En estos momentos, y
desde hace ya un tiempo, la izquierda no es una referencia política. Se
sabe que está ahí, dividida, eso sí, que de vez en cuando alguno de sus
exponentes dice algo en público sin que ello tenga mucha trascendencia y
también que, semana tras semana, los sondeos concluyen que cae en
conjunto y que ni aún unida alcanzaría el gobierno.
No propone
alternativa viable alguna sobre las cuestiones más calientes, sobre
Cataluña en particular, ni tampoco es paladín de las causas sociales más
urgentes. Y el indicador más claro de que las cosas le van mal es que
empieza a atisbarse que puede fracturarse más aún de lo que ya está.
Hace unas semanas, exponentes del PSOE hicieron saber que su partido
aparcaba por ahora el proceso de entendimiento con Unidos Podemos, que
nunca arrancó de verdad. El miércoles, este diario anticipaba el texto que se presentará en la Coordinadora Federal de Izquierda Unida y
en el que Alberto Garzón confirma que quiere replantearse la relación
con Podemos. Veremos en qué terminan uno y otro aviso, pero no es
difícil vislumbrar que ante las dificultades, cada cual se apunta a
conservar lo poco o mucho que tiene, sin arriesgarse en aventuras en las
que no creen.
El apagón de la izquierda es el dato crucial del
panorama político general. Porque es la garantía de que no se va a
producir movimiento alguno en el signo del poder político, de que la
derecha va a seguir mandando. Y eso ocurre cuando Rajoy y el PP están
más débiles que nunca, cuando la corrupción les acosa, cuando todo lo
hacen mal o peor, cuando ni la propaganda más desvergonzada puede
ocultar que son incapaces de paliar la crisis catalana, que han dejado
en manos de unos jueces que actúan como políticos que se están cargando
la democracia. Y cuando muchos de sus votantes dicen a los encuestadores
que se pasarían de buen grado a las filas de Ciudadanos si ahora
hubiera elecciones.
A menos que cambien mucho las
cosas, el PSOE y Unidos Podemos van a asistir como espectadores
silenciosos a esa pugna por la primacía de la derecha que se libra desde
hace ya tiempo pero que los resultados de las elecciones catalanas han
colocado en el primer plano de la escena política. La izquierda no es
capaz de incidir en esa guerra que puede perfectamente terminar con la
victoria del partido de Albert Rivera. Y en el plazo de un par de años.
Si tuviera algo más de fuerza y de convicción de la que tiene podría
proponerse como una alternativa a los dos contendientes. Enarbolando la
bandera de los intereses de la mayoría social que ni una ni otra derecha
representan para nada. Aprovechando la tensión, enorme y creciente,
entre el PP y Ciudadanos, para lanzar un mensaje de esperanza a los
ciudadanos que no confían ni en Rajoy ni en Rivera, o que los detestan,
pero que, hoy por hoy, no creen que sea posible apartarlos del poder.
No sería la primera que algo de eso ocurriera. Incluso en España: el
éxito del PSOE en 1982 no habría sido posible sin la debacle de UCD, a
la que en gran medida contribuyó la AP de Manuel Fraga. Pero para eso
hacen falta elementos que ni el PSOE ni Unidos Podemos tienen en sus
manos y que todo indica que no van a tener en el horizonte temporal
previsible.
Para empezar, no tienen propuestas
alternativas creíbles. Sí, uno y otro partido denuncian la desigualdad
creciente, los bajos salarios, la desinversión en sanidad, educación e
inversión pública, el recorte de derechos que se creían adquiridos para
siempre. Pero ninguno de ellos da la impresión de tener muy claro cómo
revertir esas tendencias. Porque la política no consiste sólo en hacer
declaraciones sino en articularlas hasta el detalle y en preparar el
terreno para que éstas puedan irse convirtiendo en realidad.
¿Y que han hecho el PSOE y Unidos-Podemos en ese camino? Poco o nada.
No han ido más allá de las denuncias genéricas y de las ocurrencias
puntuales. Y no existe nada parecido a la movilización social que
podrían haber propiciado. Y que más que en manifestaciones rituales
consiste en la creación de un ambiente, apoyándose en una trama
militante que hay que organizar y alimentar cotidianamente. Pues, aunque
no produzca resultados inmediatos, esa es la base de cualquier proyecto
de transformación. Hoy, con internet, y siempre. Hay decenas de miles
de ciudadanos dispuestos a contribuir en esa tarea. Pero nadie los
convoca.
Son tan poderosos los motivos que
justificarían una movilización con los objetivos antes citados, que si
ésta existiera de verdad irradiaría todo el cuadro social y político.
Sería un dato que hasta empresarios que no necesariamente están
alineados con el actual poder, y otros muchos sectores, habrían de tener
en cuenta a la hora de decidir cómo colocarse en la actual crisis
política española. Que a nadie, salvo a la mayoría de los tertulianos,
se le escapa que es gravísima.
Pero parece ser que ni
los dirigentes del PSOE ni los de Unidos Podemos quieren salir a la
calle. Los unos porque no puede hacer otra cosa que ocuparse del
conflicto interno entre el sector conservador y el cada vez más inane
que encabeza Pedro Sánchez que paraliza al partido desde hace casi tres
años y que puede terminar abocándole a un entendimiento con el ganador
de la pugna por el dominio de la derecha, o apoyando al PP como
subrepticiamente ya está proponiendo el diario El País.
Y Unidos-Podemos porque sigue ensimismado y sin recursos para la
acción, una vez agotada su máquina de crear novedades supuestamente
impactantes y comprobado que el grupo parlamentario vale para poco una
vez que el gobierno ha decidido pasar totalmente del parlamento y no
mandar ni una línea a la carrera de San Jerónimo.
Es
verdad que la prensa, por lo menos la grande, se ha olvidado de Unidos
Podemos o sólo se acuerda de ellos para darles caña. Tampoco le hacen
mucho caso al PSOE. ¿Pero a quién puede sorprender eso? ¿Por qué unos
medios tan vinculados al poder iban a darles pábulo y más si no producen
noticias? Quienes les critican, mejor harían en generar iniciativas
reales que hasta ellos se verían obligados a reseñar.
El fracaso tanto del PSC como de los comunes en las elecciones
catalanas ha puesto la debilidad de la izquierda al desnudo. Y, más allá
de errores puntuales, lo cierto es que ni el PSOE ni Unidos Podemos han
conseguido tener una voz propia en el conflicto político más grave que
vive la sociedad española y que puede terminar arruinando nuestra
democracia.
La postura de los socialistas,
entregándose de pies y manos al PP sin asegurarse la mínima posibilidad
de influir en los acontecimientos es injustificable. Un día tendrán que
explicar por qué la tomaron. Pero Unidos Podemos no queda mucho mejor.
Porque lo único que ha hecho es lanzar eslóganes. Primero el del
“derecho a decidir”, luego el de “ni DUI ni 155”. Para terminar
arrepintiéndose del uno y del otro cuando comprobó que los hechos los
habían superado y que, además, no pocos de sus simpatizantes pedían una
posición comprometida al partido, anti-independentista en la mayoría de
los casos, y se han alejado del mismo viendo que nadie la tomaba.
(*) Periodista
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