La frase “El hombre es la medida de todas las cosas”, que
escribió el sofista griego Protágoras, resulta una invitación a
relativizar todo cuanto sucede a nuestro alrededor, pues a su juicio no
existe la verdad absoluta, sino que las verdades están condicionadas por
la mirada propia y la ajena.
Las obras de Protágoras se han perdido –la
sentencia se supone que figuraba en el libro Los discursos demoledores–,
pero sabemos de su existencia por los debates que suscitó en la Grecia
clásica, donde Diógenes Laercio, Platón, Aristóteles o Hermias se
refirieron a ella, a menudo para criticarla, porque el sofista dejaba de
lado la explicación de las cosas en relación con los dioses, dando todo
el protagonismo al hombre, que se convierte en su filosofía en el
centro de cuanto ocurre.
Esta relativización de la verdad nos ha ido permitiendo ser
más tolerantes con el prójimo, comprensivos con los contrarios y
respetuosos con otros credos. La civilización, como la entendemos en
nuestros días, se cimenta en no creer que estamos en posesión de la
verdad. A partir de este pensamiento es más fácil combatir la posverdad,
que no deja de ser la mentira con celofán.
Los diarios acumulan estos días discursos amenazantes que
hay que relativizar para no acabar con agorafobia. Ahí está, por
ejemplo, Donald Trump amenazando con “destruir totalmente” Corea del
Norte si Kim Jong Un –a quien ha calificado de hombre cohete en una
misión suicida– continúa con su escalada bélica. El discurso lo ha
formulado el presidente de Estados Unidos ante la Asamblea General de
las Naciones Unidas, que es un organismo poco acostumbrado a las
bravuconadas tuiteras.
El peligro de un enfrentamiento con Corea tiene de bueno
que nos permite relativizar pulsos más próximos. Lástima que no podamos
leer a Protágoras para poner un poco de calma en nuestro escenario más
cercano.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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