En 1854, un joven Antonio Cánovas del Castillo publicaba un libro titulado Historia de la decadencia de España.
Con el tiempo, aquel joven llegó a primer ministro del país que
consideraba en decadencia. Y en decadencia lo dejó al morir un año antes
del mítico 98. Y en decadencia siguió. Y siguió incluso cuando, tras
una cruel guerra civil, una dictadura pretendió devolverlo a la senda
imperial, hundiéndolo aun más. Y en decadencia continuó; hasta hoy.
La
decadencia es sinónimo de España hace siglos. Explicaciones y propuestas
de soluciones hay para dar y tomar. Pero una parece incuestionable por
ser de carácter mercantil: una clase dominante tradicional, una
oligarquía de elementos nobiliarios, militares, eclesiásticos consiguió
destruir uno de los imperios mayores y más ricos del mundo por pura
incompetencia.
Hasta el punto de dejar a la metrópoli arruinada.
Fantástica ineptitud consistente en que los gobernantes (de los austrias
y los borbones) jamás tomaban las medidas necesarias para resolver los
problemas de la forma más provechosa para el país. Ni siquiera los
entendían porque el país (eso que luego fue "nación") no le importaba
nada y su pueblo, menos.
Una
vez más la fabulosa incompetencia de la oligarquía española se hace
patente. Desde el comienzo de la actual etapa del procés estuvo claro
que el independentismo llevaba la iniciativa política. También lo estuvo
que el nacionalismo español no comprendía la naturaleza y el alcance
del movimiento catalán. Básicamente a causa de su habitual arrogancia
que lo lleva a pensar que lo que no se dice y no se hace en castellano,
no existe y menos si no es en Madrid.
En
resumen, desde el principio ha estado claro que, al adoptar una actitud
de intransigencia y represión el bloque del 155 no sabía en dónde se
estaba metiendo. Traía en la memoria el plan de acción antiterrorista
del País Vasco. Y es el que pretende imponer a la fuerza en Catalunya en
donde, si no hay violencia, se inventa; y, si tampoco hay terrorismo,
también se inventa.
La
"batasunización" del independentismo catalán es una maniobra
propagandística del B155 (PP, PSOE, C's), una forma de criminalización
de aquel. Una prueba más de que la causa por rebelión del juez Llarena
es un juicio político por ideas, una persecución de los adversarios
políticos instrumentalizando el poder judicial. La ampliación del
concepto de rebelión hasta los cortes de tráfico o la supresión de los
peajes convierte en punible por vía penal el ejercicio de derechos
fundamentales.
El
objetivo de estas desmesuras del Estado es buscar la violencia que los
jueces necesitan para construir sus imputaciones de rebelión allí en
donde no la hay. Si no la encuentran está dispuesto a sembrarla en
provocaciones.
El Estado necesita violentos y terroristas, aunque sean inventados, para justificar su cerrada actitud represiva.
Y
con todo tanta desmesura es inútil. Las recetas del País Vasco no
funcionan en Catalunya. El grado de compromiso de la población con un
objetivo independentista es muy alto, como también lo es la relación
entre el movimiento y sus diversos centros de dirección. Uno de ellos es
precisamente la cárcel y el exilio. Algo nada infrecuente en el Estado
español. Pero no hay cárceles suficientes para más de dos millones de
personas.
El B155 es la nave capitana de la decadencia de España.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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