miércoles, 13 de septiembre de 2017

El se­pa­ra­tismo for­ta­lece España / Juan Fernando Robles *

Vivimos horas de tribulación por la insumisión a la Ley de las autoridades autonómicas de Cataluña, pero unos actos como estos son lo que necesita España para volver a reconocerse a sí misma y respetarse. El nacionalismo radical es un cáncer muy antiguo, una enfermedad social y política que mina los Estados y busca imponer, incluso por la fuerza, regímenes filo nazis y segregaciones poblacionales, con gran desprecio no sólo de la pluralidad política y social sino de los más elementales derechos demo- cráticos y personales. 

Busca la creación de Estados de nuevo cuño basándose en falsas interpretaciones históricas y sobre bases que vulneran los principios del derecho nacional e internacional, al tiempo que promueve el odio y la división en la sociedad basándose en un catálogo de afrentas, la inmensa mayoría imaginarias, que calan en una parte de la población, a menudo la menos instruida, dinámica e informada.

Las naciones democráticas tienen una forma muy tibia de enfrentar estas actitudes, puesto que el pensamiento político, por dañino que sea, se tolera hasta extremos muy peligrosos para la convivencia, dado que no es posible sancionar a nadie por sus ideas siempre y cuando éstas no se hayan convertido en actos punibles. 

Cuando formaciones ultranacionalistas y filo nazis ocupan instituciones democráticas las degradan con objeto de imponer sus postulados. Los votos, salvo para el totalitarismo, no dan derecho a todo. En democracia se vota, pero no solo se vota. Se votaba en el Soviet Supremo de la URSS, y siempre se ganaba por mayoría, pero aquello no era una democracia.

El nacionalismo catalán, que es separatista, viene causando daño a la sociedad catalana y, por tanto, a la española desde que ejerce el poder. Se ha inculcado el odio a España en las escuelas y se viene fomentando la segregación social aislando a todos los no nacionalistas creando un clima irrespirable, entre otros hechos lamentables que consideran imprescindibles para construir su idílico nuevo estado, porque como tal jamás existió, haciendo creer a muchos que viven en una ocupación por una potencia extranjera que los subyuga. Sería innumerable la lista de disparates que han inoculado en la sociedad catalana que, desgraciadamente, han calado en parte del sentir general.

Todos estos lamentables hechos no han podido tener una respuesta adecuada por parte del Estado, dada la estructura política española y porque son sibilinos y muchos de ellos se pueden considerar como parte de la libre acción política. En democracia se puede mentir a los ciudadanos, incluso todo el tiempo y a todas horas, y son estos los que tienen que sancionar tal actitud. 

El nacionalismo consigue, como consiguió Hitler en su momento, que mentiras muy repetidas les parezcan a muchos ciudadanos grandes verdades. Sin ir más lejos, la misma celebración de la Diada se basa en la reinterpretación de unos acontecimientos de una forma tan torticera que parece mentira que se acepte sin rechistar semejante cosa. 

Pero esa es la magia del nacionalismo, que entrando directamente en lo visceral y sin pasar por cabeza alguna puede llegar a conseguir que un ciudadano cualquiera meta a otro en una cámara de gas, cuanto más que se crea una conveniente mentira histórica o ansíe una absurda e ilegal independencia.

Ahora, por fin, el Estado, es decir España, a través de sus instituciones tiene la oportunidad de enfrentar el problema y poner a las claras sobre la mesa el daño que el ultranacionalismo separatista provoca en la sociedad. 

Ahora, por fin, se han quitado la careta con su actuación en el Parlamento, con la forma anti- democrática con la que han torcido el derecho para de una forma ilegal aprobar aquello que bien les ha parecido, echándose en brazos de antisistemas que lo que buscan es el fin de la democracia. 

Y ahora, al fin, se ha evidenciado que están solos en el ámbito internacional, cuyas instituciones y potencias han dejado claro que ni respaldan ni comprenden ni van a cobijar sus aspiraciones.

Así, es una buena noticia que España se vea obligada a enfrentar de una vez por todas la nueva versión del separatismo catalán que lucha, en vano, por destruirla, y con todo el respaldo de su legítimo armazón institucional, del conjunto de las naciones democráticas y de los organismos internacionales que la reconocen, no podrá más que derrotar las alocadas aspiraciones de conflicto de una ínfima parte de catalanes separatistas radicales que circunstancialmente se han hecho con el poder autonómico.

Hay que despertar del sueño a todos aquellos que creen que Cataluña es una nación que tiene derecho a un Estado a costa de cualquier cosa. Aunque despertar les cause estupor y les resulte desagradable, más vale que las sociedades vivan su propia realidad que mantenerlas siempre en la vana e inútil esperanza de que alguien les va a proporcionar un idílico futuro, porque su presente es peor por culpa de otros. 

Y Cataluña está, como toda España, llena de gente estupenda que está abrumada por este clima de conflicto artificial que interesadamente se ha creado. No es necesario para vivir en una sociedad moderna levantarse cada mañana envuelto en una bandera, ni la catalana ni la española ni ninguna. Y, desde luego, no es en pleno siglo XXI una legítima aspiración construir nación alguna desde la vulneración de las leyes, el autoritarismo, el atropello de los derechos de los ciudadanos y el pisoteo de la legalidad internacional.

Ya hemos visto actuar a la presidenta del Parlament. Ya hemos visto la imposición del rodillo separatista. Ya hemos visto a los antisistema reírse del espectáculo, tan de su agrado. Y ya hemos visto, y ha visto todo el mundo, la bajeza moral que se esconde tras el separatismo que es capaz de atropellar los derechos y formalidades más elementales de un sistema parlamentario. 

Esto en sí ya es una victoria del Estado, que guardará sus formas, su legalidad y legitimidad para dar adecuada respuesta a todas estas afrentas, gozando del respaldo del orden constitucional y la legalidad internacional. Como no se puede mentir todo el tiempo, ni desobedecer todo el tiempo, ni mantener este tinglado todo el tiempo, llegará un día, no muy lejano, en el que estarán, si no están ya, contra las cuerdas, agotados y vencidos, que es la posición en la que ellos mismos se han puesto.

Y al día siguiente, cada uno a lo suyo, y en el café la gente hablará de fútbol, del tiempo o de nada, pero pueden olvidarse de que cuando estén purgando las penas que les correspondan sigan siendo por mucho tiempo tema de conversación. España seguirá siendo la democracia moderna, legítima y reconocida que es, su integridad territorial seguirá incólume y por fin podremos hablar de cómo mejorar nuestro sistema de convivencia, obviando de una vez a todos los que lo desean quebrar. Y todo esto será una bendición que llegará gracias a que el separatismo ha decidido que debía ser derrotado.


(*) Profesor de Finanzas y Banca


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