¿Maquiavelo? Un aprendiz de brujo al
lado de estos Borgias mesetarios, Sforzas catalanes, Medicis
bilbotarras. Las dagas florentinas lanzan destellos en la penumbra de
los pasillos del congreso. Los condottieri no saben al servicio
de quién ponerse. Los príncipes se miran de reojo. Ninguno quiere cargar
con el mochuelo de ser el báculo de la tiranía.
Viéndose
perdido, con los vascos mirando a la izquierda, M. Rajoy pensó en
dimitir para yugular la moción de censura. Eso daría tiempo al PP,
impediría un gobierno del PSOE y permitiría convocar elecciones... al
partido con amplia experiencia en ganarlas haciendo trampas.
Hay en marcha una curiosa maniobra de Podemos de presentar otra moción de censura de acuerdo con C's,
para el lamentable caso de que fracase la de PSOE, cosa de la que ya se
ha asegurado porque C's no la votará. Podemos aclara ahora que no es
prestando tres votos, sino colaborando lealmente en un programa
minimalista: elecciones. Aquí la yugular que se busca no es la de la
moción en sí sino la del propio Sánchez que, al salir derrotado en su
iniciativa, tendría difícil la continuidad. Edificante no es; verosímil,
tampoco.
A esa jugada se contrapone otra más refinada aun del PNV que, tras precipitarse anunciando su voto a favor, al comprender que así empujaba a M. Rajoy a la dimisión, recogió velas y postpuso su decisión al discurso de Sánchez.
De tal modo, aquel no puede dimitir previamente y se juega la cabeza en
la mocióncon un grado alto de probabilidad de perderla.
El destino de Rajoy depende de los independes catalanes. ¡Què fort!!! dice Jordi Barbeta.
Un preso y un exiliado deciden sobre la suerte del que los ha
encarcelado y enviado al exilio. Es verdad, como dice Barbeta, que, al
final, la política española depende de la catalana. Desde hace muchos
años, aunque la clase política mesetaria no se enteraba.
Pero también
puede verse que, con este desastre, esa dependencia es irrelevante:
hagan lo que hagan los indepes, la actitud del Estado hacia Catalunya no
va a cambiar, lo cual no quiere decir que sea capaz de hacer nada. Si
gana Rajoy, el Parlamento no le dejará gobernar y tendrá que ir a
elecciones. Si gana el PSOE, quien quizá no le deje gobernar será el
propio PSOE; y elecciones.
Así
que, si el resultado es el mismo, no me parece mal apoyar la posición
de principios, en los términos de obligación moral en que la plantean
PSOE, Podemos y ERC. El independentismo va de eso precisamente, de
regeneración democrática. Incluso en el país vecino.
Dos países
Mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Què fer?. ¿Qué hacer? Habrá quien me acuse de chupar rueda de Lenin y su ¿Qué hacer?, de 1902. Pero Lenin hacía lo propio con la novela de Chernichevsky, ¿Qué hacer?, de 1863. De si la conocía Lenin da fe el hecho de que la había leído cinco veces. En fin, los títulos son copyleft.
El ¿Qué hacer? aquí
considerado se refiere a la disyuntiva bien visible en el
independentismo entre integrar parte de su acción en el sistema político
español (votar mociones de censura, participar en elecciones, etc) y
abandonar el territorio español (abstenerse de participar) y
concentrarse en Catalunya. Decidida partidaria de la ruptura, la CUP,
que no tiene representanción en las Cortes. Partidaria de la integración
(transitoriamente), ERC. En una posición intermedia, aunque con
tendencia a la ruptura, el PDeCat.
Ese es el tema. Aquí, la versión castellana.
¿Qué hacer?
Esta es siempre la cuestión, que se plantea cuando hay disyuntivas. ¿Qué hacer entre dos opciones?
