Notable el aggiornamento del Borbón que,
a diferencia de la tradición familiar, ha decidido tomarse en serio el
cargo, con la misma verborrea de siempre sobre sus muchos sacrificios al
servicio de España y con unos gallitos doctrinales que son de rumiar
aparte.
Menuda
teatralización montada por el Estado. Congreso Mundial del Derecho,
nada menos. 2.000 juristas en la capital de España celebrando el Estado
de derecho español con el fausto motivo del 40º aniversario de una
Constitución que todos quieren cambiar pero no saben cómo. Dramatización
del momento al otorgar al rey un galardón mundial de la paz por su
compromiso con el Estado de derecho.
Conociendo
el país, uno en donde se destinan dineros públicos a comprar medallas
(como hizo Aznar) o a tapar la boca de Estados críticos comprándolos
(como hacía Margallo), solo queda preguntar cuánto habrá costado al
erario esta ridícula escenificación de la última amenaza a Catalunya.
Amenaza con todo el peso de la ley, no solo española, sino mundial.
Que la prensa y los comentaristas a una consideren notable admonición, digna de ir a portada, el sofisma entrecomillado "No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del derecho" ya
pone sobre la pista de lo que seguirá. Repárese en el menosprecio
implícito del adjetivo "supuesta" (típico calificativo antidemocrático
de la democracia) que preanuncia el sempiterno sofisma autoritario: la
prioridad de la ley sobre la democracia, ya que esta no es posible sin ley.
Es
el hilo de oro, el que cree que le saca del laberinto de Dédalo. Verdad
divina que repite machaconamente, como hacía su mentor, M. Rajoy, y los
medios celebran extasiados. La democracia no es posible sin la ley, sin respeto a la ley.
Menuda
estupidez. Ni la democracia ni la dictadura ni ninguna forma imaginable
de gobierno. La ley es inherente a toda forma de asociación, ¿no? San
Agustín señalaba que hasta entre las bandas de ladrones ha de actuar
algún tipo de ley si quieren seguir robando y no robándose. Las leyes de
Nurenberg eran leyes. La dictadura del genocida Franco (a quien este
rey debe su trono) tenía leyes. Eran leyes dictadas por criminales, pero
eran leyes.
El problema, por tanto, majestad, no reside en la ley, si no en qué ley.
Y ahí está la cuestión: solo la ley que libremente acepten quienes han
de acatarla, la ley democrática; porque la ley no es necesariamente
fuente de democracia, pero la democracia sí es necesariamente fuente de
la ley porque se atiene al único principio de legitimidad válido: la
libre voluntad de los gobernados.
Allí
en donde la ley se impone contra la voluntad de la ciudadanía no es
ley, es iniquidad, injusticia y, en definitiva, tiranía.
Y
de tiranía va este discurso y las glosas de los cortesanos como Felipe
González, entregado en cuerpo y alma a la defensa de la monarquía y
seguramente a punto de que le caiga un título, Marqués del Clan de la
Tortilla, por ejemplo. Chusca, castiza, imperial, condescendiente: mejor
seguir unidos que andar separados. Y ojito con lo que hacéis, decís y
pensáis, que aquí tengo yo una ley, aplaudida por todo el mundo del
derecho y todo el derecho del mundo.
Es
desconsolador comprobar que no han aprendido nada. Con este discurso,
que sigue en la línea del del 3-O, Felipe VI se constituye en autor
intelectual del delito que van a cometer materialmente los magistrados
del Supremo con su sentencia. Y, a partir de ahí, ancha es Castilla.
En
fin, enhorabuena por ese premio por su dedicación al Estado de derecho,
con el que tiene usted tanto que ver como con la democracia, palabra
que manosea usted sin miramientos, como corresponde a la naturaleza
profundamente antidemocrática de la institución que personifica y
representa.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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