El
Poder con mayúscula, para que se entienda. Y ese poder tiene una
agenda de trabajo tan voluminosa que cuando Trump se vaya
familiarizando con ella, le irá convirtiendo en otra persona.
Esta persona estará más informada (los dossieres son infinitos y
complejos), más realista (muchos de esos expedientes contienen las
claves que pueden desenlazar la destrucción o la salvación de
pueblos y naciones, entre ellos los suyos); y más prudente (el
sistema democrático tiene ‘checks and balances’ pero también
aristas, afiladas y ocultas). El poder, además, obliga a refinar
las formas.
Toda esa introducción es para decir que la
presidencia de Trump estará más restringida por las realidades del
poder detentado por los Estados Unidos, que por muchos de los
increíbles compromisos que ha contraído, y que le han ganado el
marbete de populista entre las opiniones de muchas otras
naciones...
Empecemos por la prioridad que, dentro de su
programa, aparentemente ha sido el factor decisivo de su
victoria: devolver a su país los puestos de trabajo que fueron
exportados a terceros países por la globalización, y cuyos
productos compiten con el ‘made in USA’. ¿Está Trump en condiciones
de desviar unas corrientes de negocios que obedecen a la
racionalidad del capitalismo, favorecidas además por los
poderosos sectores financiero e industrial de la economía
norteamericana? El coche acabado en una maquiladora mexicana,
¿no recibe gran parte de sus piezas de un fabricante de los Estados
Unidos? Ese coche, ¿no le sale más barato al comprador
norteamericano que el fabricado en los propios Estados Unidos?
Esta
cuestión se halla estrechamente vinculada con la de la
emigración. La presión demográfica y laboral de México sobre
Estados Unidos es resultado de su nivel inferior de desarrollo. Ya
es sabido: a más desarrollo, más retención nacional de la mano de
obra, y en consecuencia menos presión migratoria hacia el norte.
Es más, el mercado mexicano ofrece una oportunidad de ampliar, de
forma realista, el alcance de la globalización, pero
limitándolo dentro de un espacio determinado por sus propios e
invariables imperativos geopolíticos. No es lo mismo
‘globalizarse’ de cara a remotos países bañados por el Pacífico o ante
una nación continente como China, que abrirse hacia un país de
mediano tamaño con el que se comparten ríos, sierras y vastas
configuraciones marítimas, aparte de muchos rasgos
culturales.
Pero incluso abandonar el impulso hacia la
Asociación Transpacífica (TPP) obliga a revisar uno de los pilares de
la seguridad de los Estados Unidos en el Pacífico occidental. Japón
y Corea del Sur consideran ese tratado como esencial para asegurar
el futuro de sus economías y fortalecerse ante China. Este
tratado no se llevará al senado hasta que el nuevo presidente asuma
el poder, y lo que quiere Trump a lo mejor no cuadra con lo que desean
muchos senadores, que representan intereses económicos muy
fuertes de sus estados, y compromisos firmes con los que se han
jugado su carrera política.
Unas propuestas de seguridad lanzadas a la ligera
Está
también el impacto internacional de cancelar el TTP. Ésa sería
una mala noticia para Shinzo Abe, el primer ministro japonés. En su
caso, y en el de Corea del Sur, la economía se cruza
inseparablemente con la seguridad. Frustrar a los amigos y
aliados en lo comercial, y animarles a continuación a hacerse con
el arma atómica, como ha propuesto Trump a Tokio y Seúl, no parece
muy practicable, siquiera sea por la dificultad de disponer de
ella en el relativamente corto plazo de una presidencia de cuatro
años, ya que requiere una reestructuración geopolítica
fenomenal, que consumiría recursos intelectuales y
políticos, aparte de financieros y militares, de los que ni
Japón ni Corea del Sur disponen de momento porque hasta ahora no lo
habían necesitado.
A la misma clase de expedientes
imposibles pertenece el supuesto acercamiento entre Trump y
Putin. En este caso la alarma ha sonado en Europa. Y sólo por una cosa
tan superficial como que ambos hayan insinuado que pueden
entenderse. Trump tendría que ignorar la indignación y
preocupación que han causado al público y a las élites políticas
norteamericanas el desprecio mostrado hacia el proceso electoral
en órganos de propaganda oficiales rusos, o el espionaje de
Moscú sobre las redes informáticas de los Estados Unidos.
Trump sólo
ha prometido reparar las relaciones con Rusia, lo que ha sido
saludado por Putin como una victoria personal, debida a su
firmeza y a su rectilínea trayectoria nacionalista, pero sus
estrechos límites son perfectamente legibles por las cabezas
frías que sin duda seguirá habiendo en la administración
norteamericana.
Putin quiere ser un interlocutor fiable de
Washington, al que quiere ver más despegado de esos quejumbrosos
europeos que piden a Washington desplazar fuerzas militares a las
fronteras con Rusia. Moscú está urgido por dos imperativos
circunstanciales: que Occidente levante las sanciones económicas
y las personales contra algunos de sus líderes, y retrasar o
parar la preparación militar de la OTAN, que se lleva a cabo
demandada por los países bálticos, Bulgaria, etc. Moscú, sin
embargo, tiene poco que ofrecer a cambio, en términos de
disposición a la colaboración en la seguridad común.
Trump
ha demandado a los aliados europeos un incremento de su esfuerzo
militar. Hace bien. Este es un expediente en que el presidente
Obama ha sido benigno, si no negligente. Los cambios habidos
durante sus mandatos en el espacio geopolítico de Europa no han
recibido respuesta, ni convincente ni suficiente por parte de los
aliados, especialmente en casos como los de Alemania y España.
Las
defensas de los países europeos no se mueven si no es de la mano de
los Estados Unidos, en un tiempo en que se ha producido la anexión de
Crimea por Rusia, la guerra clandestina contra Ucrania, el abandono
por Moscú de las negociaciones sobre armamento nuclear, su
despliegue militar en Siria y un largo etc., en un esfuerzo
político de Putin que, en opinión del presidente búlgaro, Rosen
Plevneliev, tiene por fin “hacer que Europa dependa de Rusia”.
El
examen de lo que significará la presidencia de Trump pide muchos
capítulos: queda por analizar la posición que tomará Washington
sobre las guerras civiles de Oriente Medio, o el tratado de
desnuclearización con Irán, o la política expansionista de
China en mares que comparte con aliados de los Estados Unidos; o la
carrera espacial de ambas potencias; o su ciberseguridad, etc.
Los
pronunciamientos de Trump, durante su carrera presidencial,
unos impertinentes, otros meramente provocativos, en torno a
los problemas geopolíticos más cruciales de nuestro tiempo, no
tienen mucho significado ni sentido en un mundo tan complejo, cuyos
resortes y secretos han ido engrosándose a lo largo de sesenta
años o más. Esos son los dossieres del poder con los que Trump debe
familiarizarse y dominar. Y se dará cuenta de que el populismo
con que ha querido muchas veces caracterizarse tiene poca cabida
en ese aprendizaje.
(*) Periodista