Salga
como salga la moción de censura, todo el aparato político institucional
español pone proa a elecciones anticipadas. Si gana Rajoy no será desde
luego por sus méritos y le espera un resto de legislatura infernal,
abrasado por las sucesivas sentencias de la Gürtel y en soledad
parlamentaria absoluta, lo que lo llevará a elecciones. Si gana Sánchez
con un aliado incómodo y un parlamento hostil, se verá igualmente
obligado a convocar elecciones sobre todo teniendo en cuenta la
desconfianza con que su partido mira la alianza de gobierno y los
contactos con los independentistas.
Elecciones
en todo caso. En el reino de España. Aquí se plantea la cuestión ¿qué
hacer? ¿Participar o no participar en ellas? Asunto peliagudo porque hay
razones cruzadas y de distinta índole. Las hay de cálculo, materiales,
de eficacia y las hay de valor simbólico, de pronunciamiento, de
desobediencia. Participar es aceptar la legalidad española; no participar, permitir más anticatalanismo en las Cortes españolas.
La
República tiene su propio calendario que, es de suponer, podrá ir
aplicándose ordenadamente a medida que el Estado levante sus
prohibiciones y las instituciones catalanas puedan funcionar. Pero,
según como vayan las cosas, parte de ese calendario son unas posibles
elecciones anticipadas. Como en España, pero en Catalunya. Es una
cuestión de tiempos. La ironía de la situación es que el impacto de unas
elecciones catalanas en España es ahora superior al de unas elecciones
españolas en Catalunya. Hace un par de años algo así era impensable.
Una
decisión independentista de abstenerse en las elecciones generales
españolas viene amparada en la idea de que son cosa de otro país. Al
margen de la decisión que los indepes adopten en este asunto, el ánimo
con que se plantea es el mismo: se trata de otro país y los asuntos que
le conciernen son de otro país. Tómese el despliegue de los medios de
comunicación en España y Catalunya. Todo el mundo sabe (incluidos
organismos internacionales) que el sistema mediático catalán es mucho
más plural que el español, sometido a la censura.
La consecuencia obvia
es que los catalanes están mucho mejor informados que los españoles no
ya solo sobre Catalunya sino sobre España también. No existiendo
pluralismo mediático español en lo relativo a Catalunya, lo que las
audiencias reciben es la fábula del gobierno, elaborada por sus
publicistas y escribas orgánicos y difundida obedientemente por los
medios.
La
cuestión es si merece la pena tomarse en serio esa fábula, perder el
tiempo con las campañas mediáticas de corte negativista acusando a los
independentistas de nazis, racistas, excluyentes, identitarios,
xenófobos, supremacistas, etc. Quizá sea más práctico concentrarse en la
defensa frente a los actos de agresión callejera de las bandas
fascistas relacionadas con las cloacas del Estado, encendidas con los
discursos de los ideólogos del régimen y sus organizaciones criminales
más o menos fundidas con los partidos ultras.
Tómese
esa ridícula acusación de supremacistas a los independentistas
catalanes que Pedro Sánchez anda repitiendo por doquier sin saber lo que
dice o la de “nazis” de Alfonso Guerra que sí sabe muy bien que miente
como un bellaco. Andan los del bloque del 155 y sus
siervos en la prensa muy afanados buscando pruebas fehacientes de ese
supremacismo y racismo. Unas declaraciones antañonas de Pujol, alguna
referencia de Mas, los artículos y tuits de Torra, alguno de Puigdemont.
Y con estos mimbres descontextualizados y/o directamente falseados,
pretende construir una imagen del independentismo que permita oponerse a
él no por razón de un colonialismo autoritario y retardatario, sino de
la lucha por la libertad de los pueblos. Cuando la derecha
convierte un movimiento democrático y pacífico de millones por la
libertad en una conjura de unos políticos supremacistas hace el mismo
ridículo que cuando la izquierda lo atribuye a una confabulación de la
burguesía corrupta.
La realidad es justamente la contraria: el
independentismo catalán es un movimiento democrático que aboca a una
Estado de derecho mientras que España es una dictadura de hecho en una
situación de excepción y en la que, como en todas las dictaduras, hay
presos, exiliados y represaliados políticos. Y presas, exiliadas y
represaliadas políticas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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