Mal empezamos si a los 500 invitados a la inauguración del aeropuerto de
Corvera se les regala un tarro de pétalos de sal de Torrevieja con
pimentón envasado en Novelda, en lugar de agasajarlos con sal de San
Pedro del Pinatar y pimentón de Espinardo. Es como si a las ferias
agrícolas lleváramos tomates de Almería y no de Mazarrón. Aunque no sea,
esta, nimiedad suficiente para sospechar de las intenciones de Aena,
obligada ahora a conjugar sus intereses en El Altet con los de Corvera,
sí estamos ante otra muestra de la miopía que aqueja históricamente a la
promoción del turismo regional, puesta en evidencia desde que en los
albores de la industria Mazarrón abrió en Bolnuevo las primeras playas
nudistas de España pero nadie se enteró y los amantes de andar en cueros
se fueron en tropel a Vera, a pesar de que sus playas no le llegan a
las de Mazarrón a la altura del tobillo, quizá porque alguien abrió allí
un hotel nudista y en Mazarrón no se le ocurrió a nadie.
Tampoco parece
alentador el hecho de que, una vez abierto el aeródromo y después de
tanta pólvora política gastada en su gestación, aún no esté claro cómo
se llamará. Su denominación oficial -nada pegadiza- es 'Aeropuerto
Internacional Región de Murcia', pero el Gobierno de la Comunidad
Autónoma quiere darle el nombre de Juan de la Cierva, a lo que PSOE y
Podemos se oponen arguyendo que el supuesto pasado franquista del
inventor del autogiro podría chocar con la ley de Memoria Histórica.
Al
final, no nos engañemos, se le terminará conociendo por 'aeropuerto de
Murcia', marca que se antoja mucho más comercial, o por 'aeropuerto de
Corvera'. Todos estos apelativos figuran además en los buscadores de
vuelos (la versión actual de las agencias de viaje), una circunstancia
en absoluto baladí que termina de empañar lo que debería ser un mensaje
para que se nos oiga alto y claro en el ruidoso mercado de los destinos
turísticos.
Ahora toca llenarlo de pasajeros extranjeros, a falta de vuelos
nacionales. París, Roma, Copenhague, Düsseldorf, Londres y Dublín ya
saben de su existencia, y en sus vallas y periódicos lucen también las
excelencias de la Costa Cálida, merced a las campañas de la Consejería
de Turismo y Cultura, que este año dispone de 6,5 millones de euros para
invertir en promociones, una partida sin precedentes en los
Presupuestos regionales.
Está cantado que Corvera incrementará
gradualmente el número de turistas europeos, al igual que el AVE lo hará
en su día con los visitantes nacionales. La pobre oferta de estos
primeros meses, limitada a doce destinos y solo tres países (Inglaterra,
Irlanda y Bélgica) se ampliará desde mayo a seis países y 22 destinos,
que operarán siete aerolíneas, sin contar la ruta a Oviedo, lanzada ya
en su página web por la compañía Volotea.
No está mal, para empezar.
Pero todavía es poco para un sector con muchas potencialidades sin
explotar y sobre el que se cierne una amenaza sobrevenida, el 'Brexit',
de cuyo alcance da idea el dato de que el 42% de los turistas que llegan
a Murcia son británicos, frente a una media nacional del 20%, una mayor
exposición a lo que se decida en Londres que también significa duplicar
el riesgo de un batacazo.
Vuelve a errar este año la Comunidad
Autónoma al acudir otra vez a Fitur, la primera feria turística del
mundo, con un cóctel pensado más en satisfacer intereses municipales de
aquí y de allá, de mi partido y del tuyo, que en vender la rica oferta
de sol y playa de la Costa Cálida. Esta debería ser la gran apuesta
regional, sin desmerecer por ello otras opciones (turismo de patrimonio,
de festivales, de religión), pero a la vez sin complejo alguno por
sacar la sombrilla. Es sin duda lo que mejor funciona en una región
bendecida por 3.000 horas de sol al año, casi 300 kilómetros de costa y
playas de una calidad imbatible.
La realidad ha evolucionado para bien en poco tiempo. El turismo
supone ya el 11% del PIB regional, lo que equivale a la mitad de la
riqueza del musculoso sistema agroalimentario en su conjunto y al doble
de lo que la agricultura aporta por sí sola. Más de 5,7 millones de
personas visitaron la Región en 2018, que fue el mejor año de la
historia para un sector que lleva 65 meses consecutivos creando empleo.
Atrás va quedando también, aunque todavía con cuentagotas, la ridícula
cantidad de plazas hoteleras, que a fecha de hoy suman 20.569, de las
que 11.000 están en el litoral y 1.945 se han abierto o reabierto
durante los dos últimos años en doce hoteles de nueva planta o que han
levantado nuevamente la persiana, algunos de ellos gestionados por
cadenas de postín como Sheraton y Hilton.
Las plazas alojativas (así
llamadas en la jerga) se elevan a 60.133 con los apartamentos legales,
los campings, los 'hostels' y los albergues. Datos, sí, datos, pero tan
ciertos como los hechos que representan. Murcia empieza a estar por fin
en condiciones de meter cabeza entre las comunidades punteras, y el
aeropuerto ayudará a conseguirlo, comoquiera que finalmente se le
denomine.
Ahora bien, la Administración llega hasta donde llega.
La página de Murcia Turística 'momentos reservados' ofrece paseos en
globo entre Carrascoy y Sierra Espuña, enoturismo, excursiones a lomos
de caballo en Calblanque, descensos por el Segura, avistamiento de
cetáceos en Mazarrón e inmersiones de buceo en Cabo de Palos, una de las
joyas de la corona y a la que se apuntaron el año pasado 40.000
visitantes, franceses en su mayoría.
Es el turno ahora de algunos
ayuntamientos perezosos en sus tramitaciones urbanísticas, y es, sobre
todo, turno para la iniciativa privada, a la que corresponde acompañar
sus razonables exigencias de más promoción con proyectos dinamizadores
que den vida a lugares tocados por la naturaleza en los que, sin
embargo, resulta difícil comer bien o, sencillamente, divertirse.
En la
memoria queda, a modo de escarnio, la encuesta que el Imserso hacía
entre los jubilados que años atrás elegían La Manga para sus estancias
de temporada baja y en las que, una y otra vez, lamentaban tan
complacientes viajeros cuánto se aburrían fuera del hotel.
(*) Columnista
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