La crisis provocada por el poder
financiero ha dado la vuelta a las relaciones entre los que vivimos en
Europa. Las burbujas varias han sido aprovechadas por los causantes del
desaguisado para afianzar su estatus y recortar drásticamente lo que
habíamos conseguido arrancarles al arrullo de los tiempos de bonanza
ficticia, que ya vemos en lo que se quedó. Es el tiempo de que el
mercado arrase con todo lanzando una salvaje andanada de
privatizaciones, de forma que se convierte en motivo de negocio los más
básicos de los derechos humanos. Fin de la cita, que diría uno de los
sicarios de los financieros. Se acabó la fiesta, según otros.
Es
una situación nueva que ha provocado también una convulsión en las
formas de organizarnos políticamente. La falta de cintura de los
partidos tradicionales y los sindicatos de clase, ha generado montones
de organizaciones sociales que han atomizado todavía más el poder de
respuesta de los ciudadanos que no pertenecemos a la minoría dominante.
Si unos no han sabido desgajarse del sistema, los otros tampoco han
entendido que no se quita uno de encima las cadenas solo con luchas
parciales que dejan al poder actual todo el campo de la política
decisoria.
De esta forma el campo de batalla a este lado de la
trinchera está compuesto por organizaciones anquilosadas que ya no valen
tal como están actualmente y por grupos de entusiastas cada uno en su
parcela: sanitarios, maestros, desahuciados, pensionistas, parados y un
largo etcétera, incapaces de entender que la sanidad, la enseñanza, el
derecho a la vivienda, al trabajo o a una pensión digna, son cosa de
todos, no de los grupos afectados.
Y a todo esto el concepto de
política que el sistema difunde a través de sus poderosos medios de
propaganda, cala a unos y a otros, de forma que quien más quien menos
sostiene que todos son iguales y que la política para los políticos, es
decir, para los sicarios del poder financiero. Con lo que se deja en
manos del enemigo la posibilidad de hacer leyes y manejar el dinero de
todos. No solo nos oprimen, sino que lo hacen, para mayor recochineo,
con nuestro dinero y con la aquiescencia de todos. La verdad es que no
sé bien si es que ellos son muy listos o nosotros muy tontos.
Lo
primero que hay que entender es que la política no es sino la forma de
organizarnos los seres humanos para que nuestras ciudades no sean una
especie de lejano Oeste donde el que saca más rápido es el que gana. Y
que política, la hacemos todos, y no solo los que están en las
instituciones. El hecho de no intervenir ya es una forma de hacer
política, basada en el individualismo impuesto por el sistema: cada uno
en su casa y dios en la de todos. Es el decidir que la política la hagan
los otros y a nosotros que nos dejen en paz. Como mucho, ir a votar
cada cuatro años y eso si nos viene bien y no tenemos nada mejor que
hacer. Por supuesto, como no tenemos ni idea, votaremos al que más
dinero se gaste en propaganda.
Pero si queremos darle la vuelta a
la situación a la que nos han ido llevando (por supuesto, dejándonos
arrastrar), hay que dar también la vuelta a la política en estos tiempos
que corren. Ni nos valen los partidos tal y como los conocemos
actualmente, no las instituciones actuales, ni tampoco el voluntarismo
de gritos y pancartas, que tal y como se ha gestado, sirve más bien para
poco más que desfogarnos.
Lo primero es saber lo que queremos y
en una primera fase ponernos de acuerdo todos los que no pertenecemos a
la minoría potentada y opresora, que ya habrá tiempo cuando tengamos
abrigo en establecer diferencias. Si vamos a construir una casa tenemos
que saber cuántos metros cuadrados, cuantas habitaciones, el lugar donde
la vamos a levantar, etc E inmediatamente entender que una casa ni se
empieza por el tejado ni se construye en veinticuatro horas. Lo que
significa que no podremos poner las tejas mientras no hagamos los
cimientos, los pilares y los tabiques. Proponer tareas maximalistas no
es lo mejor para llevar a buen puerto la empresa. Por poner un ejemplo,
mientras no cambiemos la Ley Electoral no podemos proponernos un proceso
constituyente.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que no puede ir
cada uno por su lado, ni nadie debería imponer nada. Lo primero es
ponerse de acuerdo. Y cuanto antes mejor. Para ello habrá que dejar a un
lado dogmatismos, personalismos y todo eso.
Por otro lado, hay
que generar organizaciones políticas que superen todo lo que se ha
venido haciendo hasta ahora. Si decíamos que los partidos o los
sindicatos actuales se han quedado obsoletos y las organizaciones
sociales se han atomizado en exceso, no se me ocurre otra cosa que una
organización unitaria mixta que tome la calle para apoyar la entrada en
las instituciones. No se debería entender una plataforma meramente
electoral que no se apoyara en la ciudadanía organizada desde la
sociedad ni viceversa. Solo desde las instituciones no se va a ninguna
parte. Pero solo desde la calle tampoco. Es preciso un frente, una
convocatoria, una plataforma o como la queramos llamar que actúe desde
los dos ámbitos. Máxime cuando no están los tiempos para una toma
violenta del poder ni tampoco para una huelga general revolucionaria que
no sería apoyada por la mayoría de la población.
Esta es la
teoría. No parece muy complicado de entender. Ya solo queda que
partidos, sindicatos y organizaciones sociales se autoconvoquen y se
pongan en marcha. A ver si entre todos fuéramos capaces de marcar un
plan de ataque que verdaderamente les haga daño. Nunca insistiré
demasiado: cada uno por su lado nos van a pasar por encima. Y si eso es
así, mal futuro tenemos nosotros, pero especialmente nuestros hijos y en
el caso de algunos, nuestros nietos. Amén de que al final la gente
acabará cansándose de ser siempre los mismos.