Ignacio Martínez de Pisón se preguntaba ayer en las páginas de La Vanguardia
si Barcelona es un transatlántico que se ha ido a pique. Lo hacía un
escritor aragonés afincado en ella desde hace treinta y cinco años, a
quien le pareció entonces una ciudad festiva como el París de Hemingway y
de Scott Fitzgerald. Y que se reconoció en la Barcelona de Pasqual
Maragall, cuando les dijo a los ciudadanos que la ciudad era la gente,
más allá de su urbanismo o sus servicios.
Maragall había escuchado la
frase “the city is the people” a un anciano profesor de Boston, quien le
aclaró que la sentencia era de Shakespeare. Y, siendo cierta esa
voluntad de escuchar a la gente, fue capaz de crear un proyecto potente e
integrador, ambicioso y solidario. Tenía en la cabeza una idea para
Barcelona. Sabía qué papel quería que la ciudad tuviera en Catalunya, en
España y en el mundo. Un político ha de saber adonde va, no debe
esperar a que le lleven.
Seguramente si Martínez de Pisón hubiera escrito el
artículo veinticuatro horas más tarde, habría sido aún más pesimista. La
ruptura del pacto de gobierno de los comunes con los socialistas no es
una buena noticia, entre otras razones porque la incorporación del
equipo de Jaume Collboni permitió a Ada Colau mejorar la relación con
determinados colectivos –del ámbito de la cultura al sector turístico– y
recuperar cierto sosiego.
La propia alcaldesa valoraba lo que había
supuesto la incorporación del PSC en las tareas de gobierno, pero su
afán de mantener un pie en cada orilla en este momento político la llevó
a convocar una consulta entre su gente. Y por un escaso margen
vencieron los partidarios de romper, y el resultado será un incremento
de las incertidumbres.
Esas dudas que hacían que el presidente del
Mobile World Congress no viera claro su futuro. Puede que no hayamos
chocado con un iceberg como el Titanic, pero igual hemos encallado como el Costa Concordia. Estábamos mal, hoy no estamos mejor.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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