Si en algún mundo se puede vivir de fantasías este es el de la política. El apoyo de la gente va y viene; actualmente, además, a una velocidad casi comparable a la de la luz. Uno piensa que puede hacer lo que le venga en gana y los electores le ponen en un plis plas directamente en su sitio, que no acostumbra a ser otro que la casilla de salida. 

Este fin de semana ha sido noticia Marta Pascal por su andanada a Carles Puigdemont y, sobre todo, por su especulación sobre si se iba a crear un nuevo partido al margen del president en el exilio. 

"Un nuevo partido es una opción", ha declarado en su medida puesta en escena entre suaves algodones. Una persona que conoce como nadie el mundo que hace un tiempo hubiéramos denominado como convergente definía con precisión de cirujano el movimiento de la excoordinadora general del PDeCAT: "Marta ha hecho un Santi Vila". O sea, se ha colocado como un nuevo satélite orbitando alrededor del planeta posconvergente, confiando en encontrar acomodo en la nueva galaxia política catalana.

Hay quien espera -o más bien desea- que Artur Mas dé un paso al frente. No solo al frente del proyecto sino enfrente de Puigdemont. Poco conocen a Mas los que le ven encabezando una escisión. Alguien tendría que mirar con atención su agenda de estas semanas, en dirección muy diferente a la de Pascal. En todo caso, Mas, porque nada se puede descartar nunca del todo, estaría, quién sabe, al frente -si Puigdemont le reclamara- no enfrente. No va a ser un tercerviista.

Parece que no ha sido suficiente con que el democristiano Duran i Lleida sacara cero diputados y Unió se fundiera en un santiamén tras ese resultado. Tampoco con otras experiencias fallidas como la del exconseller Fernández Teixidó; de otro convergente ilustre como es Germà Gordó; la formación de Espadaler, recalada hoy en el PSC, y algún otro nombre ilustre que ha intentado abrirse paso por su cuenta. Por uno u otro motivo, todos han tenido algunos días de gloria en su adiós, pero poca cosa más.

En el caso de Pascal llama la atención que la puñalada a su formación política la haya llevado a cabo a menos de tres semanas de las elecciones españolas del 28-A, unos comicios, según las encuestas, especialmente difíciles para JxCat dado el empuje que lleva Esquerra Republicana.

El hecho de que dos de las listas las encabecen dos compañeros suyos de militancia de muchos años, Jordi Turull (Lleida) y Josep Rull (Tarragona), no debe haber sido aparentemente un problema. Como tampoco el que estén en prisión, igual que Quim Forn, candidato a la alcaldía de Barcelona, y con un juicio injusto como el resto de presos políticos. 

Ni que los tres hubieran militado en la JNC durante años mucho tiempo antes que ella: Turull, por ejemplo, desde 1983, con tan solo 17 años, casualmente el año en que nació Pascal.

Por cierto, esta política que según Pascal se dirige desde Waterloo es la que le hizo senadora autonómica por el grupo de Junts per Catalunya en el Parlament. No consta en las hemerotecas ninguna queja de ese supuesto dedo que todo lo decide. Ni para darle las gracias. 


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia