El gobierno está dispuesto a evitar un "daño irreparable" provocando otro mas irreparable. Lo hace para evitar un "mal mayor", la investidura de Puigdemont.
Que
la investidura de Puigdemont sea o no un "mal mayor" va en puntos de
vista. Lo imprescindible es que el gobierno diga -y el Tribunal
Constitucional (TC) lo admita- exactamente qué es lo que está
recurriendo. Obviamente no es la investidura de Puigdemont, que aún no
se ha producido y por tanto es irrecurrible.
Y no vale decir que la
convocatoria del acto equivale al acto porque pudiera pasar, ¿quién
sabe? que el candidato fuera de repente arrebatado a los cielos en un
carro de fuego, como el profeta Elías.
El
gobierno está recurriendo la decisión del Parlamento de investir a
Puigdemont el día 30. Está recurriendo la propuesta que Torrent trajo a
M. Rajoy hace un par de días. Está impugnando por ilegal una decisión de
un Parlamento legal. Está atacando la soberanía (o la autonomía, que
viene a ser igual) del Parlamento.
Bueno.
Hace unos días, M. Rajoy amenazaba con un 155 "más duro y más largo".
Entre las "durezas" preveía un veto a las decisiones del Parlament,
una medida que el Consejo de Estado rechaza porque hasta él entiende
que es dictatorial. Por eso recurre el gobierno al TC, para que sea este
el que se pringue con una prohibición (disimulada bajo la forma de
aceptación a trámite) ilegal. Ilegal porque no hay norma alguna que
prohíba la investidura de Puigdemont. Solo hay la voluntad omnímoda del
B155 de evitar un "daño irreparable" que nadie sabe en qué consiste pero
suena a más amenaza.
En
este momento, la cuestión ha quedado reducida a una obsesión del B155
con la persona de Puigdemont, sin duda por su valor simbólico. Se trata
de ignorar el carácter social, de movimiento transversal de masas del
independentismo, cerrar los ojos a una reivindicación sostenida con más
de dos millones de votos y en circunstancias extremas y simplificar el
asunto casi con mentalidad de comic. Hay que abatir a Carles Puigdemont, enemigo nº 1 de la nación española.
Así, con la crudeza del lenguaje de un killer lo enuncia Pérez Rubalcaba, para quien tanto los independentistas como el gobierno están tratando de quitarse a Puigdemont de en medio. Es de esperar que no al modo que se teme el tremendista Verstringe.
En
cualquier caso, quitar a alguien de "en medio" no es una expresión
elegante. No por la acción que promete y estará a la altura de quien la
enuncia, sino por la persona sobre la que se ejerce. ¿Qué significa
"quitar de en medio" a Puigdemont? Pues lo que más a la pata la llana
anunciaba una preelectoral Sáenz de Santamaría, "descabezar" el
movimiento independentista.
Porque siguen creyendo que no es un
movimiento sino una especie de conjura. De ahí el proyecto que ofrecen,
conjurar a su vez a las fuerzas "constitucionalistas" para ofrecer "al conjunto de España un proyecto político que de paso resuelva el problema de Cataluña". Tal cual. "De paso".
Es
decir: mandan a la gente al exilio, meten al Rey en faena y a algunos
de sus súbditos en la cárcel, embargan a otros, suspenden instituciones,
proclaman un estado de excepción de hecho, involucran al Poder Judicial
en la politica represiva del gobierno, persiguen a la gente por tierra,
mar y aire, vetan las instituciones de autogobierno, intervienen sus
medios públicos de comunicación, plantean una unión sagrada y una nueva planta de España, pero la cuestión por la que han cometido todos estos disparates la arreglarán "de paso".
¿Qué más cabe decir?
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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