La hegemonía del relato exterior
independentista saca de quicio a los unionistas. El ministro de Asuntos
Catalanes; Borrell, solo tiene ojos, oídos, boca para Catalunya. Su
misión es épica, de reconquista. No solamente quiere combatir la
hegemonía del relato independentista, sino la misma Leyenda Negra.
Emplea
todo tipo de recursos públicos para cortocircuitar la acción exterior
de la Generalitat: mantiene premios en metálico para el mejor artículo
en Europa sobre España, o sea, contra Catalunya; financia y difunde
doctrinas unionistas en ponencias académicas, a modo de briefings para las embajadas; las rearma políticamente a base de PWPs; apadrina obras de gran impacto en contra de la leyenda negra.
Recientemente
ha explicado el uso del cuerpo diplomático a modo de cosacos del Don,
para reventar actos de Torra o, por lo menos, escrachearle un poco. El
último episodio, a cargo de un cónsul en San Francisco, ha hecho más por
la causa indepe que el discurso del propio Torra.
No es delirio catalanófobo de Borrell; es política de Estado. Borrell hereda ese pacto de la vergüenza por el que Margallo acordó enviar tropas españolas a los países bálticos (con
cargo al erario español) para que los bálticos no le armen follones
internacionales con la autodeterminación. Triste lógica la del tramposo:
tiene que pagar para que no le saquen los colores.
Y ahora resulta que
esas tropas son catalanas. Es un espíritu que recuerda algo la idea de
Trump de que el muro lo paguen los mexicanos, aunque parece que con más
éxito. Es verdad que los ministros españoles gustan de enviar efectivos
militares al extranjero con los más variados motivos. Fernández Díaz, el
de Interior, enviaba pelotones de guardias civiles, policías, militares
y monjas a Lourdes a bailar la yenka. Pero este envío de tropas tiene
un fuerte aroma colonial.
El
Estado sirve para esto, para dedicar infinidad de recursos públicos a
torpedear la acción exterior de la Generalitat que, a su vez, también ha
de emplearlos para contrarrestar el torpedeo. Esta confrontación
permanente no es un negocio para nadie y las estrategias de desgaste, un
error.
Catalunya
mantiene la hegemonía de su relato exterior porque su causa goza de
simpatía en los medios y la opinión internacional más movilizada que
apoya una lucha de liberación de una minoría nacional. Le ayuda
sobremanera la fosca imagen internacional de España, incapaz de
convencer de que se trata de un Estado democrático de derecho.
Y menos
con explicaciones como las del cónsul de Frisco o las declaraciones de
aquel otro ministro que aseguraba en directo en la BBC que las imágenes
de la represión policial el 1-O eran falsas. Y se lo decía al que las
había tomado.
Es imposible hablar de Estado de derecho con presos y exiliados políticos.
Y con gente en la cárcel por dibujar chistes o hacer canciones.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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