Lo más atrevido que dijo ayer López Miras
en su exposición para la investidura es que el del PP no es un proyecto
personal. Uy. Cuidadín. Por ser una reflexión innecesaria, sobraba. Al
exponerla, reveló que respondía a una inquietud existente. El aspirante a
la presidencia sugería que no estará tutelado por su antecesor, como se
presume, pero lo dijo por lo bajinis, como si no quisiera molestar a
quien lo ha designado. Por ahí se empieza. Es el principio de la
contradicción que lo conducirá durante el resto de su mandato, dos años,
nada más y nada menos.
La cruz del que será nuevo presidente de la
Comunidad consistirá en tratar de mostrar cada día que las decisiones
que tome partirán de su independencia, pues el legítimo prejuicio
general es que se trata de un mandado de su mentor. En definitiva, el
mismo estigma que afectó inicialmente a Pedro Antonio Sánchez, hasta que
éste ofreció alguna señal de que Valcárcel, que lo promovió, no seguía
mandando sobre él. Pero Sánchez es un político con personalidad propia,
mientras López Miras no sabemos ni quién es, salvo un ingenio de
Sánchez.
Uno y otro son indudablemente conscientes de que la percepción
general es que vamos a tener a un presidente mecano y que la manera de
que López Miras adquiera credibilidad consistirá en revelar algún asomo
de identidad. Para esto, tendrá que desconectar de PAS, como PAS
desconectó de Valcárcel. Esto último fue posible porque el Todopoderoso
salió de estampida, aguzado tanto por la necesidad de separarse de la
fatal herencia que dejaba tras veinte años de gobernación como por el
estímulo de la gozadera del supersueldo del Parlamento Europeo, lo que
le permitía relativizar las decisiones que tomara su sucesor, aunque
fuera para su disgusto.
Sin embargo, el aliento de PAS sobre FER está
demasiado próximo, tanto que sin él no podrá avanzar el nuevo
presidente. De hecho, FER ocupará un sillón que, en el imaginario
estratégico de PAS, deberá ser devuelto a éste cuando, a causa del
privilegio de su aforamiento, que persistirá durante meses a pesar de
que él mismo abogó forzadamente el pasado miércoles por su conclusión,
pudiera quedar libre de imputaciones judiciales. FER, por tanto, se nos
presenta como un paréntesis, es decir, como un presidente de quita y
pon. Es una imagen políticamente inexcusable, y esto gravitará sobre su
gestión.
De ahí, además, su tono durante el debate de investidura. Un
discurso apagado, previsible, monótono, sin músculo. Lo dicho y lo
redicho, lejano incluso a la temeridad y el arrojo, al menos en lo
formal, que caracterizó en su día la irrupción de PAS. No evitó FER
siquiera la reivindicación de la ´herencia recibida´, obviando que ésta
consiste en la precariedad laboral, la pobreza estructural, la parálisis
de las infraestructuras, la pérdida de posición en la cuestión agua, la
infrafinanciación estatal y el reguero de la corrupción, entre otros
capítulos cuya descripción no cabe en este recuadro.
El discurso de
López Miras resultó ayer tan rutinario que ni a él mismo le hubiera
entusiasmado si no fuera el candidato a la presidencia. Aunque se
atrevió a decir que el del PP no es un proyecto personal. Cuidadín. Por
ahí se empieza.
(*) Columnista