Ha sido una buena semana
para el inquilino de la Moncloa. A derecha y a izquierda sus
competidores le han ofrecido regalos que debería saber aprovechar. A fin
y al cabo, no todas las semanas tu mayor competidor por la derecha te
regala el centro y tu mayor competidor por la izquierda te quita la
presión por mantener la hegemonía en el espacio progresista.
Mientras,
contra pronóstico de casi todos, también se multiplican las señales de
que los presupuestos de 2019 podrían pasar sin apuros el trámite de las
enmiendas a la totalidad -el cabo de Hornos de la tramitación
presupuestaria, en palabras del socialista que más presupuestos ha
negociado: Fernández Marugán-; después, las sesiones del juicio oral al
Procés y los equilibrios de unos y otros dirán.
Núñez
Feijóo, que es listo y aún gana elecciones por mayoría absoluta, lo ve
venir. Mariano Rajoy también pero pasa; ha decidido que si su partido
quiere estrellarse que al menos lo haga sin su ayuda. El presidente
gallego lleva todo el fin de semana de gira por la Convención y por los
medios de Madrid avisando el suicidio que supone abrazarse al
neoaznarismo y volver a dejar el centro al PSOE y a Ciudadanos y el voto
regionalista al nacionalismo democristiano.
Un rápido repaso a los resultados electorales del
Partido Popular en Generales le da la razón por goleada. El aznarismo,
el gran ganador del cónclave, derrotó por los pelos a un agonizante
Felipe González en 1996 y obtuvo su mayoría absoluta en el 2000 con
Rajoy de director de campaña y al más puro estilo marianista. El
marianismo, el gran derrotado del cónclave, arrasó en 2011, ganó en 2015
y amplió su ventaja en 2016. Perdió por culpa de Aznar en 2004 y por
sus propios méritos en 2008.
El PP gana cuando ocupa el centro y, sobre
todo, cuando logra desmovilizar a parte de la izquierda a base de
moderación y pocas estridencias. El neoaznarismo trae dos buenas
noticias para Sánchez: le regala el centro y le suministra un malo de
manual para movilizar a sus votantes.
Iñigo Errejón
ha hecho lo mismo que hicieron un millón de votantes en 2016 y más de
trescientos mil en Andalucía, en diciembre de 2018: constatar que la
marca Podemos se está quemando más rápido de lo que todos calculábamos.
No se le puede reprochar que siga su camino, buscando ampliar el espacio
y renovar el formato, para intentar ganar sus primeras elecciones como
cabeza de cartel. Que los líderes reclamen y puedan exigir lealtad no
basta para condenar a los demás a la estupidez o a la falta de visión.
La máquina de fango activada contra Errejón, poniendo en duda su
lealtad, su integridad o sus verdaderas motivaciones, solo puede
disimular, pero no ocultar, la evidencia. Ni Podemos ni Pablo Iglesias
están ya en condiciones de disputarle a Pedro Sánchez y al PSOE la
hegemonía de la izquierda sin efectuar una maniobra envolvente parecida a
la ejecutada primero por Manuela Carmena y ahora por Errejón.
Todavía hoy, en 2019, los morados siguen recogiendo los frutos amargos
del error histórico cometido en la primavera de 2016 cuando, entre todas
las opciones disponibles: pactar con los socialistas y gobernar, dejar
gobernar al PSOE y C's o votar con el PP contra la investidura de
Sánchez, escogieron la peor.
Seguramente Errejón ya lo supo entonces
pero, o no lo dijo lo suficientemente claro, o se calló; eso sí se le
puede reprochar.
(*) Periodista y profesor
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