En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo que gobernaba una dama de las de finiquito en diferido,
mantilla en ristre, simulación flaca y tesorero corredor. El tono
quijotesco, mal que nos pese, es el único que le cuadra a la enloquecida
y delirante sucesión de disparates en que se embarcó la ministra de
Defensa, María Dolores de Cospedal, ante la comisión de investigación de
la financiación ilegal del PP.
Fue una galopada de exabruptos contra
viento y marea, contra el sentido común, contra el dictamen de los
jueces y contra la realidad; una actuación quijotesca en todos los
sentidos excepto los de la nobleza y la justicia, los ideales que movían
a don Quijote a enderezar entuertos. Cospedal, como el resto del PP,
siempre ha sido más del cura y de Sancho Panza.
Aun así, sin prepararlo ni pretenderlo, le ha salido el mejor
homenaje involuntario al Quijote en mucho tiempo, una odisea de
despropósitos en que cabalgó contra molinos de viento que en realidad
eran gigantes. La estrategia de transmutar la realidad mediante un acto
de magia verbal es uno de los grandes hallazgos de Cervantes, un
malabarismo que repitieron luego las tristes heroínas de la novela
decimonónica -Emma Bovary, Ana Karenina, Ana Ozores, Effie Briest- hasta
que el ideal romántico se hacía pedazos.
Como ellas, Cospedal se empeña
en creer que un registrador de la propiedad barbudo y ceniciento es un
príncipe azul; como don Quijote, se empecina en negar las evidencias, la
caja B, los ordenadores destrozados a martillazos, o incluso que su
marido, López del Hierro, sea el mismo López del Hierro que aparece en
los papeles de Bárcenas.
“López del Hierro hay muchos” dice Cospedala de la Mancha,
evocando sin querer a aquel “M. Rajoy” que tampoco era exactamente el M.
Rajoy presidente del gobierno. El momento de auténtico virtuosismo
poético llegó cuando reconoció que el apartado “D. Cospedal” en los
papeles de Bárcenas se refiere a ella misma, sí, pero sucede que los
papeles de Bárcenas son falsos. Ahí tenemos al don Quijote verdadero del
manuscrito de Cide Hamete Benengeli y al don Quijote fraudulento de
Avellaneda, con sus trayectorias enfrentadas en un juego de espejos.
A
medida que Cospedal hablaba y hablaba, los papeles de Bárcenas se iban
elevando al rango de una novela de caballerías real y fantástica al
mismo tiempo-fantásticamente real, realmente fantástica- donde el
tesorero, los sobres, los empresarios, los beneficiarios y hasta los
jueces que han certificado su validez caen enredados en la telaraña de
un complejo laberinto literario.
Como en el Quijote, el recurso definitivo siempre es obra de un
encantador con muy mala leche, ya sea el sabio Frestón o el tesorero
Bárcenas, capaz de urdir un montaje contable no ya ante la plana mayor
del PP, con toda su lamentable corte de ministros, secretarios y
correveidiles, sino también ante la judicatura en pleno. El Quijote,
decía Antonio Rey Hazas, que fue profesor mío en la Universidad Autónoma
de Madrid, es como un camión de cuatro ejes: sigue rodando a través de
los siglos y aguanta lo que le echen, lecturas románticas, comunistas,
fascistas, posmodernistas. Hasta un cargamento entero de mierda del PP.
(*) Escritor, guionista y columnista
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