sábado, 30 de septiembre de 2017

Un partido, dos estadios / Carles Casajuana *

Hace unas semanas, Fernando Ónega comparaba en este diario el litigio catalán con un partido que se juega simultáneamente en dos estadios distintos, cada uno con su marcador. Acciones que, en casa, son aplaudidas por todos son contraproducentes en el campo del adversario. Jugadas que, en un estadio, acaban en gol se convierten en el otro en goles en propia puerta.

Es una metáfora muy útil para describir lo que está ocurriendo. En el estadio del otro lado del Ebro, el resultado no ofrece dudas. A los catalanes puede sorprendernos, pero el Gobierno central gana con holgura. Es cierto que evitar que mañana haya un referéndum con garantías ha exigido acciones contundentes y ha producido imágenes no muy favorecedoras. 

Pero las portadas y los editoriales de los periódicos de Madrid los últimos días son unánimes: estaba en juego el orden constitucional, había que movilizar todos los medios legales para defender la libertad y la convivencia pacífica, aunque ello exigiera romper unos cuantos platos. El Gobierno lo ha hecho con firmeza, pero utilizando los mecanismos del Estado de derecho, el Tribunal Constitucional y la justicia, sin suspender la autonomía ni detener a ningún político de primera fila.

En el estadio catalán, en cambio, el marcador es favorable al Govern de la Generalitat. Es cierto que la aprobación de la ley del Referéndum y de la ley de Desconexión fueron dos autogoles. Pero la estrategia del Gobierno central de escudarse tras las togas no es creíble. Hay demasiada gente que recuerda la época en que el TC necesitaba años para tomar decisiones, unas decisiones que no siempre eran favorables al Ejecutivo. Esa gente piensa que el Gobierno central ha suspendido la autonomía por la puerta de atrás y se pregunta si no lo ha hecho así para esquivar el control democrático.

Para un usuario frecuente del AVE con amigos en ambos bandos, la diferencia de óptica y la incomprensión mutua son pasmosas. Lo que en un estadio se ve como un pequeño accidente o una medida desafortunada pero inevitable, se ve en el otro como una muestra innegable de autoritarismo. Lo que en un lugar se considera un mal menor, se convierte en el otro en una prueba irrefutable de la incapacidad de respetar las reglas básicas de la democracia. Todos aplauden la contención propia y magnifican los errores del adversario.

En Madrid, casi todos los periódicos y canales de televisión dan un apoyo entusiasta a su equipo. En las tertulias de radio y tele­visión, la imparcialidad es inexistente. En Barcelona, no hay la misma unanimidad por razones obvias: la mayoría de los canales de televisión son los mismos que en el resto de España y la prensa es más plural porque los periódicos del resto de España también se venden aquí. 

En las tertulias, también hay más diversidad de opiniones. Pero la síntesis es favorable al equipo local. Fuera de Catalunya, mucha gente ignora las causas del litigio porque nadie se las ha explicado. En Catalunya, poca gente es consciente de las razones de los ciudadanos del otro lado del Ebro.

En la estrategia de destrucción mutua en que ambas partes se han embarcado, cabe preguntarse qué ingenuidad es mayor, si la de creer que se puede desafiar la poderosa maquinaria del Estado sin más armas que las manifestaciones pacíficas y una exigua mayoría en el Parlament, o la de pensar que las sentencias del Tribunal Constitucional, las actuaciones de la Fiscalía, las multas y las actuaciones policiales bastarán para parar los pies al gran número de catalanes que quieren la independencia.

Los dos equipos se preocupan sobre todo de ganar en casa, sin pensar mucho en el efecto de sus acciones en el otro estadio. No carece de lógica. Los políticos suelen funcionar con las luces cortas, y como las dos partes ganan ante sus seguidores, no tienen alicientes para cambiar de táctica. Les gustaría ganar también fuera, pero ya se sabe, no se puede vencer en todas partes.

Sin embargo, hay una diferencia. El Govern de la Generalitat no necesita ganar fuera de casa –aunque le sería muy útil– porque sólo aspira a gobernar Catalunya. En cambio, el Gobierno central debe ganar en ambos estadios, porque a la larga no podrá gobernar Catalunya sin una mínima adhesión de los catalanes. Las medidas coercitivas que ha ido tomando en los últimos días no le ayudarán a conseguirlo. Y el “¡A por ellos, oe, oé!” aún menos.

El partido no acabará mañana, pero lo que ocurra y la interpretación que hagan de ello el Gobierno central y la Generalitat condicio­nará mucho el desenlace. En inglés, se suele decir que hay que ganarse the hearts and minds (los corazones y las mentes) de la gente. Pero es posible que alguien, en el Gobierno central, haya recordado lo que dijo Theodore Roosevelt: “Get them by the balls and the hearts and minds will follow” (cógelos por las pelotas y el corazón y la cabeza vendrán solos). Si es así, me parece que puede cometer un error grave.


 (*) Diplomático y catalán. Ex embajador de España en Reino Unido


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