Cuando hay una crisis política, de modelo de ciudad, de liderazgo, de hartazgo respecto a como se ha gestionado Barcelona
en los últimos años, de incapacidad para hacer frente a los
contratiempos y plantear soluciones a problemas tan importantes como los
que actualmente hay en la capital catalana, la acumulación de problemas
no resueltos acostumbra a estallar por el sitio menos pensado.
Era
inevitable que así acabara pasando en cualquier momento y ha sido por la
inseguridad que sufre la ciudad, pero hubiera podido ser por la nula
perspectiva económica para aprovechar una plaza financiera como
Barcelona, por el abandono que padece el comercio local o por
la ausencia de una visión integral de problemas que afectan a las
personas entre los 20 y los 40 años, desde la vivienda a las guarderías y
tantos otros.
No es agradable encontrar, un día tras otro, medios de comunicación
internacionales que destacan ya abiertamente lo que aquí se insistía en
negar un día tras otro. No es necesario ir a las hemerotecas locales
para ver como este tema se escondía hace muy poco tiempo y se tildaba de
alarmistas a los que avisábamos del camino que estaba tomando
Barcelona.
En las últimas 48 horas la BBC, el Der Spiegel y el Frankfurter Allgemeine
han definido Barcelona en sus titulares como la ciudad del crimen o una
ciudad de ladrones, los consulados de EE. UU. y de Alemania han
alertado de su criminalidad, el cantante argentino Chano ha sido
asaltado en el Raval este mismo jueves y el embajador de Afganistán fue
víctima de un robo con violencia el domingo por la noche en el centro de
Barcelona. Podríamos seguir.
Ahora que se extiende la crítica a la gestión municipal, es de un gran cinismo otorgar la alcaldía a Colau
la pasada primavera o aplaudir en su momento aquella decisión y ahora
no hacerse responsable de la misma. Lo dijimos en su día: Colau no
estaba capacitada para reconducir una situación que ella había
contribuido a crear. No se nos hizo caso. Se utilizó el argumento de que
más valía malo conocido que bueno por conocer y que había que hacer
cualquier cosa para evitar que el ganador de las elecciones, Ernest Maragall,
alcanzara la alcaldía y, según se decía, poner la capital del país al
servicio de la independencia de Catalunya. Había que barrarle el paso.
¡Qué fácil fue convencer a Colau!
No se trataba tan solo de respetar la voluntad de los electores
—Barcelona en Comú había logrado un 20,71% de los votos, casi cinco
puntos menos que en 2015, todo un castigo, y había quedado en segunda
posición— sino que Barcelona necesitaba un revulsivo que solo un nuevo
alcalde o alcaldesa le podía dar. Era obvio que mantener a Colau era
sacrificar Barcelona por más que se justificara el apoyo del Upper
Diagonal porque los comunes necesitarían del voto imprescindible del PSC y de Manuel Valls, que serían los encargados de rectificar a Colau.
Y aquí estamos. Sin un proyecto para rescatar Barcelona. Eso sí,
Esquerra Republicana no tiene la alcaldía. El independentismo está en la
oposición. El establishment respira tranquilo por la mañana
mientras se queja en sus veladas en la Cerdanya, en la Costa Brava o se
distrae en su yate por el Mediterráneo. Curiosa paradoja: Los
predicadores del daño que el referéndum del 1-O o el proceso
independentista estaba haciendo a Barcelona están ahora callados,
mientras los medios de comunicación internacionaesl se ensañan con
Barcelona. Ahora sí que Barcelona está en la diana como una ciudad
violenta, donde no se hace nada para rebajar la creciente criminalidad.
Felicidades a todos ellos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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