El domingo tres de julio, murió una
persona sin hogar en el Hospital Reina Sofía de Murcia. No existe
discusión posible ante la máxima de que todas las muertes valen lo mismo
porque todas las vidas valen lo mismo. Pero precisamente por esto
último, la muerte de esta persona merece una reflexión, aunque sea breve
ya que, puede ser, que las desigualdades a la hora de vivir sean
también desigualdades a la hora de morir.
Murió
en un hospital, cierto, pero después de haber estado viviendo en la
calle. Esto supone que su muerte tiene una serie de implicaciones
sociales. En España hay 31.000 personas viviendo en la calle. El 44% de
ellas llevan más de tres años en esa situación.
Estos datos los ofrece
RAIS Fundación que explica: "El sinhogarismo es un fenómeno complejo que
tiene su raíz en la desigualdad económica, la exclusión social, la
falta de acceso a derechos básicos y la invisibilidad de las personas
que lo sufren".
Que te falte un hogar es terrible. Volverte invisible
debe poner en duda todo acerca de ti mismo. En ocasiones, y de manera
intolerable, se vuelven visibles solo para ser víctimas de delitos de
odio. Odio que reciben exclusivamente por su situación de pobreza.
Según
el informe que en 2015 realizó el Observatorio Hatento, el 47,1% de las
personas entrevistadas informaron de, al menos, un incidente o delito
relacionado con la aporofobia durante su historia en la calle. Entre
estas, el 81,3% de los casos habría pasado por este tipo de experiencias
en más de una ocasión. La aporafobia también es machista.
Mientras que
un 60,4% de las mujeres entrevistadas informaron de, al menos, un
incidente o delito de odio, este porcentaje es del 44,1% en el caso de
los hombres. La violencia, por si no había bastante, tiene otra vía de
relación con las personas sin hogar. Otra vía machista y de una crueldad
desconcertante: el 26% de las mujeres en situación de sinhogarismo ha
sido, previamente, víctima de violencia.
Pensemos ahora, por un momento, en el contexto en el que se produce todo esto. En el espacio y el tiempo.
La
ciudad, como espacio habitado por personas, no es una cuestión que se
agote en los planes de ordenación urbana. En la ciudad se plasman las
consecuencias del mundo globalizado en el que vivimos y de las
principales políticas que lo rigen. Las ciudades se construyen en
función de necesidades que no siempre coinciden con las de las personas
que las viven y sí respondiendo a otros intereses.
Un ejemplo: cuando un
Ayuntamiento pretende regular el uso de los espacios públicos suele
provocarse una confrontación entre los intereses de los restauradores,
que no quieren ver limitado el espacio que pueden dedicar a sus
terrazas, y el derecho de los ciudadanos a disfrutar de sus plazas y
parques. Podríamos poner más ejemplos. Bancos diseñados para que nadie
pueda tumbarse en ellos.
Fuentes públicas que se cortan impidiendo que
las familias que no tienen agua corriente en casa, o no tiene casa,
puedan conseguirla de ellas, la inexistencia de baños públicos para que
sean usados por las personas que están en la calle. Las políticas a las
que nos referíamos al comienzo del párrafo dictan el trazado de las
calles y permiten que la vivienda se convierta en una mercancía en la
que invertir tanto como asumen que el modelo de sociedad que nos hemos
dado excluye a un número considerable de personas. Las puede excluir
tanto que llegue a dejarlas sin hogar. A volverlas invisibles sin
mediación de fórmula química alguna.
¿Para
qué sirve entonces el paso del tiempo? Legítimamente, nos podríamos
preguntar si no nos estaremos moviendo en un tiempo cíclico, que es el
de las cosechas y las fiestas pero también el que nos hace repetir una y
otra vez los mismo errores, el que estanca a personas y familias de
nuestro aquí y ahora a unas condiciones de vida impropias del siglo XXI
o, en todo caso, de la idea que de sí mismo tiene este siglo.
Frente al
tiempo cíclico, está el que avanza, el tiempo al que podemos llamar
"histórico", el tiempo que nos debe llevar a un mundo mejor. Un mundo en
el que la calle sea un espacio para el paseo, para el encuentro, para
la expresión del arte y la política, para el juego.
Un mundo en el que
la calle no sea lo que es ahora: el "espacio exterior" al que se arroja a
ciertas personas fuera de la "nave nodriza"; un mundo en el que sufrir
todo tipo de agresiones por la única razón de vivir en la pobreza; en el
que todos tus derechos, empezando por el derecho constitucional a una
vivienda, pueden entrar en el limbo de lo improbable; un mundo que no
mate como la más cruel de las enfermedades.
El
poeta inglés John Donne escribió: "Ninguna persona es una isla; la
muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la
humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti". Doblan por nosotros, que estamos vivos dentro de una
sociedad que permite que la gente muera por tener que vivir en sus
calles.
(*) Red de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión de la Región de Murcia
No hay comentarios:
Publicar un comentario