Pedro y Pablo hablaron y en una tarde, tras conocer el veredicto de
las urnas (retroceso de ambos), lo que fue imposible (una mera
oportunidad) hasta ahora, lo que no fueron capaces de acordar durante
cuatro meses, se hizo realidad (una necesidad).
La mutación de
“oportunidad” a “necesidad” la explicó Pablo en sus palabras para
explicar el acuerdo. Llegó más lejos en su relato; “vacuna contra la
extrema derecha”, de manera que el éxito electoral de Vox (muy relativo
por otro lado) ha sido el incentivo para que Pedro y Pablo se pongan de
acuerdo. Curiosas paradojas, el populismo de derechas alienta el pacto
de la izquierda.
La evolución de Pedro, legítima, acelerada por los resultados
electorales se disolvió en segundos. Los recelos anteriores que había
expresado sin ambages a lo largo de los meses pasados pasaron a segundo
plano, al baúl del olvido con aplicación de un viejo principio de la
política pragmática. Cada amanecer el contador se pone a cero y se
olvidan las rencillas y los recelos.
Pedro y Pablo llegaron a un acuerdo para experimentar un Gobierno de
coalición (primero en la historia democrática española) con una charla
al atardecer y un apretón de manos.
Para formalizarlo encargaron un
documento tópico y típico, dos folios con diez puntos que se redacta en
un rato incorporando todos los epígrafes de los argumentarios de
campaña.
Solo les faltó añadir al final el lema marxista (de Groucho), o
el más familiar e infantil: “Y lo que sus majestades quieran”, o el
administrativo “salvo mejor opinión de la superioridad”.
Comparar el documento del acuerdo, firmado con austera solemnidad en
una sala del Congreso con los Pactos de la Moncloa sirve para apreciar
las diferencias entre entonces y ahora. Pero el documento es
instrumental, mera liturgia; lo que cuenta es la voluntad, la necesidad
de los firmantes para llegar a semejante conclusión.
No habrá dificultades insalvables para una investidura, aunque sea en
segunda vuelta. Tampoco para componer el Gobierno de coalición que
puede estar pergeñado ya que el dominio de los jefes de sus respectivos
partidos es suficiente para que no precisen negociaciones internas. Ni
Felipe, ni Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy lo tuvieron tan fácil a la hora
de componer sus gobiernos monocolores. Pedro y Pablo se bastan por si
solos.
El acuerdo proporciona una inicial tranquilidad a la política
española, algo de sosiego tras demasiados meses de agitación y agonía.
Da la sensación de que pedro y Pablo lo tenían hablado, o quizá no. La
displicencia con la que Pedro salió al balcón de Ferraz la pasada noche
avala esa hipótesis.
Instrumentar la mayoría suficiente en la cámara
para la investidura está asegurada, incluso un acuerdo de Gobierno de
más alcance para transitar los primeros meses de gobierno. Otro tanto
para negociar con los “indepes” que buscan una plataforma de encuentro
para revisar su estrategia y salir del laberinto.
Los problemas vendrán después, cuando las deslealtades, las
frustraciones, las impotencias demuestren una vez más que el papel y la
palabra son resistentes a todo, pero la dura realidad no lo es tanto.
Pedro y Pablo acuerdan rápido, sin entrar en detalles, pura voluntad; el
desempeño es otro cantar.
(*) Periodista y politólogo
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