en seguimiento de su colega de la
Comunidad Valenciana, Ximo Puig. Si las autonómicas murcianas se
hubieran celebrado ayer, el PP estaría ya
definitivamente amortizado; de momento, le cabe la esperanza de que para
la lógica regional pueda introducir un paradigma distinto, lo cual
requeriría una urgente inteligencia estratégica para la que tal vez no
haya lugar en un estado de depresión y pánico.
No ayuda mucho al
reenfoque que el presidente popular murciano saludara ayer los
resultados electorales reiterando una vez más que «van a gobernar los
que quieren romper España», un toletole imprudente, porque es el
discurso con el que avanzan quienes le han birlado los votos y que al PP
le ha traído la derrota.
Tal vez fuera la hora de sustituir la
espontaneidad de lo redicho por alguna dosis de imaginación, pues el
hecho objetivo es que los murcianos españoles que no quieren romper
España le han reducido el apoyo en 154.000 sufragios, y le ha hecho
perder en consecuencia tres diputados y un senador.
El
único alivio para el presidente regional es que el hundimiento de sus
siglas a la mitad de los votos que las sustentaban no se ha producido
exclusivamente en su territorio sino que se trata de un fenómeno
nacional que, es obvio, supera sus propias posibilidades de contención. Y
más cuando en el caso de Murcia ha contado con el supuesto abrigo de
Teodoro García, número dos en la cúpula nacional, y con un cierre de
campaña con Pablo Casado en persona, distribuida su atención entre el
chinchipirrín del Bando de la Huerta y la consecuente degustación de
paparajotes, quin sabe si con la digestión de la hoja de limonero.
Pero los resultados de ayer obligan también especialmente al líder socialista,
Diego Conesa, que no puede perder las elecciones autonómicas después de
haber dado el salto en las generales. La presión sobre el PSOE se
acrecienta en estas circunstancias, sobre todo si en ese partido
disponen de la conciencia de que el voto que ha dado el triunfo a Pedro
Sánchez es en parte prestado, el llamado 'voto útil' impulsado por el
temor a la suma del tripartito de derechas con Vox de abanderado.
El
'voto prestado' es muy volátil y hay que saber administrarlo una vez
pasada la euforia. El triunfo del PSOE contiene cierta justicia
histórica al producirse con una lista encabezada por Pedro Saura, uno de
los mejores líderes regionales que tuvo ese partido y que sin embargo
no fue del todo bien tratado a su salida por sus propios compañeros.
Podemos ha
perdido una buena tacada de votos en la Región, probablemente en
dirección a los socialistas, pero mantiene su escaño, lo que
simbólicamente le presta un importante plus para la envestida de las
autonómicas, en las que ya competirá también con IU, aliado sin embargo
en las generales, lo que constituye una extraña filigrana.
En cuanto a Ciudadanos,
ha experimentado una sorprendente crecida, aunque no se haya
contabilizado en más escaños de los dos que ya tenía; y digo
sorprendente porque los vaivenes e incongruencias de este partido son
demasiado visibles: tratando de evitar que una parte de su electorado
transitara hacia Vox se amigó con el PP, con el resultado de que una
parte potencial de sus apoyos lo abandonara en favor del PSOE.
El
dilema nacional de Albert Rivera, tras haber cerrado toda posibilidad
de pacto con Sánchez, es que las urnas le ofrecen la posibilidad de
hacer firmar a éste un pacto de Gobierno que lo rescate de la influencia
de los soberanistas en prisión y del suministro dispendioso de recursos
a la caja registradora de los vascos. Si a Cs le interesara de verdad
la integridad territorial de España, tiene a mano aliarse con Sánchez
antes de que éste se entregue a 'los malos' o de provocar una repetición
electoral.
Y más, desde la perspectiva murciana, cuando los resultados
de ayer cantan la perspectiva cómoda, en su proyección, de un Gobierno
regional PSOE-Cs. Si esto pudiera ocurrir en Murcia ¿por qué no en
España? Mi limito a subrayar una contradicción que anoche ya fluía en
las redes en mensajes de militantes o simpatizantes de Cs: «Pacto
PSOE-Cs ya».
A ver qué hace Rivera con esto, como no sea pasar el
testigo a Arrimadas y retirarse con Casado, que a su vez tendría que dar
paso prudentemente a Feijóo, la última bala.
Y Vox.
El caballo de Abascal ha irrumpido con fuerza (nada menos que dos
diputados por Murcia, empate en escaños con PP y Cs, de igual a igual
con éstos a muchos efectos), pero no se ha producido la espectacularidad
del cero al infinito y más allá, sino que, con ir lejos, se han quedado
un poco más acá.
La querida
España a la que tanto apelan ha cedido al fenómeno internacional de la
extrema derecha, pero sin darle la posibilidad de influir en la
gobernación. Están ahí, claro es, pero como en las gradas de gallinero.
El caballo, eso sí, ha producido grandes destrozos en la cacharrería del
PP (ya lo advertí ayer),
que es tal vez el primer y más satisfactorio objetivo por ser cuña de
la misma madera.
Vox ha ganado varias batallas: imponer una agenda de
debates hasta ahora impensables, crear una crisis profunda entre los
populares y dar en bandeja el triunfo a los socialistas, tal vez esto
último con la esperanza de crear nuevas contradicciones en el estamento
político que le permitan seguir creciendo a lomos de la intensificación
de las insatisfacciones públicas.
Los ultras han dejado, eso sí, una
inquietante huella para seguir el rastro de las próximas elecciones en
el ámbito municipal: advierten con gobernar o influir decisivamente en
algunas localidades de la Región, especialmente en el área del Mar
Menor, Campo de Cartagena y Mazarrón, y esto aunque no es precisamente
un partido municipalista. Vendrán días complicados.
Aunque
ayer ofrecieron ya los primeros síntomas de moderación institucional al
celebrar el éxito en su sede con cava Freixenet, pues como asegura un
amigo mío ante el reclamo de hacer boicot a los productos catalanes:
«Dadme un fusil para ir a reconquistar Cataluña, pero no me pidáis que
deje de consumir sus butifarras».
La
imagen principal, a los efectos de la Región, es que el mapa autonómico
aparece por primera vez, para muchas vidas, coloreado en rojo PSOE.
Veremos si la cosa va a durar o si se trata de un espejismo.
(*) Columnista